Periódico El Derecho
En el escenario compendiado en el artículo anterior, vemos como ciertos aspectos de la cultura se politizan sin constituir culturas políticas, vale decir, sin que los sujetos que portan estos aspectos culturales pasen a formar parte del sistema político tradicional, ni a operar con racionalidades políticas canonizadas. En el propio hacer y urdimbre cultural, lejos del ámbito del Estado, viejos problemas propiamente culturales se vuelven temas de conflicto, debate, diferencias neurálgicas y, finalmente, de interpelación a los poderes centrales. Sea del lado de los nuevos movimientos sociales, o porque la industria cultural hoy permite el devenir-público y el devenir-político de actores culturales que antes no encontraban representatividad en los espacios deliberativos, lo cierto es que asistimos a un cambio que pasa por la politización de ámbitos culturales.
Destacan la irrupción política y pública de los temas de género, etnia, sexualidad, consumo, y muchos otros, donde se alternan demandas propias de los actores sociales en el sistema político (remuneraciones no discriminativas, derecho a la tierra, protección sanitaria, derechos y libertades del consumidor) con otras que son más culturales y, por ende, difíciles de traducir en políticas de reparto social: nuevos papeles de la mujer en la sociedad y en la familia, autoafirmación de la cultura por uso institucionalizado de la lengua vernácula, publicitación de la sensibilidad “gay”, relaciones identidad / consumo. Temas de la cultura que interpelan a los agentes políticos y los sorprenden indefensos para responder.
Lo expuesto hasta aquí debemos ponerlo en el contexto más amplio de algunas características de los procesos de globalización contemporáneos que pueden resultar especialmente significativas, tal como la creciente importancia de redes transnacionales de actores locales y transnacionales en la producción de representaciones sociales y programas de acción social y política significativos, ya no sólo las que afectan al quehacer intelectual sino en general a las sociedades contemporáneas.
Estas redes, que puede ser productivo ver como complejos transnacionales de producción y comunicación de sentido y de acción, pueden estar conformadas por actores sociales esparcidos por el mundo (no apenas la Internet, que es sólo un medio) pero frecuentemente son organizadas y económicamente sostenidas por actores localizados en Estados Unidos y/o en unos pocos países de Europa Occidental. Los actores organizadores y/o promotores de estas redes, a los que por el alcance de sus prácticas podemos llamar “actores globales”, poseen ciertas ventajas en el planteamiento de las ideas en torno a las cuales se articulan estas redes, así como en la proposición de sus programas de acción. Estas ventajas provienen no sólo de su papel organizador, sino también de los recursos económicos, políticos y de conocimientos para la acción que controlan, y que son precisamente los que facilitan la construcción de posicionamientos promotores de procesos a nivel global.
La existencia de estas redes transnacionales no es nueva en la historia, lo que ocurre es que en los actuales tiempos de globalización la cantidad, importancia y carácter transnacional de estas redes se han acentuado. Ello no sólo gracias a las tecnologías comunicacionales y digitales disponibles, sino también a otros factores propios de la segunda postguerra, como la expansión de organizaciones intergubernamentales y no-gubernamentales dedicadas a construir redes de diverso tipo a nivel mundial, los casi fines del colonialismo, de la guerra fría, y el extraordinario desarrollo de formas de “conciencia de globalización” –las cuales no importa si podrían calificarse de “verdaderas” o “falsas”, sino que en cualquier caso llevan a los actores a actuar cada vez a escalas más globales, lo que hace necesario indicar que el desarrollo de estas redes de relaciones transnacionales no es ni “bueno” ni “malo” en sí mismo, por ejemplo en la actualidad existen redes de este tipo organizadas tanto en torno a ideas racistas, como en defensa de los derechos humanos.
El estudio de casos de redes articuladas en torno a ideas de identidades y diferencias sociales, de cultura y desarrollo (Mato, 2003), de ideas de sociedad civil (Mato, 2004), de ideas (neo)liberales (Mato, 2005), así como algunas redes articuladas en torno a ideas de “modernización del sector ciencia y tecnología” y de los llamados “Estudios Culturales” (Mato, 2002) y demás otras investigaciones sobre casos específicos de estas redes o complejos transnacionales, llevan a concluir que los actores locales suelen adoptar sin más las representaciones sociales que promueven los actores globales; así como a observar que elaboran sus propias representaciones en el marco de esas relaciones transnacionales. Así las cosas, resulta que las representaciones que orientan sus acciones se relacionan de manera significativa, pero de formas diversas, con las de los actores globales. En algunos casos esto implica la adopción de ciertas representaciones, pero en muchos otros produce crítica, resistencia, negociación, apropiación creativa.
Al estudiar redes articuladas tanto en torno a ideas de “modernización de la ciencia” como de “estudios culturales”, encontramos con que estas, más allá de significativas diferencias, comparten algunos rasgos. Estos son que, en general, ellas no sólo vinculan intelectuales individuales y/o equipos de trabajo, sino también instituciones académicas, asociaciones profesionales, industrias editoriales, publicaciones profesionales y académicas, fundaciones, agencias gubernamentales e inter-gubernamentales, entre otras. El estudio de estos grandes complejos transnacionales de producción y comunicación de sentido permite apreciar cómo su funcionamiento incide en la ascendencia y establecimiento de ciertas ideas y corrientes teóricas; el de los llamados “Estudios Culturales” es un caso de este tipo.