MÉDICO HERNANDO RAFAEL PACIFIC GNECCO

Por: Hernando Pacific Gnecco*

En la actual campaña presidencial han resurgido expresiones que suenan contrapuestas, usadas como argumento para atacar al opositor. Democracia, populismo, demagogia y un sinnúmero de vocablos cuyo significado, me temo, no conoce la gran mayoría de quienes los utilizan, a veces con perversidad. La verdadera democracia da para esto y mucho más, pero la pedagogía para entenderla y aplicarla se antoja urgente.

En la antigua Grecia, siglo V AC, la población libre de Ática se dividía en tres clases sociales: geomoros (campesinos), demiurgos (artesanos) y eupátridas (bien nacidos, aristócratas). Además, los metecos (extranjeros residentes en Grecia), esclavos y mujeres, todos estos ciudadanos sin derecho de gobernar. En las nacientes polis (ciudades griegas) aparecen las primeras asambleas; solo participaban varones libres, quienes se alternaban los cargos, y la soberanía pertenecía a la asamblea. Roma aporta el senado, encargado principalmente de ratificar las leyes votadas en los comicios, y dirigir la política exterior, las finanzas y la religión. El crecimiento y la consecuente complejidad de las ciudades en el medioevo llevan a la creación de los ayuntamientos, en los cuales todos los estamentos sociales tenían representación.

El concepto soberanía del pueblo sería recogido y desarrollado posteriormente por pensadores como Hobbes, Locke y Rousseau. En las épocas monárquicas, La República de Dos Naciones (Mancomunidad Polonia-Lituania) señala un camino para la democracia moderna: limitan el poder monárquico mediante las leyes y las cámaras legislativas. La independencia de los Estados Unidos, la Revolución Francesa y la Independencia Hispanoamericana vigorizan la nueva democracia. En 1911, el Parliament Act de Inglaterra consolida la supremacía de la Cámara de los Comunes sobre la Cámara de los Lores; el pueblo se acerca al poder democrático. El equilibrio de los poderes reparte la autoridad equitativamente. La verdadera democracia exige el pleno respeto de los derechos fundamentales, el derecho al voto, la libertad de expresión y libertad de acción política.

El populismo busca atraer a las clases populares. No es un movimiento político ni tiene identificación ideológica. Se trata de una estrategia política que promueve el rechazo a los profesionales de la política y la desconfianza en las instituciones, hay diálogo directo con las bases sociales, liderazgo caudillista y retórica nacionalista, patriótica. En la misma bolsa caben personajes tan disímiles como Trump, Chávez o Macron. Populismo practican por igual la derecha, la izquierda o los centristas. En general, reivindica el papel del estado como defensor de los intereses del ciudadano, pretende la justicia social y el bienestar del pueblo. En su forma peyorativa, el populismo utiliza el gobierno para obtener la simpatía popular a costa del Estado democrático, buscando así mantenerse en el poder. Izquierda y derecha populistas actúan de manera similar para imponer y preservar sus políticas. En el sentido positivo, el populismo pretende devolver el poder a los ciudadanos y limitar el de las élites apoderadas del estado.

Aristóteles definió a la demagogia como una corrupción de la democracia. Sostenía que los gobiernos demagógicos subordinan la ley al capricho del gobernante apoyados en el halago a los ciudadanos, pues dan importancia suprema a las emociones y orientan su acción en función de las mayorías que les siguen. El pensador griego define al demagogo como “adulador del pueblo”.

¿Suena conocido? Varias de las principales campañas actuales, más allá de ideologías y programas, mezclan demagogia y populismo; pocas escapan a ello. Como el factor emocional pesa mucho en la decisión del votante, halagar el oído del elector es tarea de estrategas y publicistas, a veces con mensajes elegantes pero vacíos, denigrando frecuentemente del rival más probable. Hay promesas de improbable implementación que viran como veletas. La democracia real queda relegada a planos secundarios y el verdadero poder del pueblo se desvanece en las intrincadas marrullas politiqueras y torcidas legislaciones. Lejos estamos de la verdadera democracia y más nos parecemos al feudalismo medieval.

Es menester, antes de sufragar, separar populismo y demagogia de los verdaderos contenidos de programas y plataformas, de la coherencia política, de nuestras verdaderas necesidades que no las ambiciones de los politiqueros, y apartar las emociones para dar paso a la razón. Votemos coherentemente según nuestras verdaderas convicciones, no empujados por el populismo o la demagogia. Hay que proteger la verdadera democracia. El Estado somos todos los ciudadanos, no la propiedad privada de los politiqueros en busca de lucro.

*Médico Cirujano. Especializado en Anestesiología y Reanimación. Docente Universitario. Columnista hernandopacific@hotmail.com

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