Por: Mika Ayla*
El lejano Oeste fue un período plagado de vaqueros rudos, espíritus indomables y exploradores que dejaron sus huellas en la historia de Estados Unidos. Entre mitos y leyendas, hay un aspecto que todavía es un misterio: sus hábitos de higiene. Imagina un mundo sin agua corriente ni baños, y en el que “limpiar” tenía otro significado. Prepárate para un viaje en el que descubriremos los inquietantes hábitos de aseo que se practicaban hace no mucho tiempo.
El jabón de manteca, el whisky y los lápices se usaban en el pelo de las mujeres. El cuidado del cabello en el lejano Oeste era intrigante. Olvídate de los champús perfumados que conocemos hoy en día. En aquella época, eran jabones de manteca y lejía. Sin embargo, algunos recurrían a una mezcla poco convencional de whisky y aceite de ricino. ¿Te imaginas usar estos productos? ¿Y cómo se peinaban las mujeres en aquella época? Con lápices, por supuesto. Los enrollaban en el cabello para que quedara rizado y bonito.
El baño olía fatal. A la mayoría se nos viene a la mente las películas de vaqueros cuando pensamos en el lejano Oeste, pero era una época llena de costumbres desagradables. Por ejemplo, los retretes eran un cobertizo con un agujero en el suelo. Imagina las condiciones insalubres: olores penetrantes, bichos y sin papel higiénico. Así es: este elemento no llegó al mundo occidental hasta mediados del siglo XIX. Hojas de mazorcas, de maíz o hierba servían como sustitutas. El olor del baño era tan penetrante que causaba un malestar estomacal.
Los bares estaban llenos de licores de mala calidad y toallas llenas de bacterias. En esa época, las tabernas servían alcohol libremente, pero bajo esa fachada se escondía una verdad que te erizará la piel. La gente iba a tabernas donde le servían una infame bebida conocida como «rotgut». Una combinación de licores de mala calidad. Por eso, no era sorpresa que la gente se enfermara al beberlo.
Por si fuera poco, las barras contaban con unas toallas que se utilizaban para limpiar las barbas. Los clientes no sabían que además albergaban un caldo de cultivo de gérmenes y suciedad.
Era habitual dormir en camas infestadas de bichos. Imaginemos un mundo en el que las camas eran de heno. Aunque puede parecer impensable, así dormían en el lejano Oeste. La comodidad era una preocupación secundaria, ya que era mejor que el suelo. Sin embargo, era muy difícil desinfectarlas de manera adecuada, y cambiar el heno regularmente era poco práctico. A menudo, las camas estaban plagadas de chinches, piojos y cualquier otro bicho que se metiera.
Los pañuelos los protegían de los malos olores. Las personas que vivían en el lejano Oeste no solo marcaron la moda, sino que sus accesorios tenían una doble función: práctica e higiénica. Los pañuelos los protegían del viento y del sol abrasador, pero había otra ventaja oculta. En una época en la que el acceso al agua potable y al baño era limitado, las prácticas de higiene personal dejaban mucho que desear; por eso, servían como una barrera. No solo protegían del polvo, sino que también ayudaban a reducir la propagación de gérmenes y olores desagradables.
La higiene bucal se componía de una tenaza y un poco de whisky. La falta de recursos hacía que la salud bucal no fuera importante. No era fácil encontrar una sonrisa impecable. Los cepillos de dientes eran un lujo y, para muchos, limpiarse no era un hábito. Ante problemas como caries o endodoncias, los tratamientos no eran sofisticados. El método preferido consistía en que los barberos o incluso los herreros extrajeran el diente con una tenaza.
La única opción disponible para calmar el dolor era con una buena dosis de whisky. La mayoría de la gente no tenía papel higiénico. En el lejano Oeste, la gente tenía que ser creativa para ir al baño. El papel higiénico no existía, así que recurrían a las hojas del maíz o páginas arrancadas de revistas. No fue hasta 1857 cuando Joseph Gayetty introdujo el «papel medicinal», pero se vendía por cuadrados. Recién en 1890, llegó en rollo, junto con la invención del portarrollos. Y en la década de 1920 se generalizó su venta. Aun así, el lejano Oeste contaba con prácticas poco higiénicas en los cuartos de baño.
La sorprendente verdad sobre las duchas. En el terreno polvoriento del oeste norteamericano, la limpieza adquiere un significado totalmente nuevo. Los pioneros y los vaqueros tenían la peculiar idea de que bañarse con demasiada frecuencia podría ser perjudicial para la salud. Temían que los dejara vulnerables a las enfermedades. Sin embargo, la realidad distaba mucho de ser ideal. Con un acceso limitado al agua limpia, los colonos no podían higienizarse con regularidad. Poco sabían que su reticencia a lavarse tendría graves consecuencias. Los vaqueros, vestidos con la misma ropa día tras día, eran víctimas de infecciones fúngicas persistentes.
Los barberos solían dar consejo sobre hábitos de aseo personal. Retrocedamos en el tiempo hasta el viejo Oeste, donde los barberos ocupaban un lugar especial en la sociedad. Se los consideraba personas bien informadas, que no solo proporcionaban cortes de pelo, sino también consejos sobre higiene. Sin embargo, sus recomendaciones no siempre eran las mejores. Aunque los aplaudimos por promover el aseo personal, algunas de las prácticas y productos sugeridos, como el uso de ciertas lociones, no eran eficaces. No obstante, los estatus en la comunidad, se mantuvo alto por mucho tiempo. Incluso las mujeres acudían a ellos para que las orientara en sus rutinas de belleza.
El agua limpia para beber y ducharse era difícil de conseguir. Tener agua corriente no era más que un sueño. A medida que Estados Unidos se expandía hacia el oeste en el siglo XIX, la mayoría de las regiones carecían de una infraestructura hídrica adecuada. Sin embargo, las zonas más desarrolladas disfrutaban de los sistemas de riego y filtrado. Aventurarse en territorios inexplorados significaba dejar atrás ciertas comodidades, como ducharse, lavarse los dientes e incluso beber agua fresca. Por lo tanto, una de las soluciones era recoger el agua de la lluvia; de lo contrario, beber agua y asearse era una tarea difícil.
La mayoría de los hombres llevaban el pelo largo y sucio. Los peinados de los hombres se convirtieron en algo más que una simple declaración de moda: revelaban la historia de un viajero. Muchos evitaban cortárselo porque viajaban con frecuencia. Así que el largo del pelo era la representación del tiempo que llevaban de viaje. Y lo más probable, tampoco se duchaban. Imagínate lo mal que les olía el pelo. Pero esto es solo el principio; sigue leyendo para conocer los detalles más asquerosos del lejano Oeste.
El mercurio se usaba para combatir la sífilis. Hubo un tiempo en que una terrible epidemia conocida como sífilis se extendió como pólvora entre la población. En la búsqueda de un remedio, los médicos recurrieron a una sustancia: el mercurio. Y, a pesar de los graves efectos secundarios, los pacientes lo soportaban. Este tratamiento imprudente solía durar años y causaba sufrimientos a los pacientes. Sin embargo, la gente estaba convencida de que funcionaba. Úlceras, pérdida de dientes e incluso insuficiencia renal eran solo algunas de las devastadoras consecuencias. Fue una época aterradora para tratar cualquier problema de salud.
Los jabones se hacían con grasa animal. En la actualidad, tenemos muchas opciones de jabón para elegir. Sin embargo, durante esa época, la selección era mucho más limitada. Pero eso no significó que se prescindiera de ellos. Sus jabones tenían una receta sencilla. Compuestos de grasa animal, lejía y agua, e infundidos con hierbas para perfumar. Aunque suene asqueroso, la gente se lavaba el cuerpo con jabones de grasa animal.
La gente escupía tanto que tuvo que prohibirse. En las tabernas, escupir tabaco era algo habitual. Se colocaron escupideras por todos lados, pero eso no solucionó el problema. Los suelos se cubrían de serrín para absorber la saliva, y lo que creaba un caldo de cultivo para los gérmenes. Se convirtió en un foco de enfermedades respiratorias como la neumonía y la tuberculosis. Para empeorar las cosas, había viajeros que alquilaban habitaciones arriba de este caos. Algunos lugares llegaron a promulgar leyes donde se prohíbe escupir, especialmente en las estaciones de tren, e imponían fuertes multas y penas de prisión a los infractores.
Un espectáculo era un caldo de cultivo de gérmenes. En el siglo XIX, en medio del éxito del espectáculo de Buffalo Bill, la situación tras bastidor ponía de manifiesto las condiciones insalubres en que vivían los artistas. Detrás de las deslumbrantes actuaciones, el espectáculo no podía mantener una higiene adecuada. Aunque se esforzaban por mantener la limpieza, los polvorientos escenarios y los abarrotados campamentos eran el caldo de cultivo perfecto para las enfermedades. Si bien este espectáculo cautivó la imaginación de muchos, también su historia sirve como recordatorio de las prácticas insalubres que prevalecían en aquella época. Sigue leyendo para descubrir más hábitos que nos alegramos de que hayan quedado en el pasado.
*Comunicadora Social – Periodista. Investigadora y Gestora Cultural
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