ANTONIO POU

Por Antonio Pou*

Las limitaciones del camarero con las que comenzaron estas líneas son también limitaciones del pensamiento racional y es el pensamiento intuitivo, global, propio del hemisferio derecho, el que las desbloquea. Los avances en comprensión suceden cuando el liderazgo lo ejerce el hemisferio derecho, de forma suave, a su aire, y la parte racional se pone a su servicio, no al contrario. Es la única manera que tenemos de entender la complejidad como un todo y poder hacer algo con esa comprensión. Es como lo que he dicho de mover el brazo para alcanzar un vaso y luego agarrarlo con los dedos. La comprensión sucede por la interacción de ambos hemisferios cuando funcionan con la cadencia de alternancia adecuada. Para eso se necesita una educación específica, que desarrolle armónicamente los dos hemisferios.

La mente colectiva de esta civilización se empeña tozudamente en fomentar el desarrollo del hemisferio izquierdo, dejando al derecho para que se ocupe de asuntos complementarios, como el arte. Pero con esa mentalidad nunca conseguiremos un desarrollo sostenible, porque nuestro sistema de funcionamiento habitual se parece al de aquel sabio que estudiaba una mosca a base de desmembrarla en sus partes esenciales y luego argumentaba: “Es evidente que aquí están todos sus componentes, no falta ninguno, pero, ¿a dónde se fue la mosca?”.

La solución no está en enseñar obligatoriamente arte a todos los ciudadanos. Tener multitudes de magníficos artistas, aparte de que probablemente sería un mundo más agradable de habitar, no resolvería el problema de cómo abordar la complejidad de la naturaleza y nuestra supervivencia dentro de ella. Se trata de entender sus procedimientos y remar en la misma dirección, lo cual es imposible mientras que rememos únicamente con el remo izquierdo (en realidad sería el derecho porque los cables de los dos hemisferios se entrecruzan en el cráneo y controlan el lado contrario del cuerpo). Por ahora, la solución que se le ocurre al izquierdo es remar aún más fuerte.

Los intentos heroicos de la educación ambiental, generalmente se dirigen mirando al pasado, añorando un mundo más natural (incluso, en los más extremistas, excluyendo a los humanos). Pero nosotros somos naturaleza, somos el más avanzado de sus primates. Lo que corresponde es usar los procedimientos cognitivos que la naturaleza ha implantado en nosotros y aprender a usarlos para generar una situación estable, tanto en nuestro mundo urbano como en el resto de la naturaleza, que cumpla con la función que se venía haciendo de mantener al planeta en estado habitable, saludable y capaz de amortiguar las amenazas constantes que proceden del espacio exterior y del interior terrestre. Me refiero a las variaciones en el comportamiento del Sol, meteoritos, viento solar, galaxia, así como toda la endiablada dinámica terrestre. Aunque la atmósfera, la lentitud de algunos de esos procesos y nuestro descuido e irresponsabilidad, los vele de nuestra mente habitual, ellos siguen ahí, actuando sobre la naturaleza —y por tanto sobre nosotros, constantemente, minuto a minuto.

Ese incremento del desarrollo del hemisferio derecho no puede estar pensado y regulado por el izquierdo, porque es de una naturaleza diferente. En culturas anteriores, en mayor contacto con la naturaleza, probablemente el hemisferio derecho era el más desarrollado. Tras el descubrimiento de las pinturas realistas de Altamira (Cantabria, España) y las de Lascaux ((Dordoña, suroeste de Francia), ambas de unos 16.000-17.000 años de antigüedad, se creyó que las pinturas esquemáticas de Tassili (en el desierto argelino) eran muy anteriores porque a sus autores les faltaba capacidad y todavía no habrían descubierto el arte de la pintura. Pero en realidad, las de Tassili tienen menos de 10.000 años. La incomprensión aumentó cuando se descubrieron hace no muchos años, otras pinturas realistas, similares a las de Altamira y Lascaux, en la Grotte Chauvet (río Ardèche, en el sur de Francia) y que son de hace 36.500 años. La calidad y concepción de esas pinturas realistas son equivalentes a las de los mejores pintores actuales.

Aquellos pintores del Magdaleniense eran cazadores-recolectores, habitando permanentemente espacios con poca huella humana. Los de Tassili, eran gente del Neolítico, pastores y agricultores, con territorios estructurados y sociedades complejas, que generaban la necesidad de comunicar conceptos. Por tanto, probablemente requerirían de un mayor uso del hemisferio izquierdo que el mundo de los cazadores-recolectores, que tenían que vivir interpretando permanentemente la complejidad del medio. Me los imagino usando al máximo el hemisferio derecho, y sus pinturas no serían “arte” en el sentido que ahora le otorgamos a esa palabra, sino elementos de la expresión habitual de su pensamiento y comunicación, que podían ser tan rigurosos como nuestras fórmulas matemáticas. Ahora, en el siglo XXI, necesitamos poner en marcha los dos hemisferios, y a pleno rendimiento, para salir del enredo actual.

Hay personas con predisposición genética a funcionar más con un hemisferio que otro, pero siempre se puede fomentar la parte que tiene menos protagonismo. Lo ideal es que ambos se estimulen y coordinen desde la infancia, pero como para eso haría falta que la sociedad ya supiese hacerlo, y eso no ocurre, no queda otra que levantarse del suelo tirando de los cordones de las botas, como dicen los anglosajones. Esa coordinación sería una pieza clave de la educación para la sostenibilidad, pero no es la única pieza sobre la que habría que actuar, porque interviene también el mundo emocional, y ese va por otros caminos. En todo caso, el optimizar el funcionamiento de hemisferio derecho puede influir positivamente en el control de las emociones.

Desde la más remota antigüedad se ha venido promocionando el desarrollo del hemisferio derecho a base de un procedimiento genial: los cuentos. Ahora los entendemos como fantasías propias de la niñez y como uno más de los géneros literarios, pero los cuentos pueden ser tan funcionales como puedan serlo las fórmulas químicas y matemáticas, aunque se disfrutan mucho más. Están en todas las culturas, y se han conservado como joyas, pero en la cultura occidental los hemos modificado para sacarles provecho de hemisferio izquierdo. Por ejemplo, esperamos de los cuentos alguna conclusión, alguna moraleja, que sirvan para algo, además de entretener. Andersen y los hermanos Grimm modificaron la estructura de cuentos tradicionales para adaptarlos a la forma de pensar de su época, y los descafeinaron. En estos años los cuentos están de moda, pero la gran mayoría no sirven para la funcionalidad a la que aquí me refiero.

Los cuentos que sirven para algo más que entretener y espolear a la imaginación, suelen tener cientos o miles de años de antigüedad. La estructura básica de muchos de ellos se repite de unas culturas a otras, aunque los protagonistas y los detalles sean diferentes. Por ejemplo, en vez de ser una mujer con un cántaro de leche, es un hombre con un puchero de miel.

Una característica de muchos cuentos clásicos es su carácter poco nítido, como sin acabar. No dejan entrever claramente qué es lo que pretenden, y no a todas las personas les satisfacen. El mundo de la certeza y el raciocinio no suele penetrar en el mundo de los cuentos, que sigue su propia línea mental. La alegoría es el medio en el que se desenvuelven los cuentos, disfrazados de ensoñación. Es frecuente que los cuentos, a parte de su capacidad de entretener, mantengan simultáneamente varios niveles de comprensión, de forma que todas las personas, independientemente de su edad, género o formación, pueden encontrar algo nutritivo en ellos.

Tampoco funcionan con mecanismos de causa-efecto ni actúan sobre la persona de forma instantánea. El método consiste en que se escondan en algún rincón de la mente y allí esperan pacientemente hasta que un día se da una circunstancia que viene al pelo, y entonces afloran como un flash, aportando certidumbre analógica, coherente en su completitud, que puede suplir con creces a un sesudo tratado académico. Nunca se sabe si los cuentos van a funcionar en nuestra mente, ni cuándo lo harán. En la antigüedad, lo habitual era que la gente supiese muchos cuentos (comida para el hemisferio derecho), y muchos proverbios, dichos y consejas (comida para el hemisferio izquierdo), y en eso consistía la educación del vulgo. Hoy eso ya casi ha desaparecido, aunque todavía se pueden ver cuentacuentos de ese estilo en sitios como la plaza Jemaa el-Fnaa, en Marrakesh (Marruecos).

La estructura de muchos de esos cuentos tradicionales aún puede ser de gran utilidad, pero necesitan ser transpuestos a las circunstancias y necesidades del mundo actual. El objetivo general de esos cuentos es el ser capaces de burlar la vigilancia e intromisión del hemisferio izquierdo. Una técnica clásica es la de las Mil y una Noches, en la que Sherezade anida cuentos para impedir esa intromisión, con la clara intención de bloquear la mente del camarero, porque de lo que se trataba no era pedir un café, sino de conseguir un día más de vida.

Cada cultura desarrolló, o adaptó, su propio repertorio de cuentos y una gran parte de ellos han llegado hasta nosotros. Están ahí a nuestra disposición, esperando a ser transpuestos a nuestras circunstancias y necesidades, lo cual en absoluto es una tarea fácil. Más difícil aún es inventar nuevos cuentos, porque son estructuras complejas que ha llevado tiempo construirlas y testar su eficacia. Los cuentos de inspiración ambientalista que han llegado a mi conocimiento, o los muchos cuentos que se escriben cada día, pueden ser entretenidos (deben serlo para que perduren en el tiempo). Sin embargo, todos los que he visto carecen de calidad y sentido, o son víctimas del hemisferio izquierdo y no sirven para desarrollar el hemisferio derecho.

Dado que la cultura actual está fuertemente dominada por el hemisferio izquierdo (con fuerte apoyo de lo emocional), no creo que vaya a ser fácil —o posible, un esfuerzo colectivo para desarrollar el hemisferio derecho. No debe ser hecho intentando reducir el papel del izquierdo (si lo hacemos se nos come el tigrecito), y lo más probable es que la mentalidad hemisferio izquierdo bloqueara los posibles intentos, o los fagocitara. Lo primero que es necesario es comprender la necesidad de incrementar la eficacia de nuestros cerebros, o al menos, intentar ponerlos en marcha de forma colectiva, porque, al menos yo, los noto un tanto oxidados. Pero para todos aquellos que no ven salida a la situación actual, a todos esos que ven el futuro muy oscuro, yo les diría que busquen, que hay mucha luz por ahí para encender candiles.

*Profesor Honorario, Universidad Autónoma de Madrid. Columnistas Invitado

TEMA ENLAZADO: DOS FUNCIONES Y UN AMBIENTE (I)

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