Por: Ec. Esp. Omar Escobar
La crisis de 2008 pegó muy duro en Estados Unidos y en Europa, así que para recuperarnos de tan tremenda crisis los bancos centrales bajaron los tipos de interés, incluso llegaron a ser negativos. Como efecto, el dinero se volvió barato para incentivar la inversión y el consumo. En otras palabras, los bancos centrales imprimían dinero a raudales y los consumidores y las empresas volvieron a gastar. Sectores como la construcción el turismo y empresas tecnológicas se beneficiaron, vía mayor consumo, por ende, éstas volvían a invertir en nueva maquinaria, en construir nuevas fábricas y en contratar más personal. Así mismo estas empresas cotizaron al alza en la Bolsa y de repente todo el mundo quería invertir en los grandes negocios como Google, Facebook, Apple y en otros de mayor riesgo como criptomonedas, entre otras.
Esa bonanza trago consigo un incremento acelerado de precios, así que los bancos centrales con la FED de Estados Unidos y el Banco Central Europeo, comenzaron a subir los tipos de interés. Efectivamente es una opción necesaria bajo este escenario, ya que, si la gente o las empresas tienen que pagar un interés mayor por sus préstamos o por su hipoteca, la economía se ralentiza, es decir, se invierte menos en nuevas fábricas, en empleados y se reduce el gasto de las familias.
En marzo de 2020, a causa del COVID, se paralizan las economías de casi todo el mundo y los gobiernos tenían que actuar, aunque fuese de forma artificial. Se volvió a inundar la economía de dinero como había pasado en 2008. Los gobiernos anunciaron grandes programas de gasto público, por ejemplo, la Unión Europea anunció los fondos next generation cuya inversión de 750.000 millones de euros para hacer frente a las consecuencias de la pandemia, Estados Unidos lanzó un plan de infraestructuras de 550.000 millones de dólares y la FED bajo las tasas de interés para abaratar el dinero. En principio la estrategia le salió bien, pues las economías muy dañadas por el COVID consiguieron recuperarse en tiempo récord y los mercados se recuperaron en apenas seis meses desde que estalló la pandemia.
Pero, ojo, la economía ya estaba recalentada antes del año 2020, y con las políticas monetarias expansivas se esperaba un inminente efecto inflacionario. Ahora agregue la caída de la producción industrial durante la pandemia, derivada del cierre de puertos, aeropuertos y minas sobre todo de minerales estratégicos, como silicio y gas. Y para completar, la guerra entre Ucrania y Rusia que derivó en un paquete de sanciones a Rusia, que termino afectando a todo el mundo occidental. La inflación llegó a dispararse por encima del 9% en Estados Unidos y por encima del 10% en la eurozona – no era tan alta desde hacía 40 años –
Quiera o no, aún debemos enfrentar los efectos de la mega inyección de dinero que se hizo a raíz de la pandemia. Por otra parte, la FED y los bancos centrales han hecho una de las subidas de tipos de interés más agresivas de la historia moderna. En España, por ejemplo los intereses de la hipoteca se han triplicado y en Estados Unidos los tipos de interés oficiales han pasado del 0% al 4,5%, y lo estarán hasta al menos a principios de 2024. La pregunta es, ¿hay que frenar más la economía para que baje la inflación?
El papel de los bancos centrales es encontrar ese equilibrio en el que mediante la subida y la bajada de los tipos de interés encuentren el equilibrio perfecto entre crecimiento económico e inflación. Pero bajo este escenario, las economías desarrolladas necesitan una pequeña recesión que acabe con la inflación y que nos permita poner en marcha un nuevo ciclo lo más rápido posible, por ello, al día de hoy nadie duda que la recesión se va a dar Sí o sí en 2023.