Por: Saúl Alfonso Herrera Henríquez*
El hacer y quehacer político soportado en una ciudadanía sensata debe ser sin duda una de las formas mejores de integrarse a la comunidad, bajo la idea, gloriosa por demás, que el poder debe y tiene que crear las condiciones suficientes y necesarias para avanzar, prosperar, salir avante. Qué a pesar de todos los obstáculos, está la esperanza. Que normatividad e instituciones reemplazarán barbarie, deshonestidad, corrupción y picardía. Qué la paz tiene que ser el resultado de la mejora que eligieron nuestros predecesores, aquellos que plantearon a costa de su vida, el desafío de ser un territorio libre. Es confianza racional que tengo, como aspiro y espero prospere como debería y tendría que ser.
No obstante, surge la desconfianza, no como una queja, sino como esa evidencia plena que mientras no se entienda que es tarea del Estado servir, no habrá democracia. De la certeza que en las condiciones de un país plagado de corrupción y populismo, no habrá poder que cumpla y responda. Lo que traduce y es vigente, que la ley y su racionalidad son quimeras. Que la seguridad jurídica es acápite anodino de una mala narrativa, una vil embuste y una repetida mentira.
Nos lleva lo cual definitivamente, al aserto y ratificación que la desconfianza no es queja, sino lógica conclusión que anega el ánimo de cualquier persona que observe cómo pululan crimen y corrupción. Cómo la política apenas sirve para ventilar disputas y afianzar componendas, mientras nos disolvemos. Desconfianza ante estructuraciones inoperantes, ineficientes, ineficaces, y narrativas que niegan verdades. Desconfianza frente a un Estado en el que es cumbre la incompetencia y un sistema que corona disparates y el cálculo de los intereses particulares por encima de los superiores de la colectividad.
Surge la desconfianza, ya que al entregar parte de nuestra libertad a un Estado que cobra impuestos y entrega palabrería y promesas. Surge la desconfianza debido al desfile interminable de personajes que hablan sobre todo y engañan sin sonrojarse. Surge la desconfianza, por la bazofia barata que todo lo inunda y solo deja espacio para la indignación que cada día más raudamente camina.
No han querido entender, que la confianza es el mortero donde se articula y armoniza la sociedad. El valor fundante que define el vínculo… vecinos/amigos/prójimos. Empleadores/trabajadores. Profesionales/clientes. Servidores públicos/ciudadanos que demandan sus servicios. Que la confianza explica la obediencia a la autoridad y sustenta la legitimidad del ordenamiento jurídico. Si no hay ese vínculo moral, la sociedad es ficción y el Estado una mentira. No es dictar más leyes, firmar más tratados, ni convocar inversionistas. Restablecer la confianza es, hoy más que siempre, tarea inmensa, ya que supone entender la magnitud del drama, asumir que el sistema está desbordado; y, qué sin una inmensa dosis de sensatez, compromiso y responsabilidad, la gente seguirá envenenándose de odio, miedo, frustración y desesperanza.
Definitivamente la confianza se restablecerá si hay el testimonio que autoridades, gobernantes, dirigentes, líderes, ediles, concejales, diputados, legisladores, mandatarios, jueces, magistrados, existan más allá de la palabrería y que el poder sea realmente leal con las personas.
Saúl Alfonso Herrera Henríquez. saulherrera.h@gmail.com – Abogado. Especializado en Gestión Pública. Derecho Administrativo y Contractual