MÉDICO HERNANDO RAFAEL PACIFIC GNECCO

Por: Hernando Pacific Gnecco*

En muchas cosmogonías aborígenes, la tierra y el sol son el perfecto matrimonio que dio origen a la humanidad, y le proporcionó recursos infinitos para vivir tranquilos en feraces edenes.

La Biblia misma, común en sus primeros libros a las 3 principales religiones monoteístas, habla de paraísos terrenales. El Génesis narra la creación del Edén y cómo, Adán y Eva lo pierden. Caín es expulsado del Paraíso, y cómo inician su descendencia y fundan ciudades.

La multiplicación de los hombres por mandato divino causa después la maldad humana y la aparición de conductas lamentables que llevan al Diluvio Universal, y la posterior reaparición de nuevas castas, sin que el ser humano cambiase su esencia; somos iguales antes y después. Las guerras entre tribus y ciudades, los 8 pecados capitales primigenios que, por mandato de Gregorio Magno pasaron a 7 –bellamente desmenuzados en la Divina Comedia, la alegórica obra de Dante Alighieri, son el motor destructivo de los seres humanos a la Madre Tierra.

Hasta hace no muchos años, la disponibilidad de la tierra fue aliciente de migraciones y nuevas civilizaciones. Gentes que vieron en otras latitudes un mejor futuro, plasmaron el florecimiento de otras culturas, paz, civilidad y todos esos valores que, por causa de la codicia y la pereza, otros ahora ensombrecen.

La lucha por el dominio territorial es el común denominador de la historia. El costo de la tierra, su lucro y la industrialización son, no solo constituyen lenguaje común en economía y gobierno, sino las razones de tanta guerra actual. Ella permite vivir, alimentarse, y tener bienestar. Carecer de ella significa allanarse a los caprichos de un tercero (¿la mano invisible de la que habló Adam Simth, o la mano negra del gran capital?) o morir. Así de simple.

Algo más grave todavía: la Madre Tierra está enferma. Metafóricamente, podríamos decir que es una señora madura, rica, enferma y sujeto de conflicto entre quienes la cuidan y quienes la explotan de modo impío. Indígenas de tantas latitudes, ecologistas, ambientalistas, productores comprometidos con sus causas, gobernantes responsables, ciudadanos conscientes y preocupados y un sinnúmero de personas luchan por el alivio de la enferma; de otra parte, la minería irresponsable, los indolentes taladores de bosques, ciertos sectores agropecuarios insensatos, científicos despistados o mandatarios ignorantes o rendidos al gran capital, medios masivos de desinformación al servicio de los anteriores (solo menciono a unos pocos actores) pretenden, sin compasión alguna por ella y los demás habitantes, quitarle a la dama toda riqueza aun sabiendo el triste final que ellos aceleradamente aproximan si no nos detenemos. De ahí que organizaciones ocultas y sus poderosos socios se ocupen de controlar los territorios productivos, el petróleo, la energía y el agua del mundo; y sigue el aire.

¿Que ello signifique invasiones, terrorismo, muertes, adoctrinamiento y demás pecados capitales modernos? Que poco les importa; quieren mantener sus poderes políticos y económicos, avasallando países y poblaciones enteras con medios poco edificantes. Hoy, por cuenta de la codicia humana, el planeta agoniza; el Día de la Tierra, 22 de abril, no es para celebrar.

La tristeza se apodera de quienes siguieron al senador demócrata de Estados Unidos, Gaylord Nelson, y aún luchan por ese mundo que compartimos todos; los recursos son finitos y entre todos debemos cuidarlos como únicos, limitados e imposibles de fabricar, como agua y aire, por ejemplo.

La sola contaminación ambiental mata más de 7 millones de personas cada año; el planeta azul ya torna a grisáceo; el equilibrio natural existe, cada especie es necesaria, y en la Declaración de los Derechos Humanos está consagrado el bienestar de la población mundial como un derecho que infringen unos pocos codiciosos, que a lo mejor son capaces de comer oro, beber petróleo y respirar el humo contaminante de carros e industria.

Paradójicamente, los países más industrializados del orbe, USA y China, son los mayores violadores de esos códigos de convivencia. En Colombia está vivo el riesgo de liquidar páramos, nacimientos de ríos, mares, lagos y otros cuerpos de agua, bosques, especies raras o únicas y demás recursos que la naturaleza nos dispensó.

Sus enemigos agazapados, esos familiares codiciosos de la dama gravemente enferma con apéndices dentro de los gobiernos, están atentos al menos descuido para proceder con sus depredadoras conductas. Nos corresponde atajarlos.

*Médico Cirujano. Especializado en Anestesiología y Reanimación. Docente Universitario. Columnista. hernandopacific@hotmail.com

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