MÉDICO HERNANDO RAFAEL PACIFIC GNECCO

Por: Hernando Pacific Gnecco*

Cada 6 de enero se celebra la fiesta de los Reyes Magos y la Epifanía, conmemorando la visita al Niño Jesús de Melchor, representante de Europa, Gaspar de Asia y Baltasar, africano; las perfumadas resinas de incienso y mirra acompañan al oro de noble estima que entregarán al recién nacido. Purificarán y santificarán el ambiente, las oraciones atraerán bendiciones y protección divina; el linaje real, la divinidad y la majestad de Jesús estarán representadas por el oro, según afirma el evangelista Mateo. Aun cuando no aparecen sus nombres ni su condición, se estima que eran personas pudientes; la iconografía del siglo III menciona entre dos y doce personajes. Para el siglo VI los nombres actuales se mencionan en el mosaico de Apolinar el Nuevo de Rávena. Pero Gaspar y Baltasar cambian el color de su tez en el siglo XV DC para representar a tres continentes. ¿Eran magos o sacerdotes? La palabra “mago” podría proceder del persa o del griego; en cualquier caso, parece significar sacerdote que estudiaba las estrellas para buscar a Dios, hombres sabios.

Colombia tiene una identidad religiosa impuesta por los conquistadores españoles, la cristiana. Por ello, cada seis de enero se celebra esta fecha de manera festiva. Según el Archivo de Bogotá, la Fiesta de los Reyes Magos y la Epifanía nació en 1914, pero es probable que su inicio aparezca en épocas anteriores; no hay datos que lo confirmen. Bogotá celebra esta fiesta religiosa en La Candelaria; es una tradición centenaria. Se trata de una fiesta litúrgica muy antigua, original del Oriente, siglo III, que se trasladó a Europa en el siglo VI. En el mundo hispanoamericano se celebra con distintas ceremonias y rituales. En España, el 5 de enero se entregan los regalos que los niños piden a los Reyes Magos. Baranoa realiza en vivo una escenificación de esta festividad. En varios países se desmonta la Navidad ese día.

En medio de esa hermosa celebración, no debemos olvidar una conmemoración más terrenal, más dolorosa, oculta por del jolgorio de la fiesta: el Día Mundial de los Huérfanos de la Guerra. Es paradójico: la bendición de la llegada del Niño Jesús el mismo día de la triste conmemoración de los sufridos niños. Esta efeméride busca crear conciencia acerca de uno de los mayores desastres de las guerras: la orfandad en plena infancia. La Segunda Guerra Mundial -la más letal de todos los tiempos- dejó entre 40 y 60 millones de personas y varios millones de niños desamparados, sin padres ni familiares, sin techo, alimentos o educación, según estima la UNICEF. Un caso más dramático fue el de los niños judíos que veían morir a sus padres en los espantosos campos de concentración. Algo parecido ocurrió en la época de la esclavitud: las familias que llegaban a Senegal para ser enviadas a otros países eran separadas, niños o adolescentes incluidos: la muerte en vida. La crueldad humana con los tenebrosos rostros de la codicia y la violencia.

La UNICEF se pronuncia con “La infancia como zona de paz”, pero poco puede hacer por ellos; sí, los derechos fundamentales de los niños incluyen el derecho a la vida, a tener una familia, a una infancia protegida, salud, educación y al libre desarrollo de la personalidad. Pero la guerra es una máquina cruel de violación de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario. No valió el intento de humanizar la guerra: esta, en sí misma, saca lo peor de la humanidad; la protección de los civiles no existe.

La Convención de Ginebra y la obligación de proteger a las víctimas es letra muerta, otra víctima de los conflictos. La Convención de la Haya no obstaculiza el saqueo de tesoros y obras de arte; además, se pasan por la faja la participación forzada de niños en la guerra. Palestina sabe lo que significa la violación de cuanto derecho se haya escrito. Y los niños cuentan entre las víctimas fatales más numerosas.

 *Médico Cirujano. Especializado en Anestesiología y Reanimación. Docente Universitario. Conferencista. Columnista

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