POR: MELANIO ZUÑIGA HERNANDEZ
Con ocasión de la celebración de los 170 años de la abolición legal, mas no formal, de la esclavitud forzosa en Colombia, en diferentes medios de comunicación, la institucionalidad y hasta los descendientes de esclavistas, que siguen mirando a los negros con una mirada colonialista y con desdén, refieren estas efemérides como un acontecimiento de gran importancia.
Cabría preguntar entonces, como en un Estado que propicia el racismo y la discriminación racial, la exclusión y marginalidad de negros e indios, ¿Qué hay que celebrar?
La pregunta surge a partir de que la esclavitud, que se erigió en el mundo en una institución jurídica a la que se ajustó la sociedad humana durante buena parte de su evolución, pero en el tiempo más allá de lo que la razón pudiera tolerar, y solo vino a culminarse de manera formal y tardía en la era del liberalismo.
Si hay una actividad que defina al ser humano y sus intereses, es la esclavitud, pues el primer texto jurídico que se conoce como el Código de Hammurabi, data de hace más de 4.000 años, en que el rey sumerio MARDUK. ya codifica claramente que, si uno deja tuerto a un esclavo o le rompe un hueso, deberá pagar al dueño la mitad del precio del esclavo.
Generalmente cuando se habla de esclavitud, se tiende a identificarla por desconocimiento o ignorancia con la esclavitud negra, cuyo paradigma fue el Sur de Estados Unidos con los negros traídos de África para trabajar en este país, las plantaciones de Centroamérica y el Caribe o en las minas y granjas Suramérica.
Al encausar con realismo el hilo conductor e impedir los lazos que lo unen con el pasado griego, Romano o Medieval, se busca soslayar las vivencias y realidad sobre el precedente de esclavo de muchos ciudadanos europeos eminentes. Al mismo tiempo, al mostrar la esclavitud como algo surgido de la entraña de la sociedad occidental en su relación con el Tercer Mundo (África), se encubren propósitos aparentemente antirracistas que, en verdad, reproducen y profundizan el racismo.
A los africanos se les enrostra ese pasado que sigue siendo un presente, en tanto que su color consigna una realidad histórica. Por el contrario, la esclavitud que está ligada a un grado de desarrollo social, de división del trabajo y de necesidades materiales, y que no tiene, necesariamente, una connotación racial se distorsiona; desconociendo, seguramente de manera arbitraria, que la cuestión de la esclavitud está ligada con la cuestión del coloniaje. De allí que Montesquieu justificaba la esclavitud en las zonas tropicales, que atacó en nombre de la humanidad como una vergüenza. El pensamiento racional se oponía a la esclavitud, pero la economía la sancionaba como un elemento válido.
El esclavismo se alzó como ideología y sustentó la esclavitud como actividad económica, haciendo proliferar y perdurar el tráfico esclavista, como objeto de comercio de personas sometidas y cautivas por los mercaderes de la muerte, lo cual se extendió a partir de la idea de que también el hombre podía ser convertido “en instrumento de producción y ser objeto de propiedad privada”.
El esclavo en tanto objeto/mercancía, carecía de derechos en cuanto dejaba de ser considerada su naturaleza humana, contradiciendo al derecho natural a partir de que los esclavos no eran personas, y por tanto se entendían desiguales, concepto que halló sustento en la ideología racista del hombre, que es tan antigua como el mismo.
Considerados “bárbaros” por las sociedades que se catalogaban así mismo como “civilizadas”, debido a que no compartían los mismos patrones religiosos o culturales de los pueblos dominados por los imperios antiguos, estos eran vistos como seres inferiores y carentes de derechos, a quienes se podía someter y esclavizar; en la idea de que jurídicamente no eran más que cosas y bienes productivos de los cuales era lícito aprovecharse y explotar. De allí que lo normal fuera entonces en las sociedades antigua y medieval, en la primera modernidad y en la era preindustrial, la aceptación de una institución habitual como la esclavitud, justificada incluso por el derecho de gentes y por el derecho Civil.
Según esta legislación, se nacía esclavo o se podía adquirir tal condición por alguna causa posterior al nacimiento, en el evento de producirse un nexo causal extintivo de la libertad, bien por la guerra y la conquista, por deudas, por condena que imponía la esclavitud o la cautividad como pena por los delitos cometidos.
Esta idea se halla finamente acendrada en la obra de un filósofo tan importante en la historia de la humanidad como Aristóteles, para quien la esclavitud era un fenómeno natural y precisamente el que permitía a una clase como la suya dedicarse al culto por el conocimiento; pues ella era la garantía indispensable para que los ciudadanos, hombres libres, se dedicasen a la política, a las artes y a las ciencias y los esclavos al servilismo.
En el caso de América, según relatos de los investigadores e historiadores, la conquista Española de y de otros países genero una verdadera catástrofe sobre la población indígena, debido a que estos oponían resistencia a perder su cultura, a adoptar una nueva religión y a cambiar su organización social, que el conquistador quería dominar a toda costa; dando origen a la violencia y represión como único medio para someterlos, lo que junto con la pobreza, las enfermedades traídas por los europeos, y hasta el cambio en la alimentación conllevara a la extinción de muchos pueblos aborígenes.
La actividad económica más importante de la población invasora española, que entre los siglos XVII y XVIII paso de 10.000 a 350.000 habitantes en 1750, fue, entre otras, la explotación de las minas de oro, que convirtieron al Nuevo Reino de Granada en el principal productor a nivel mundial, alcanzando el 40% de la producción; contribuyendo a que se crearan grandes riquezas producto de la minería y ganadería, que realizaban aplicando técnicas europeas de producción para la agricultura, con aprovechamiento y uso en su beneficio del duro trabajo por parte de los indígenas y de los negros africanos y su experiencia traída de África.
La mayor afluencia de negros esclavizados que poblaron, obligados las costas Atlántica y Pacífica, los valles del Magdalena, el Gran Cauca como mayor receptor, Patía y Atrato, Antioquia, Caldas, Tolima y los actuales Santanderes, concentrándose posteriormente en Chocó, para realizar trabajo forzoso en las minas de oro y en las haciendas, ocurrió en el siglo XVI, cuando se intensificó la explotación de esta industria y la población indígena había disminuido notablemente, casi hasta su extinción.
Estas dos actividades económicas facilitaron desde el siglo XVI, la acumulación de grandes riquezas en la Nueva Granada (hoy Colombia), con la instauración de un régimen social de razas con grandes restricciones para los grupos étnicos inferiores de la sociedad; forma de proceder que se mantiene perenne hasta nuestros días.
Las diferencias económicas y sociales eran tan marcadas que solo los españoles peninsulares y criollos (hijos de españoles nacidos en América) tenían derecho a tener casa, armas, caballos, participar en el gobierno y la milicia, la cultura superior, la tierra y la riqueza. Los mestizos no podían acceder a los cargos importantes y se les prohibía ser protectores de indios, que estuvieran amparados por las encomiendas y los resguardos; pero les aceptaban, aunque de manera limitado el acceso a las primeras letras, sin posibilidad de portar armas y tener trato con los negros esclavos, quienes estaban desprovistos de cualquier tipo de libertad, portar armas o andar de noche por las ciudades.
A partir de esta época apareció y se hizo evidente en la sociedad colonial un insistente prejuicio racial y un menosprecio por todo lo que fuera mezcla de razas porque era considerada como desfavorable para la especie humana. La pureza de la sangre y el color decidían e inciden aun en la posición económica, política y social; valorar la limpieza de sangre era un elemento fundamental en la vanidad social de los neogranadinos, solo un rumor bastaba para desprestigiar a una familia, asi fuera española, que en muchos casos debían recurrir a la Real Audiencia para que se certificara la limpieza de sangre. Era la norma llamada «gracias al sacar».
El estrato superior de la sociedad estaba conformado por los españoles peninsulares y los criollos, que eran considerados la raza dirigente y privilegiada, con posición económica, política y social, derivada de la conquista y de la pertenencia al pueblo conquistador o dominante. Los de mayor posición eran los conquistadores, los primeros pobladores, los clérigos y funcionarios reales (burocracia). Los estratos medios entre los españoles estaban representados por los vecinos, o sea, las gentes que llegaron más tarde y que obtuvieron casa y patrimonio en la ciudad en donde habitaban, los moradores y, gentes españolas sencillas que no alcanzaron una posición destacada y quienes se ganaban la vida como pequeños comerciantes, artesanos o campesinos.
En el siglo XVII los descendientes de los conquistadores y de los primeros pobladores, se convirtieron en los «grandes hacendados» o grupo de la aristocracia rural, ya que la propiedad de la tierra se convirtió en el valor mayor de poderío económico, político y de prestigio social. Surgió entonces un nuevo grupo social español, el de los comerciantes o mercaderes, quienes fueron adquiriendo riquezas a través del comercio interno y externo. De igual manera se hizo notoria la diferencia social entre el español nacido en la península o «Chapetón», y el español nacido en estas tierras americanas, o sea «El Criollo». El solo hecho de nacer en tierras americanas ponía al Criollo en inferioridad con los nacidos en la península, que se consideraban de «Mejor Tierra».
Los indígenas que fue la raza dominada y sometida, que además debían pagar tributos, encomienda fueron destruidos casi por completo, en tanto los negros esclavos y los grupos que surgieron del mestizaje, hacían parte de los estratos más bajos o paupérrimos de la sociedad neogranadina. Solo una de entre otras jerarquías indígenas fueron respetadas por los españoles, en la medida en que se sometieran al vencedor y aceptaron hispanizarse, cultural y religiosamente. En la posición más baja de la sociedad colonial se encontraba el grupo de los negros africanos, introducidos para el trabajo de las minas, las haciendas, para el servicio doméstico y el tráfico fluvial y marítimo; trato que sin mayores avances se mantiene aún vigente, 300 años después.
Agenciar capital económico y político desde la época de la colonia y bajo estas inhumanas condiciones, ha hecho parte de las dinámicas mutantes de la sociedad y dirigencia de Colombia, que aplica y convive aun plenamente con ellas, convirtiéndose en una práctica aceptada como algo natural, que hace parte del orden social y económico del Estado; condición que la Iglesia misma se marginó desde un principio de intentar su modificación o abolición. Sus jerarcas se inhibieron de ponerla en entredicho, salvo en casos aislados y a título personal algunos cuantos intelectuales desafiando a sus superiores y a los dogmas impuestos por la patrística; jamás sus pontífices condenaron tan diciente forma de actuar, por el contrario, se propició el derecho a poseer esclavos, incluso por los mismos eclesiásticos.
El tráfico de esclavos y la esclavitud significo para los españoles y criollos la mejor oportunidad para agenciar capital económico, político y social en Colombia, comportamiento que, transferido a sus ascendientes, se mantiene como patrón inmodificable y heredable, generación tras generación desdés 1810. La posesión de esclavos se mostraba entonces no solo como uno de los motores fundamentales de la dinámica económica, del mercado y de la riqueza, sino también como una cuestión que otorgaba reconocimiento social al propietario de aquella humana mercancía, apotegma que guardadas proporciones sigue teniendo vigencia en pleno siglo XXI.
La tan cacareada Ley de 21 de mayo de 1851, que en teoría significó la abolición definitiva de la esclavitud en Colombia, más que liberar a los esclavos, se orientó esencialmente a hacer reconocimiento económico a los esclavistas, quienes terminaron siendo indemnizados por el Estado; ya que la dirigencia de entonces, cual símil de la de hoy, establecieron nuevos impuestos que se aplicaban y recaudaban a través del “fondos de manumisión”. Con dichos recursos de necesaria exigibilidad, se pagaba a los negreros propietarios la grabe afectación que se les causaba por la perdida de sus de derecho sobre la propiedad privada de sus bienes muebles; que aun en el siglo XIX, eran admitidos como garantía de los créditos que obtenían de los bancos para financiar sus operaciones en las plantaciones agrícolas o entables mineros.
Importa resaltar finalmente, que, no obstante, como lo describe el escritor Antioqueño Álvaro Tirado Mejía, al referirse a la decadencia de la esclavitud en Colombia, esta sobrevivió mientras fue rentable para los “inversionistas”, y cuando dejó de serlo desapareció, porque además con el surgimiento del proletariado no tuvo razón de ser.