pablo schanton y pablo diaz

Por: Pablo Díaz Marenghi* y Pablo Schanton**

En este siglo ya es posible ingresar a un templo egipcio de oro que conserve el brillo dorado que supo tener en el 1.300 antes de Cristo. Por lo menos eso ocurrió durante 2022 en una muestra inmersiva realizada en el Museo de Artes Digitales en Madrid. Proyecciones animadas en 2D y 3D sobre el piso, paredes y techo de un enorme salón de 1.200 metros cuadrados sumergían al público presente en la ilusión de que se encontraban dentro de esta civilización milenaria. Algo similar ocurrió con la obra de artistas como Salvador Dalí, Gustav Klimt y, sobre todo, con Vincent Van Gogh, Frida Kahlo y Banksy.

En la Buenos Aires postpandémica de 2022, el pintor impresionista fue el primero en ser exhibido con toda la espectacularidad posible: 200 de sus obras eran proyectadas y animadas alrededor del público, en el suelo, en el techo y en las paredes. El espectador se sumergía en la obra, estaba envuelto por ella: por eso a este nuevo formato se lo denomina “inmersivo”. Uno entra a la obra y la obra entra en uno.

A esa muestra de 2022 en La Rural bautizada Imagine Van Gogh, que convocó a más de 300.000 espectadores y tuvo aquí una venta de entradas anticipadas récord en el mundo, la siguió otra el año pasado que llegó desde el mismísimo museo dedicado al artista en Amsterdam, Meet Vincent Van Gogh, que se vio (mejor dicho: “se vivió”) en el Campo Argentino de Polo.

La experiencia inmersiva no se quedó ahí: continuó con Frida Kahlo en el Centro de Convenciones de Buenos Aires. En definitiva, Buenos Aires se convirtió en un nodo inmersivo, que abarca a otras ciudades como Nueva York (tiene espacios íntegramente dedicados al arte tecnológico y multi-sensorial, como Mercer Lab, Artechouse y Summit), Miami (con el convocante Superblue), Ciudad de México, Barcelona, Beijing, Auckland y sigue la lista. Cada vez son más las ciudades que albergan este tipo de muestras de arte tecnológico, que colocan a sus asistentes en un rol más activo (no necesariamente participativo), y han logrado, según revelan algunos curadores, una mayor asistencia de público joven a los museos.

La historiadora del arte Janet Kraynak señala que el arte debe encontrar su destino, ahora que la vida cotidiana se digitalizó: “En lugar de ser reemplazados por Internet, los museos están siendo reconfigurados tras su aparición”. Hoy, museos y galerías se abren al gran público que busca experiencias intensas en paisajes virtuales. Hoy, museos y galerías se abren al gran público que busca experiencias intensas en paisajes virtuales.

¿Qué es lo inmersivo? Por eso, Buenos Aires se pone al día: el CCK ofrece una “sala inmersiva” (14 proyectores de última generación en juego), donde se alternan la función didáctica y el experimento estético. Además, desde octubre del año pasado, funciona el CAI, primer Centro Audiovisual Inmersivo del país, en Colegiales. La artista y encargada de las exposiciones del CAI, Fernanda Giménez, advierte que el espacio no se limita al mundo del arte contemporáneo, sino que está abierto al gran público y a evento privados y lanzamientos de marcas. Por ejemplo, ahí se puso en escena ICONS, la primera muestra de moda 100% inmersiva, del Atelier Pucheta-Paz.es

Según la Real Academia Española, lo inmersivo es algo “que hace vivir al espectador una realidad virtual como si fuera auténtica”. El arte inmersivo, por medio de artilugios tecnológicos que combinan piezas estáticas y dinámicas, sonidos, imágenes, luces, olores, proyecciones y demás efectos visuales, construyen un entramado interdisciplinario que coloca al espectador en primer plano. Cuando un joven sale de la inmersión en dos dimensiones que su smartphone y su computadora ponen a su disposición 24/7, busca experiencias multi-dimensionales. En estas obras inmersivas, que involucran los sentidos más allá de la vista, podrían estar las claves para un arte del futuro. En ese camino está el colectivo multinacional teamLab (sic), cuyo concepto “Body Immersive” (arte digital que disuelve las fronteras entre los cuerpos y la obra de arte) es de lo más ambicioso, y excede a galerías y museos. Su obra Gold Waves cubre con olas en movimiento una pared-pantalla de 112 metros, ubicada en el pasadizo más oscuro de una estación de subte en Shangai.

Lo inmersivo, a la vuelta de la esquina, literalmente hablando… Al mismo tiempo, las obras inmersivas no están exentas de polémica para los artistas, al coquetear con una dinámica más bien propia del espectáculo, que facilita la selfie de turno y nada más. A esto apuntaba sin vueltas, la exhibición Blow Up Experience a principios de este año en La Rural. La muestra abarcaba 3.200 metros cuadrados donde convivía la realidad virtual y el mapping con los objetos inflables, que no inocentemente remitían a los castillos, los globos y las camas elásticas de los cumpleaños infantiles. Daniel Grinbank, productor del evento inmersivo, se sentía a la vanguardia de la experiencia “Kidulting”, es decir, la invitación a padres e hijos a jugar juntos como niños. La recorrida por Blow Up era una tentación para sumar selfies. Y de ahí a redes. “Cada uno de sus rincones entrega la oportunidad de generar fotos familiares, incomparables e instagrameables”: tal era la propuesta explícita de la muestra. Eventos inmersivos como Blow Up están a la vanguardia de la experiencia “Kidulting”, es decir, la invitación a padres e hijos a jugar juntos como niños.

Por su parte, espacios como el Planetario y el Botánico prestaron sus instalaciones para el arte inmersivo: en el primero, se hicieron proyecciones audiovisuales “fulldome” (en 360°, con el público recostado mirando la bóveda) durante el evento llamado Abril Inmersivo, mientras que el segundo fue escenario de Secret Garden, un recorrido nocturno y alucinado por el Thays, a fines del año pasado. Por lo visto, aquí también el arte inmersivo va saliéndose de los espacios que se destinan al arte. tánico,

Del museo al buceo. “¿Hasta qué punto la experiencia inmersiva nos convierte en aficionados al arte?”, se preguntaba la agencia alemana de noticias DW en enero de este año. Con un escenario internacional en donde estas muestras son cada vez más frecuentes, desfilan diversas opciones que incluyen desde reconstrucciones de la ciudad de Pompeya antes de su fatídica desaparición bajo lava volcánica hasta una experiencia multisensorial que permite conocer el olor de algunos cuadros emblemáticos (Fleeting – Scents in Colour, programada en el Museo Mauritshuis de La Haya en 2021, imagina el olor de la obra Las hilanderas de Velázquez).

El fenómeno atraviesa continentes: en Australia, desde 2016, existe ArtVo, una galería inmersiva repleta de ilusiones ópticas, murales animados que permite navegar en aguas misteriosas o surfear en el espacio, tal como muestra su sitio web, en imágenes que se asemejan más a las de un parque de entretenimientos que al de un Museo.

Otro espacio que se ha preparado para este tipo de muestras es el Centre d’Arts Digitals IDEAL en Barcelona. Allí se instalaron 29 proyectores de alta luminosidad que posibilitan experiencias inmersivas digitales como la de Tutankamón, una de las más célebres, Salvador Dalí y Frida Kahlo. El Mundo de Van Gogh (sí, ¡Van Gogh es EL artista más convertido en inmersivo del mundo!), segunda producción del museo digital madrileño Nomad Art, fue otro ejemplo destacado. Vista por más de 7 millones de personas en 70 ciudades.

Otra muestra original que trabajó con pintores más el agregado de Inteligencia Artificial, fue la cercana De Monet a Kandinsky. Una Revolución Creativa, que se presentó en Chile en octubre del 2023. Se trata de pinturas clásicas del modernismo fusionadas vía IA con paisajes propios del país trasandino, adonde los visitantes podían entrar.

Este experimento chileno nos hace pensar en las posibilidades de un arte inmersivo sudamericano. Y, por supuesto, en nuestro país todo los caminos conducen a Marta Minujin. El 27 de mayo de 1965 en el Instituto Di Tella, Marta Minujin y Rubén Santantonín realizaron La Menesunda, una experiencia multi sensorial que causó revuelo en la época. En palabras de los autores, negaron que se tratase de un happening o una instalación común y corriente. El espectador adquiría un rol activo para atravesar diversos espacios que iban desde luces de neón que imitaban las de la calle Florida hasta una heladera, el interior de la cabeza de una mujer gigante o una pared tapizada de maquillajes. Los visitantes hacían largas colas durante horas para ingresar a la exposición. Sus creadores fueron tildados de locos. Años después, es considerada una pieza clave del arte latinoamericano, que supo tener su retrospectiva en 2015 en el Museo de Arte Moderno a 50 años de su primera versión. Incluso en 2019, la obra fue recreada en el New Museum neoyorquino, con el título Menesunda Reloaded. Sin dudas, La Menesunda “la vio”: no era sino una versión analógica del digital arte inmersivo de hoy día, concebida como un espacio donde el público acumula experiencias únicas.

*Periodista Económico. Analista Internacional

**Periodista Critico. Investigador de Cultura Popular. Letrista. Compositor. Artista Sonoro.

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