Por: Hernando Pacific Gnecco*
En reciente videocolumna, el expresidente de Uruguay Pepe Mujica se pregunta si la acumulación de riquezas de una persona tiene un límite, así como limitada está la naturaleza de los seres vivos. (Todo es finito en nuestro planeta, agrego yo). En América Latina, la resignación es una cultura inherente a los sistemas de gobierno. El aguante se ha inculcado desde la escolaridad.
Consecuentemente, los sistemas políticos en esta región dejaron de lado la filosofía y la ética, refugiándose en una atalaya econometrista basada únicamente en números, como si las dificultades y las vivencias del ciudadano les fueran ajenas.
Ciertamente, el desarrollo que genera el capitalismo ha traído un progreso general nunca antes visto, con mejoras sustanciales en muchísimos aspectos de la cotidianidad, empezando por el fenomenal incremento en la expectativa de vida, en calidad y cantidad de alimentos, comodidades antes impensables, comunicaciones increíbles, control de enfermedades y un sinfín de aspectos jamás imaginados. Pero todo sistema político tiene su lado oscuro: además del destrozo al medio ambiente por las ingentes necesidades de energía, hay un desequilibrio impúdico en la distribución del capital y oportunidades al punto de crear mundos opuestos. El hambre y la miseria, la carencia de mínimos vitales, la desigualdad y la falta de oportunidades para miles de millones de personas son una afrenta a la humanidad, un riesgo enorme de generación de conflictos armados y de mayor daño al planeta.
Según Global Wealth, en 2015 el 45% de la riqueza mundial estaba concentrada en el 0.7% de la población. Dicho de otro modo, 34 millones de personas tenían la misma riqueza que otros 3.300 millones si para ese entonces la población fuera de unos 7.300. Para 2018, la fortuna de los ricos creció mientras que la población más pobre no tuvo incremento en sus ingresos, según Oxfam. La evasión de impuestos, la influencia de las empresas en la política (corrupción), recorte en los derechos adquiridos de los trabajadores y la reducción estatal de gastos son los principales factores de la creciente desigualdad. Hay que agregar también las guerras y las invasiones de potencias militares a países ricos en recursos, motor fundamental de la sempiterna asimetría económica. Basta mirar la colonización española en Latinoamérica y el saqueo de minerales preciosos que hicieron de España una potencia mundial, o los actuales conflictos bélicos en Asia y África en procura del control territorial para la explotación minera.
Confundir democracia con capitalismo es un error inducido con claros propósitos políticos. Con fines proselitistas, se nos ha dicho que si no ganan los candidatos de un sistema político podrido, nos volveremos como Venezuela. Sin duda alguna, el país vecino es gobernado por una implacable dictadura y es un estado fallido sostenido con zanahoria para los amigos y adeptos, y garrote para la oposición. Pero nuestros proselitistas políticos olvidan deliberadamente que Uruguay y Costa Rica, sistemas democráticos de tendencia socialdemócrata, son la cara opuesta de Venezuela. The Economist les considera los únicos países de la región con una democracia plena. Y es que la verdadera democracia no se limita al simple ejercicio electoral con cartas marcadas (candidatos que surgen de congregaciones a las que les dan plenas garantías inclusive extralegales para el continuismo frente a aspirantes casi sin derechos, sin recursos económicos, sin medios de comunicación y hasta perseguidos políticamente de manera brutal, cuando no asesinados, como Gaitán, Galán, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro o Jaime Pardo Leal. Intentar la mínima justicia social para pasar de un régimen casi feudal a una democracia real puede significar la vida de quien lo intenta.
La verdadera democracia, según el Índice de Democracia tiene cinco criterios: proceso electoral y pluralismo, libertades civiles, funcionamiento del gobierno, participación política, y cultura política. Basándose en las puntuaciones (que van de 0 a 10) hay varias categorías: democracia plena, democracia defectuosa, régimen híbrido y régimen autoritario. Globalmente, Latinoamérica decae en puntaje. Colombia es considerada una democracia defectuosa.
¿Cómo progresar hacia la democracia plena? El ciudadano se enfrenta a poderosas organizaciones apoderadas del Estado. Enfrentar la corrupción no es nada fácil pero la ciudadanía ha tomado conciencia. Las marchas recientes, los plantones y las forzadas decisiones de gobierno marcan nuevos rumbos en nuestra vida política. La protesta pacífica y el voto inteligente son la respuesta a la corrupción y la violencia que la protege.
*Médico Cirujano. Especializado en Anestesiología y Reanimación. Docente Universitario. Columnista hernandopacific@hotmail.com