Por: José Manuel Herrera Brito*
Incursionando un tanto por los meandros de la filosofía, que es el conjunto de reflexiones sobre la esencia, las propiedades, las causas y los efectos de las cosas naturales, especialmente sobre el hombre y el universo, como también el conjunto sistemático de los razonamientos expuestos por un pensador; encuentro que dijo alguien, asistido y nunca desprovisto por la razón, que la política, desde luego que la bien y mejor entendida, y el derecho, se implicaban y complicaban, pero que no se confundían; tal vez lo cual, por cuanto primero nació el derecho y mucho después, amén de un lento avance cultural, la democracia, que en su devenir en decir de muchos, no hemos dejado de mejorar, a pesar que otros sostienen lo contrario; esto es, que la hemos desvirtuado.
La norma es esencial a la condición humana, ya que donde hay sociedad, hay derecho. Igualmente, se sostienen la idea que no hay una ética universal y otros quienes creen en los principios inmanentes al hombre, cualquiera que sea el motivo del consenso, en la objetividad de los valores, quienes al parecer han ganado la partida, lo que podemos ver reflejado en el hecho cierto que la La globalización nos pide una nueva agenda y nos ofrece un enmienda en el convencimiento que nuestro hoy requiere un manual; más, por cuanto todo lo que hemos vivido de alguna forma ha estructurado una doctrina humanista a la que suman cuestiones consideradas de suyo fundamentales, como es el decir que todos los intelectuales serios de nuestro tiempo están acordes en afirmar que vivimos en una sociedad estructuralmente injusta.
Igualmente, insisten algunos en la idea que les parece que el mundo actual no ha experimentado en gran dimensión una educación para lo armónico, al no creer que es lo armonioso fuente inagotable de luz, ciencia, calor y consuelo para el hombre y la sociedad, razón por la que sobren eruditos y falten sapientes, en el entendido y la comprensión que si se quiere formar una comunidad de naciones justa y equitativa, hay que retornar a los principios del derecho natural, por lo que se ha propuesto una verdadera superación del Estado liberal de derecho para sustituirlo por el Estado social de derecho, debido a que la civilización centra el orden jurídico sobre la idea de la dignidad humana; y, que la libertad individual debe ser sustituida por la igualdad esencial del hombre, sin carencias de las desigualdades accidentales; todo lo cual para cumplir nuestro destino natural y espiritual desde luego, por lo que creo firmemente que solo la democracia fomenta lo ético y permite al ciudadano ser el contralor social de la gestión estatal por lo que se debe hablar de una vocación democrática del hombre, ya que no se da una vocación humana para la autocracia.
Con los señalados planteamientos y adentrados en nuestra realidad, vemos como nuestro derecho navega errante en una mezcla de doctrinas contradictorias, aunada a la improvisación y a la demagogia jurídica, que es, además de perverso, aberración manifiesta, que da pie para que el populismo, sostenga, horror de horrores, que la democracia consiste en hacer lo que decide la mayoría, aun cuando sea contrario a la ley, conflicto que no ha dejado de darse en la historia de la humanidad y vemos como se pretenden en muchas latitudes, para no decir que en la nuestra, acciones a este tenor, lo que hace necesario acudir a los filósofos del derecho y la política.
No hay que olvidar jamás ni nunca que sin orden no hay democracia y que sin respeto (ojalá reverencial) a la autoridad legítima se tiende a la barbarie, por lo que no debemos enredarnos en simulacros de debates inútiles y estériles, sino retomar de la normatividad jurídica su inalterable observancia; por ello, obligación debería ser robustecer nuestra cultura, soportada en valores, lo que es, además de necesario, urgente, lo que impone que, antes que la democracia directa, interesa potenciar la democracia representativa.
No obstante, existe un derecho a la desobediencia que nos viene desde el S XVI, pero es derecho que le corresponde al pueblo ante las decisiones injustas del gobernante y no, como se quiere hoy, una atribución del jefe de una institución porque, conforme a su criterio, se siente el dueño de la verdad. Definitivamente vivimos tiempos borrascosos. Menos mal hay principios que nos cuales faros lumínicos dan luces para reencontrar nuestras cualidades de ciudadanos para asumir en verdad los deberes que nos corresponden; en síntesis, derecho y democracia no son un dilema, razón por la que no tenemos que optar por uno en detrimento del otro; o se salvan juntos o perecemos todos. saramara7@gmail.com