Por: José Manuel Herrera Brito

El populismo como tal indica doctrina, escuela o movimiento en lo colectivo y actitud en lo individual, y a partir de allí, quienes lo impulsan, lo venden como la panacea orientada a beneficiar a la comunidad que entienden como la base de la pirámide social, lo que hace que gran parte del pueblo erróneamente comparta sus postulados, lo que es captado por un dirigente, sea cual fuere, que los convence con su discurso y promete solucionar con inmediatez los desequilibrios y hábilmente muestran las poco o nada crecientes condiciones económicas y políticas como la oportunidad feliz para utilizar la exaltación y el inconformismo, sin importar las propuestas económica o políticas, siempre y cuando sea contraria a lo establecido.

Todo populismo es irresponsable, como igual quienes lo fomentan para pescar incautos con encendidos discursos alebrestando sus ánimos, haciéndolos afectos a sus particulares y siempre dañosos intereses, con el único fin de beneficiarse a sí mismos. Es el populismo, y en ello concuerdan importantes politólogos universales, la grande enfermedad de la democracia, toda vez que quienes lo aplican no dudan un instante en sacrificar el futuro en nombre de un presente pasajero, repleto de vacuidades, quienes llegan al poder soportados en promesas sin sustento y programas insustanciales, cuando no inviables o de plano inexistentes. 

Definitivamente no hay en el populismo razones de orden ideológico, al ser solo una tendencia que dice defender los intereses y aspiraciones del pueblo, lo que no es cierto en la práctica.  Hay populismos de derechas y de izquierdas, racistas, nacionalistas o económicos que prometen pan al más débil. Las crisis, las emergencias, los multiplican; de ahí que haya que desconfiar siempre del que promete soluciones fáciles a problemas complejos, fórmula mentirosa esta que se instala con cinismo y pasmosa facilidad, permeando y sumiendo por años a muchos países a lo largo y ancho de la comunidad de naciones, derivando consecuencias aún por descifrar.

Padecemos en muchos de nuestros territorios y respecto de algunos políticos (de poca monta todos ello y válido sea decirlo), un fanatismo populista desde hace años que no ha hecho sino hacernos daño en materia grave, generando además varios síntomas en acecho, como vemos día tras día en uno y más escenarios del país, empezando por el ataque desmedido a todo cuanto les refiere institucionalidad, justicia, banca, medios de difusión, empresas y empresarios, Ley, Constitución, con lo que empujan a sus seguidores a crear caos y anarquía; de ahí que queramos municipal, departamental, nacional y universalmente hablando con urgencia manifiesta, una cura contra el malsano populismo, fenómeno y flagelo que ataca sin misericordia a las democracias constituyéndose en el gran mal de nuestra cotidianidad.saramara7@gmail.com

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