Periódico El Derecho

Lo mediático (medios de comunicación o relacionado con ellos) , la explosión de las redes sociales (estructuras formadas en Internet por personas u organizaciones que se conectan a partir de intereses o valores comunes) y los debates acusadores (como dijera Platón en su Apología de Sócrates: “Es justo que comience por responder a mis primeros acusadores, y por refutar las primeras acusaciones, antes de llegar a las últimas que se han suscitado contra mí”), son elementos que caracterizan el discurso público actual. La bulla, el escándalo, la perorata por encima del entendimiento. La prevalencia de emocionados puntos de vista sobre la verdad, y su inmediata espiral sicológica crean continuos entornos de animadversión, enojo y antipatía. El diálogo constructivo es uno de los grandes ausentes en la retórica actual, y quizá una de las carencias que impiden, a una civilización que ha progresado en lo tecnológico y científico, transitar hacia un verdadero desarrollo cultural (expresión de los lineamientos de política cultural en un nivel de concreción que, a partir de las características específicas de la situación cultural y del entorno socioeconómico y político – ideológico reflejadas en un diagnóstico científico investigativo riguroso, incluye un sistema de objetivos estratégicos, de indicadores de evaluación y el análisis de los recursos para su ejecución).

El desgaste social, donde diálogo y verdad pasan a un segundo plano, tiene distintas manifestaciones: el uso continuo de estrategias de polarización muy socorridas en la política, la cultura de la cancelación, la condena a todo aquello que difiera de la manera de pensar de un grupo, la confusión tolerancia / relativismo, el anonimato en redes, la difusión de noticias falsas y las descalificaciones superficiales a los adversarios, que son apenas algunos de esos elementos de desgaste y que surgen como consecuencia lógica, generan un contexto social agresivo, en el cual los ganadores no suelen ser los más pobres, los más discriminados o los que más injusticias han padecido, sino aquellos grupos particulares que poseen más recursos, poder o influencia. Eso no es nuevo. Lo que sorprende es que se convierte en un atropello “políticamente correcto”.

Opuesto a lo cual y con un trasfondo esperanzador, en la literatura actual, encontramos nuevas voces que nos pueden ayudar a reorientar el debate público. Adam Grant, en su texto Piensa otra vez, afirma que, sin duda, tenemos el derecho a expresar nuestras opiniones, pero si decidimos hacerlo en voz alta, debemos responsabilizarnos de basarlas en la lógica y en los hechos, compartir nuestros razonamientos con los demás y cambiar de opinión cuando aparezcan nuevas pruebas. Otorga voz a lo que muchas personas viven con sentido común en su día a día, y que representa una perspectiva distinta a lo que prevalece en la arena mediática, al tiempo que agrega que nuestros sesgos son capaces de retorcer nuestra inteligencia hasta convertirla, incluso, en un arma contra la verdad. Es lo que conocemos como “racionalizar”. Lo que realmente necesitamos, como personas y como sociedad, es el “modo científico”, dispuesto a corregirse y rectificar, pero siempre abierto a la verdad.

En ese mismo sentido, Daniel Kahneman, señala que si descubriera en un momento estar equivocado, significaría en ese preciso momento estar menos equivocado que antes. La actitud científica es precisamente aquella que se entrega a la verdad y no tanto a los prejuicios personales. Si queremos que nuestra sociedad avance no sólo en materia tecnológica, sino también en lo humano y lo cultural, es necesaria esa “actitud científica”, vinculada a una reflexión profunda sobre lo que realmente es el ser humano: un ser falible y limitado, pero capaz de conocer la verdad; un ser sociable y relacional, capaz de la guerra, pero también de la armonía social.

Yago de la Cierva, reflexiona sobre la naturaleza de los diálogos abiertos y recomienda algunas premisas fundamentales: no enojarse, ser capaces de reformular, echar luz en vez de leña al fuego, mostrar compasión, no mentir con estadísticas, no personalizar. Extrañamos, en el mundo actual, aquella actitud socrática, revelada en el Gorgias: “Si me refutas, no me irritaré contigo, como tú conmigo, sino que te inscribiré como mi mayor bienhechor”. Lo sugerido por Sócrates no es posible sin las condiciones del diálogo señaladas por De la Cierva; es, en cambio, un principio de crecimiento personal, social y cultural cuando el respeto, la humildad y un sincero afán de verdad respaldan la interacción entre las personas.

En igual dirección, las universidades no tendrían que ser herramientas políticas para determinadas causas, generalmente externas. Su misión principal tampoco es la transformación social, aunque, sin duda, es importante que ayuden a contribuir a la mejora de la sociedad. La misión universitaria es prioritariamente la generación de diálogo constructivo donde se busca la verdad, así como la formación de personas. Para que el diálogo sea verdaderamente fecundo debe estar antecedido por el estudio y la investigación cuidadosa. Como decía Carlos Llano: “Nos gusta hablar de nuestra propia opinión, porque nos encontramos muy bien con ella. La verdad, en cambio, nos arranca de nosotros, nos desgaja de nuestro sitio, nos levanta del suelo y nos pone a la intemperie”. Somos libres cuando expresamos una opinión, pero dejamos de serlo si nos empecinamos en una posición particular o ideológica.

Hoy es más preciso que nunca impulsar diálogos constructivos, con actitud científica, que nos lleven hacia un verdadero progreso cultural. Para ello, es necesario un afán sincero por encontrar la verdad y un genuino deseo de bien común, mirando con respeto al interlocutor, donde se elige la razón en vez de la fuerza; aquel en el que las correcciones del otro no significan necesariamente renunciar a las propias convicciones. Como diría el propio Llano, “porque la verdad, al ser de todos, nos abre hacia los demás; mientras que la opinión, por ser nuestra, nos clausura en nosotros mismos”.

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