Por: Rubén Darío Ceballos Mendoza*

Es clave y será siempre valido, que los ciudadanos defendamos a nuestros gobernantes sin caer en sobrevaloraciones, cuando bien hacen lo que deben y tienen que hacer en contexto de buen gobierno y bienestar general, pero especialmente, cuando sus acciones todas están revestidas por la honestidad, ese valor o cualidad propia de las personas relacionado con verdad, justicia e integridad moral y que antepone la verdad en sus pensamientos, expresiones y acciones; y, la moral, que nos refiere el conjunto de costumbres y normas que se consideran buenas para dirigir o juzgar el comportamiento de las personas en una comunidad; de ahí que interese saber, antes de elegirlos, que garantías a ese tenor nos dan quienes aspiran a dirigirnos, toda vez que muchas son las sorpresas que nos llevamos respecto de sus contrarias actuaciones en tal dirección cuando ya están en el ejercicio del poder. Conocer desde antes en alguna medida sus rangos de honestidad y moralidad, si bien nada nos garantizan, al menos alguna luz nos arrojará respecto de dichos particulares aspectos.

Se trata respecto de nuestros gobernantes, no tenerlos en ningún podio ni vituperarlos porque sí, sino dimensionarlos en sus realidades y trazas de honestidad y moralidad, que de no corresponder con lo que traducen, llevan, como cansados estamos de padecerlo, al cinismo y doble actuar, lo que contribuye al deterioro acelerado de nuestra democracia; de ahí que importe cuando elijamos en el nivel que fuere, tener en cuenta la moralidad y honestidad de quienes aspiren a ocupar cargos de elección.

LA situación de nuestros municipios, departamentos, regiones y país, obliga a que con celeridad definamos los términos mejores para entender y comprender cómo estamos constituidos como pueblo; esto es, desde pobres, la mayoría; ricos, los económicamente boyantes; y, dirigentes políticos, gobernantes, servidores públicos, funcionarios de elección popular y demás otros, quienes difícilmente señalan la proveniencia de sus riquezas y en la mayoría de los casos no han construido futuro sino incertidumbres; pasando por la clase media, al borde siempre de deudas y amenazados con la espada de Dámocles, como próximos a hacer parte de esa mayoría de pobres.

Todo lo cual tiene correspondencia directa con las medidas de orden económico dictadas a través del tiempo por los gobiernos de turno, condenando a la mayoría a sobrevivir indignamente sin servicios públicos básicos, alimentos, salud, educación de calidad ni esperanza, lo que indica que tenemos que soportar nuestro futuro, no en quimeras, sino en las realidades mejores que nos favorezcan, donde las fuente de ingresos lleguen como debería y tendría que ser, a esa mayoría de la que estamos hablando.

De la misma manera, atender con juicio agricultura, ganadería y muchos otros nichos que alimentaban la economía familiar y hoy están en camino de desaparecer; lo que nos diría entre líneas que el Estado no le interesa lo que no le genere réditos prontos a los privilegiados, lo que no debe ser, ya que crea un debilitamiento del frente interno, por lo que debe atenderse a fondo tal situación, so pena de empeorarlo todo.

La gente cuestiona con validos argumentos que los parámetros que califican lo bueno y lo malo están muy lejos de lo ético, y los intereses comunes son el ripio que dejan los privilegiados después de hartarse de beneficios y potenciar sus particulares intereses. Indica lo expuesto, que en adelante no debemos dar más importancia a las palmaditas en la espalda, el oportunismo, la sonrisa fingida, los discursos vacuos llenos de florituras, realizaciones utópicas y hasta imposibles y falsas promesas. Ellos deben fracasar en su derrotero político y ya nunca más contar con nuestros votos, siendo este un llamado clamoroso para no seguir eligiendo a quienes por mucho tiempo han vivido a expensas de incorrecciones.

Bien común, productividad, desarrollo, crecimiento, competitividad, progreso, prosperidad, son dados en los buenos gobiernos, donde ética, moral, honestidad y honorabilidad, entre otros muchos grandes valores han estado presentes; y no en aquellos de quienes hacen gigantes inversiones para llegar y recuperarlas más tarde con creces, sumando a su capital lo que sale de los bolsillos de la mayoría. Impone lo dicho, que tener en cuanta debemos, entre otras consideraciones, honestidad y moralidad, fundamentales para elegir a futuro, a efecto de no seguir cayendo por la pendiente interminable del nulo desarrollo. rubenceballos56@gmail.com *Jurista

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