Fabian pinzon beltran

Por: Fabián Pinzón Beltrán*

En diciembre de 1982, hace 41 años, el escritor Gabriel García Márquez le dio a Colombia el honor más grande que jamás haya recibido con el premio nobel de literatura. El mundo entero volteaba la mirada hacia el país del hombre que nos había enseñado el Realismo Mágico y que con sus historias no solo visibilizaba a un país sino a un continente, que no era tenido en cuenta para darle la importancia que tiene en la historia de la humanidad.

En ese año 82, comenzando apenas la década que marcó el salto del país rural y parroquiano a la aldea global de hoy en día, la juventud latinoamericana se interesó por este escritor que nos narraba de una manera muy poética y a la vez sencilla el devenir de un pueblo llamado “Macondo” en el que ocurrían muchas historias que pasaban en cada terruño que nos vio nacer. Era común tener a un anciano héroe de la guerra de los mil días en la familia o entre las de nuestros amigos, ver la llegada de los gitanos y extasiarnos con su exotismo, conocer un José Arcadio aventurero que iba y venía y que cuando venía contaba sus andanzas de tierras irreconocibles para nosotros, una Remedios la bella que nos robaba el sueño a todos los que la veíamos en el parque y en las páginas del libro. Tuvimos el privilegio de leer a Gabo y a otros muchos autores que marcaron nuestra época, razón por la que crecimos identificados con esa prosa portentosa que le dio y nos dio la gloria

Fue curioso, cuando anunciaron su muerte el 17 de abril de 2014, observar algunas reacciones de personas que tienen alguna influencia en nuestra vida política y periodística. Muchas son las voces que se han alzado en contra de Gabo por su amistad con Fidel Castro, sin detenerse a profundizar en el significado del escritor para Colombia, Latinoamérica y el mundo, pues nos presentó en todo el planeta mostrándonos como la tierra del Realismo Mágico, que no es otra cosa que nuestra realidad con sus caras tristes, trágicas, valientes y felices. Con una especie de excomunión algunos condenaron a García Márquez al infierno, sin darse cuenta que, ellos están condenados a cien años de ignorancia al mostrar esta posición irrespetuosa y, porque no decirlo, ridícula.

Por otra parte, Salud Hernández en una columna de El Tiempo criticó al nobel por haber abandonado su natal Aracataca y no haberle gestionado servicios como acueducto o salud en un escrito, eso si muy respetuoso, pero profundamente errado si tenemos en cuenta que el papel de Gabo fue escribir, la obligación de satisfacer las necesidades de los habitantes de su pueblo es del Estado. Ni más faltaba que para que a cada municipio olvidado de Colombia le lleven los servicios necesarios sea menester que en cada uno de ellos nazca un premio nobel o una celebridad, eso si sería la tapa del abandono y de la desidia estatal, el realismo mágico del absurdo. Cuesta trabajo escuchar o leer a estas famosas personas criticar sin la fuerza de un buen argumento, sin la contundencia que tiene la verdad y sin la honestidad que debe caracterizar a quienes representan una sociedad. García Márquez para infortunio de quienes lo rechazan si tuvo responsabilidad social al intervenir para la liberación de presos políticos o lanzar puentes para que mandatarios antagónicos como Clinton y Castro se sentaran a dialogar. Me extraña que sus críticos no sepan estos detalles.

Lo qué si nos debe preocupar, mucho, es el promedio de lectura de un colombiano de dos libros por año, es un nivel muy bajo, no solo de las obras de Gabo sino de la literatura en general. Tal vez si en los hogares, sobre todo en los hogares y en las escuelas nos preocupáramos más por incentivar el hábito de lectura en los niños y en los jóvenes habría menos fanáticos y más pensadores libres. Yo respeto mucho la opinión de los demás siempre y cuando sea una opinión considerada, creo que lo único que no merece respeto es, precisamente, el irrespeto.

No pierdo la esperanza de encontrar algún día a aquellos irrespetuosos en un muro de facebook, una cafetería del parque de Moniquirá o una biblioteca de cualquier lugar conociendo el hielo, conversando en Macondo con Melquiades, tratando de evitar la muerte de algún Santiago Nassar, huyéndole al cólera pero no al amor, ese día ellos mismos estarán buscando su segunda oportunidad sobre la tierra, esa, que como dijo alguien, no tuvo la estirpe desgraciada del Coronel Aureliano Buendía.

Colombia ha presenciado el reconocimiento al escritor, al hijo de un sencillo telegrafista, al hombre que le cupo Colombia, América y el mundo en la cabeza y redujo todo ese universo a las sencillas y poderosas calles de Macondo. Gabo, gracias por enseñarnos a tejer nuestros sueños.

*Comunicador Social. Abogado. Columnista Invitado

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