JOSÉ MANUEL HERRERA BRITO

Por: José Manuel Herrera Brito*

La corrupción, por mal que nos pese, es una realidad, amarga, estúpida y lamentable realidad cotidiana que ha caracterizado, en determinados momentos con más intensidad que en otros, la vida del hombre desde su aparición en la tierra. Tanto en lo personal como en lo colectivo, se puede decir que es connatural a la condición humana tal y como lo manifiesta la historia de la humanidad, lo que pareciera estarse acreditando con fuerza inusitada. Es un animal venenoso de múltiples cabezas que se multiplican, que además de cercenarse deben cauterizarse para que jamás vuelvan a crecer, independientemente de cuáles sean los métodos, convencionales o no, pero efectivos que para aniquilarla en lo que necesariamente deben combinarse y conjugarse todas las fuerzas, contundencias e inteligencias posibles.

La lucha y combate contra la corrupción no es sólo cuestión de elaborar y aprobar normas y más normas, ya que en muchas ocasiones, se ha visto innumerables veces, la proliferación de leyes y reglamentos lo que hace es facilitar la corrupción misma por aquello de hecha la ley, hecha la trampa. La clave, considero, está en disponer de las normas que sean necesarias, claras y concretas y, sobre todo, de un compromiso ético real, constante y creciente. Esta es la cuestión, que la lucha contra la corrupción se libra en el interior de cada ser humano y si no hay un entrenamiento en la búsqueda y seguimiento del bien entonces la cosa desgraciadamente se complica mucho y más.

Hoy por hoy, en un mundo convulsionado en profunda crisis y en acelerada transformación, constatamos como esta lacra golpea con gran fuerza la credibilidad de las instituciones y la confianza de la ciudadanía en la misma actividad pública, como también en la privada por supuesto. Es verdad, en estos dramáticos momentos de la historia, la corrupción sigue omnipresente sin que aparentemente seamos capaces de expulsarla de las prácticas políticas y administrativas. Se promulgan leyes y leyes, se aprueban códigos y códigos, pero ahí está, desafiante y altiva como uno de los graves, peligrosos y principales flagelos que impide el primado de los derechos fundamentales de la persona y, por ende, la supremacía del interés general sobre el interés particular.

Ante nosotros, con nuevos bríos y nuevas manifestaciones, de nuevo la corrupción, amparada, es una pena, por una legión de políticos y administradores que han hecho del enriquecimiento económico y la impunidad un modus vivendi prácticamente inexpugnable. Horror de horrores.

Por eso, de nuevo vuelve al primer plano la lucha contra la corrupción desde la dimensión preventiva. Atacando sus causas. Y una de ellas, quizás la más profunda, se combate a partir de llamar a las cosas por su nombre y de asumir un compromiso real y coherente, con consecuencias prácticas, con la ética y la moral. Sin ese compromiso nada podremos hacer. Es su combate una lucha de todos y ello no lo podemos olvidar, so pena de seguir sucumbiendo a sus caprichos como dañosos e irreparables efectos en detrimento de todos. saramara7@gmail.com

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