Por: Hernando Pacific Gnecco*
Preocupa que en pleno siglo XXI todavía se hable de “razas” humanas; intranquiliza cuando acompaña la palabra “superiores”. Estas manifestaciones nos remiten las atrocidades nazis o al tenebroso Leopoldo II de Bélgica, por mencionar a algunos monstruos. Causa total desazón cuando estos caducos conceptos provienen de personas con alta escolaridad; no dimensionan los enormes peligros que conlleva el racismo y la persecución social, llegando a extremos como los de “limpieza étnica”. Existe un temor infundado a otros grupos sociales por tener características diferentes como el color de la piel, procedencia geográfica, posición socioeconómica, lenguaje o religión diferentes. Y, aunque esto no es nuevo, el boom de las comunicaciones no ha resuelto el problema; por el contrario, lo agrava.
Si examinamos radiografías, material biológico o genético de diversas personas, no podemos distinguir el color de la piel, el lugar de nacimiento, su cultura o creencias. Más todavía: si tuviésemos enfrente varios cerebros, resultaría imposible determinar su lenguaje, inteligencia o nivel educativo; somos apenas una especie biológica más, con diferencias externas (fenotipo) y de comportamiento (educación y socialización) derivadas del acondicionamiento a determinados climas o geografías, o a necesidades específicas de supervivencia (determinismo medioambiental).
Desde los albores de la humanidad, unos pueblos han dominado a otras gracias a varios factores: la violencia, el comercio, el conocimiento y el consecuente desarrollo industrial. Las naciones que se convirtieron en potencias usaron simultáneamente estos elementos; la esclavitud de “pueblos inferiores” fue una derivación del dominio, pues la mano de obra era necesaria para expandir sus dominios. A partir de ahí, se justificó el avasallamiento de los pueblos sometidoLos primeros asentamientos humanos se lograron gracias al dominio de las plantas alimentarias y posteriormente de determinadas especies animales. Esto trajo como consecuencia los ataques de otras tribus en busca de alimentos y la necesidad de defensa. Ello implicó la creación de ejércitos para protegerse de dichos ataques. Posteriormente, para el desarrollo de poblaciones estructuradas se requirió mano de obra; consecuentemente, conquista de otras localidades, ejércitos más poderosos y tecnologías desarrolladas para mantener sus dominios; por ejemplo, carruajes, barcos o armas cada vez más sofisticadas y letales.
El racismo científico (una pseudociencia que apoya o justifica la discriminación, la inferioridad o la superioridad racial), hoy rechazado por las ciencias modernas, se basó en otras pseudociencias para “demostrar” las diferencias y la superioridad de unas determinadas etnias. Este disparate tuvo auge desde el siglo XVII hasta el final de la Segunda Guerra Mundial; inclusive, influyó en el derecho penal. Cesare Lombroso planteó que las causas del crimen estaban relacionadas con determinados rasgos fisonómicos. Se la creyeron, y algunos racistas y supremacistas aun creen en semejante estupidez. Escuela positivista, le llamaron, y fue apoyada por los reconocidos penalistas Enrico Ferri y Rafaello Garofalo.
La discriminación racial tiene sus primeros esbozos en la cultura grecorromana; según los escritos pseudoaristotélicos, las personas de piel oscura son cobardes y los de piel clara, valientes y luchadores. Para los antiguos hindúes, los extranjeros eran considerados bárbaros, y les llamaban impuros; para ellos, europeos y parias estaban al mismo nivel. Los chinos los consideraban repulsivos y demoníacos; Vitruvio, el de las proporciones perfectas, creía que los europeos del norte eran valientes, mientras que los del sur eran racialmente inferiores y cobardes debido a pobreza de sangre.
Un escrito del profesor peruano José Antonio del Busto menciona: “Los negros eran en opinión de los europeos [de los siglos XV y XVI respecto de la “condición inferior” de negros y moriscos] los típicos hombres para obedecer y trabajar”; el bautizo los salvaría y “los negros resucitarían blancos y resplandecientes, como verdaderos hijos de luz y no de las tinieblas”. Durante la colonia, el desprecio hacia los mestizos llevó a Felipe II a impedir su acceso a las órdenes sagradas y profesión religiosa; peor les iba a los nativos, mulatos y negros. Estos criterios fueron compartidos por Fernando VII para justificar el tráfico de esclavos africanos. hernandopacific@hotmail.com
*Médico Cirujano. Especializado en Anestesiología y Reanimación. Docente Universitario. Columnista