Por: David Mora*
Se desarrolla en Cali la COP-16, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre biodiversidad que cuenta con la participación de más de 195 países. Sin duda esta cumbre es de la mayor importancia debido a la pérdida mundial de biodiversidad y, a su vez, está cargada de simbolismo al realizarse en el segundo país más biodiverso del planeta, con poca creación de riqueza, alta pobreza y desigualdad. Pero ¿qué tiene que ver la biodiversidad con la creación de riqueza, la pobreza y la desigualdad? Esa cuestión quedará clara más adelante. En un principio es importante ubicarnos en el momento histórico que vivimos. Actualmente, se estima que un millón de especies, animales y vegetales, están en peligro de extinción.
El asunto lejos de mejorar ha empeorado durante los últimos 50 años. De acuerdo con el Informe Planeta Vivo 2024 del World Wildlife Fund (WWF), basado en el seguimiento a cerca de 35.000 tendencias poblacionales de 5.500 especies de fauna silvestre en todo el planeta, entre 1970 a 2020 se han reducido las poblaciones de fauna silvestre en un 73%. Las que más han descendido son las poblaciones de agua dulce en un 85%, seguidas por las terrestres en 69% y las marinas en 56%.
Medido por continentes, el descenso de la población de especies estudiadas, ha caído más rápido en América Latina y el Caribe en un 95%, seguido por África 76%, Asia y Pacífico 60%, Norteamérica 39% y Europa 35%. La situación es de la mayor gravedad.
Por supuesto que nuestro país, el segundo más biodiverso del mundo, no es ajeno a esta difícil realidad. Actualmente, contamos con 2.106 especies en peligro crítico, peligro y vulnerables; cerca de 800 especies más que hace siete años cuando se realizó el último listado de especies silvestres amenazadas.
Entre la fauna silvestre en peligro está el delfín rosado, el oso de anteojos, el jaguar, “el tití cabeciblanco, el pez sierra, la tortuga del río, el manatí amazónico y del caribe, el bagre, la turpia real, entre otros” y en cuanto a la flora silvestre está “la guasca, el cerezo, el carreto, la palma de cera, la flor de mayo, la papaya de monte, el roble negro, el frailejón cabrera, entre otros”. Es tan preocupante la situación, que de 794 anfibios estudiados, el 94% presentan riesgo de extinción como las salamandras, la rana arlequín y rana saltona de Villavicencio.
El problema vital para la humanidad está en que cada especie aporta de forma positiva a su ecosistema y su disminución o desaparición puede llevar a la modificación o desaparición del mismo, arrastrando consigo otras especies y, peor aún, afectando fuentes de abastecimiento hídrico de proporción de alimentos y la captura de carbono. Además de proporcionar resistencia frente a enfermedades y fenómenos climáticos.
¿Entonces qué hacer? Según los científicos, la solución requiere de la transformación urgente de nuestro sistema alimentario, energético y financiero. Los cuales se enmarcan en los cuatro objetivos trazados hasta 2050 y los veintitrés objetivos trazados hasta 2030 en el Marco Mundial de Diversidad Biológica Kunming-Montreal 2022, La COP-15.
Los objetivos urgentes para 2030 que llevan a cumplir los de 2050 y que aún están lejos de cumplirse. Pasan por planificar y gestionar las áreas para disminuir la pérdida de biodiversidad, restaurar el 30% de todos los ecosistemas degradados, conservar el 30% de las tierras, las aguas y los mares, reducir la introducción de especies exóticas invasoras en un 50%, reducir la contaminación, minimizar los impactos del cambio climático en la biodiversidad, mejorar la biodiversidad y la sostenibilidad en la agricultura, acuicultura, pesca y silvicultura, mejorar los espacios verdes y planificación urbana, facilitar opciones de consumo sostenible para reducir el desperdicio y el consumo excesivo, entre otros.
Para cumplirlos se requiere de los gobiernos voluntad política pero también recursos económicos. Es ahí donde empieza a trabarse el cumplimiento de los objetivos, porque se le asigna la misma responsabilidad de cumplimiento a todos los países del planeta aun cuando todos los países no tienen las mismas capacidades para lograrlo. Los países llamados desarrollados, debido a su alta capacidad productiva y de producción, tienen los recursos, pero no la voluntad y los países subdesarrollados tienen la voluntad pero no los recursos.
Ante la falta de voluntad de los países desarrollados para reorganizar su sistema alimentario y de energía, asunto que encarecería su producción, les disminuiría el consumo de bienes y servicios y les haría perder influencia en los mercados mundiales; optaron por incluir objetivos que les facilite “lavarse las manos”, como la mercantilización de los recursos genéticos y los mecanismos de financiación con “esquemas innovadores” como el pago por servicios ecosistémicos, bonos verdes, bonos azules, compensaciones, créditos de biodiversidad, canje de deuda por acción climática, entre otros.
Como el cumplimiento de estos objetivos trata a todos por igual, facilita que los países desarrollados, sus empresas transnacionales y financieras, paguen muy poco o incluso no paguen por apropiarse de las secuencias genéticas de la biodiversidad que son insumos esenciales para la biotecnología, la farmacéutica y el sector agroquímico haciendo biopiratería, por un lado. Por el otro, les da licencia para seguir generando riqueza y contaminando al “demostrar” que financian la conservación de la biodiversidad en los países subdesarrollados, como el nuestro.
Es así como los países subdesarrollados son sometidos a parar su generación de riqueza para recibir en contraprestación las migajas de la contaminación mundial que anualmente equivalen a $200.000 millones de dólares mientras que, los incentivos fiscales, subvenciones y pagos directos que agravan el cambio climático y la pérdida de biodiversidad suman cerca $7 billones (millones de millones) de dólares anuales y el 55% de la producción mundial, unos $58 billones de dólares, dependen directamente de la naturaleza.
Esa es la economía política que ha predominado en la COP, la cual busca mantener el orden mundial de dominio en la generación de riqueza, donde los países desarrollados siguen produciendo y contaminando para garantizar el bienestar de sus habitantes, mientras trasladan unos pesos a los países subdesarrollados para “ayudarlos” a cumplir con los objetivos de la biodiversidad a costa de la pobreza y la desigualdad de sus habitantes. Eso es lo que hay que cambiar.
Por tanto, la solución está en cumplir los objetivos trazados, pero no a costa de la pobreza y desigualdad de unos sobre otros, no a costa del predominio financiero sobre la biodiversidad. Por dos razones, (1) el modelo fracasó y no se están cumpliendo los objetivos y (2) para cumplirlos, es necesario que los países desarrollados asuman toda la carga económica y responsabilidad por décadas de contaminación, mientras los países subdesarrollados de forma soberana generan riqueza, reducen la pobreza y la desigualdad, para que puedan aportar de forma decidida y sin ningún tipo de sometimiento a la conservación de la biodiversidad.
Se requiere un gran bloque mundial que exija a los países desarrollados y sus trasnacionales asumir su responsabilidad con la crisis de biodiversidad y climática mundial. Por desgracia se escuchan voces como las del presidente Gustavo Petro que con discursos rimbombantes, abstractos y simbólicos se acomodan a la economía política de los grandes poderes dentro de la COP. Por fortuna se prendió una chispa en Colombia, donde un grupo de organizaciones ambientales están realizando de forma paralela en la Universidad Nacional sede Palmira la COP-16: Debates críticos, donde buscan concientizar al mundo que, para conservar la biodiversidad es necesario modificar la economía política de la globalización, si no “apague y vámonos”.
*Economista. Magister en Economía del Desarrollo Metropolitano y Regional. Docente Universitario. Analista económico