Por: José Manuel Herrera Brito*
Mucho de la problemática de lo que hoy nos pasa y viviendo estamos es algo que nos viene preocupando de tiempo atrás. Ha sido la nuestra una democracia construida y soportada sobre la base de un excesivo protagonismo estatal en el crecimiento económico venido de la mano de un evidente presidencialismo, así como de un detestable y nada eficaz centralismo fiscal. Decenios de medidas económicas inadecuadas, adopción irresponsable de los ideales del Estado bienestar y la captura de la regulación estatal por intereses particulares especiales, han signado la interacción de nuestro Estado con la economía en una fórmula perversa que ha combinado ingredientes peligrosos.
Ha sido el nuestro un Estado paternalista e intervencionista en los órdenes regulatorio y fiscal, lo que ha propiciado un inicuo populismo en lo fiscal, laboral e industrial; y soportado en la premisa que el Estado todo lo puede y todo lo debe. Vivimos un profundo como pernicioso asistencialismo plagado de programas que implican aportes monetarios unos y créditos de fomento no condicionados otros, los cuales nunca son auditados de manera transparente en sus efectos; ya que, si bien se inician, otros se abandonan y los más perviven en las oscuridades de una frondosa burocracia mal entendida que los administra y se vuelve “indispensable” en un mundo de pavor político o manipulación electoral. Los subsidios nunca mueren entre nosotros, siguen creando burocracia, eliminarlos llevan a enfrentarse con alguien y la más de las veces su reparto beneficia las maquinarias de partidos, grupos y movimientos políticos desde lo local a lo nacional.
Este absurdo paternalismo nos ha dejado con un régimen laboral insostenible que impide la competitividad nacional, destruye la capacidad exportadora de valor agregado, fomenta una inequitativa informalidad que de paso deteriora nuestra seguridad social; y, deja en estado lamentable la productividad de nuestra mano de obra. Industrialmente hablando, el claro propósito de intervención estatal poderosamente asentado en el presidencialismo institucional, que ha vuelto partidarios a nuestros empresarios de la ayuda del Estado que perciben y les ha abierto las compuertas a intereses muy especiales para crear desde el Estado mismo rentas atadas que distorsionan actividades esenciales y le restan amplia competitividad a nuestra economía.
El presidencialismo, con el que resulta cómodo y rápido operar el estatismo, da un poder sorprendente al gobierno en muchos frentes, crea una cultura de indecisión y mediocridad que daña el poder ejecutivo. El nivel central del Estado crece de manera proporcional a su ineficacia material para lograr sus fines esenciales y accesorios, que en nombre de miles de banderas y causas ha decidido intervenir con apenas eficacia para la debilidad de las poblaciones que costean al Estado y solo reciben de este promesas que se pierden en el vacío.
El centralismo fiscal es la respuesta facilista del presidencialismo a los iniciales descalabros financieros de la descentralización política y administrativa perfeccionada en la constitución del 91. Respuesta descocada en la medida en que el nivel central nunca renunció a muchas de las competencias que al tiempo entregaba a los entes territoriales, generando una hojarasca burocrática y devolvía inmenso poder de intervención del centralismo sobre municipios y departamentos; razón por la que la construcción de herramientas y perfiles de servicio civil que supuestamente aseguraran una mayor eficacia del poder del Estado en lo local nunca ha sido una prioridad política; puesto que la opción para los políticos se centra en el poco control del gasto y crecimiento desaforado de plantas provisionales y contratistas con los cuales se arraiga el poder para los políticos de turno, que mandatarios como el actual, perverso y amoral a decir de la mayoría de sus opositores, lo usan para plegar a su favor municipios y departamentos como castigo ante la distancia ideológica. El espíritu nacional empresarial debe liberarse sí o sí de la sujeción al Estado. Es unir velozmente propósitos en el sector financiero y demás otros que pertinentes sean en beneficio común, en la seguridad que se puede y no es del todo necesario el Estado para salir avante en tan especial propósito. saramara7@gmail.com