Economista Omar Escobar

Por: Ec. Esp. Omar Escobar

Lo más anecdótico, en una sociedad dividida por enfoques y tendencias en un marco de competencia política imperfecta, es que en pleno siglo XXI, las prácticas electorales no difieren de las de hace dos siglos, como lo dice Claudia López, al citar términos como el cacicazgo electoral, también lo hace Shumpeter, cuando dice habla del “boss político”. Las campañas electorales, se han convertido en verdaderas escuelas de corrupción, pues requieren una fuerte suma de dinero para apagar pequeñas luces de duda analítica que puede surgir en el votante. Hoy tenemos a un ciudadano que no cree en las instituciones, no cree en la democracia, pero ve en ella un camino hacia la conquista de intereses particulares y beneficios económicos, contribuyendo así a mantener cacicazgos políticos. En cada región, en cada localidad, se gestan grupos de poder, liderados por el “boss”, bajo reglas de juegos que impone el tipo de mercado electoral; duopolios u oligopolios políticos que compiten por el poder local, para maximizar el beneficio de familias y/o grupo económicos, en el marco de la corrupción; caracterizando al sistema político colombiano, como una “democracia de papel”, según palabras de Jorge Robledo. Si con la reforma constitucional de 1991, se trató de poner fin al duopolio político entre liberales y conservadores, partidos que se alternaron el control del Estado en el siglo XX, sin embargo, el sistema político no permite una sana competencia.

Para el caso colombiano, los grupos económicos con participación en el campo de la política, no tienen nombre propio, sino familias propias que a lo largo de la historia han logrado mantener su posición, pisoteando la tal igualdad de condiciones. Las familias pasan el poder de generación en generación…algo así como en las monarquías…por ello, cito el artículo de Novoa García, Director del Centro de Estudios Constitucionales, quien afirma: “(…) Las castas neogranadinas monopolizaron los altos empleos burocráticos y los convirtieron en un instrumento al servicio de sus intereses”, por tanto, esta es una estrategia para enquistar dinastías en el Estado-Nación. Cabe citar a Oppenheimer, quien señala:

(…) ningún otro país ha tenido tantos presidentes, hijos y nietos de presidentes: los Ospina, los Mosquera, los López, los Pastrana, y los Lleras. De los 28 presidentes del siglo XX, sin contar la junta militar, nueve tenían vínculo de consanguinidad con algún antecesor en el cargo y los que no, dieron lugar a la formación de nuevas castas (Santos, Laureano Gómez, Gustavo Rojas y Julio Cesar Turbay). Lo más cercano a una “monarquía democrática”, en la que el poder pasa de unas familias a otras, emparentadas entre sí, pero siempre a través de procedimientos electorales”, citado por Novoa García, quien a la vez dice: “(…) Ángela María Holguín: su bisabuelo, el general Jorge Holguín Mallarino fue dos veces presidente de la república y era hermano de Carlos Holguín Mallarino y de Manuel María Mallarino, ambos presidentes. Su bisabuela, doña Cecilia Arboleda Mosquera, era hija del ex presidente Julio Arboleda. Su padre, Julio Holguín Umaña, es primo hermano de los padres de los ex ministros Ángela Montoya Holguín y Miguel Urrutia Montoya. El canciller, es prima hermana del director de El Tiempo, Roberto Pombo Holguín y también del Ex Presidente Santos, pues su madre es prima hermana de Jorge Calderón Umaña, abuelo materno del presidente Juan Manuel. Paloma Valencia, nieta del ex presidente Guillermo León Valencia, senadora por Centro Democrático. La bisnieta del ex presidente conservador Mariano Ospina Pérez, Ángela Ospina de Nicholls, es consuegra de Andrés Pastrana”.

Un reducido número de ciudadanos con intención de política, conforman las élites de poder, mientras que otro gran conglomerado, está por fuera y no recibe los beneficios que permiten la acumulación de capital. Hoy con el Pacto histórico, hay una nueva clase emergente en el poder que buscan competir, lo cual conlleva a dinamizar el juego dentro del campo político, razón por la cual, pequeños y medianos empresarios conforman o reemplazan a miembros de la élite de poder. Bien cabe citar a Maquiavelo (1993:104): “triunfa el que acomoda su manera de proceder a las circunstancias del momento, e igualmente fracasa quien en su proceder entra en desacuerdo con ellas”.

Los líderes políticos y administradores de la economía nacional, se han formado en Europa y Estados Unidos adquiriendo elementos de juicio para construir modelos de economía, los cuales muchas veces los tildan de capitalistas, pero más que ello, cada presidente liberal o conservador, siempre coinciden en tibias recetas sociales pero fuertes medidas de protección de su clase económica. De allí que el 1% de la población colombiana maneja el 20% del ingreso y el índice de Gini se mantenga en un promedio de 50 puntos.

Los partidos tradicionales no solo de Colombia sino de Latinoamérica, siempre ha estado muy afín al modelo estadounidense: rígido, ególatra y proteccionista, mientras que Betancourt, Samper y Santos apegados a la socialdemocracia, con claros coqueteos a los demócratas Clinton, Obama, Biden. Ambos partidos han modificado su doctrina de acuerdo con las circunstancias coyunturales, nacionales e internacionales, según las tácticas de gobierno, la oposición, o según la coyuntura electoral – eso sí han desarrollado sentido de pertenencia a su propia clase social, que es una lección para las clases medias. El problema surge cuando esta clase social ha utilizado el Estado Colombiano, como fuente e instrumento para apalancar la acumulación de capital y el poder en su favor. Paradójicamente, la plutocracia colombiana, siempre ha contado con el apoyo de las clases medias o populares, pues hacen parte del círculo de poder, entre ellos, comerciantes, agricultores, profesionales dependientes, políticos y empresarios de nivel medio hacia arriba.

El proletariado como decía, Marx, debería adoptar el sentido de pertenencia a su propia clase, lo cual implica generar líderes propios y no prestados de la plutocracia. Más sin embargo es necesario entender que la sociedad en el terreno político se comporta de manera similar al económico. En los países occidentales generalmente ejercen el dominio político, uno o dos partidos políticos de larga tradición, cual dictadura solapada, y en nombre de la santa democracia, vienen ejerciendo su hegemonía, a través de sus hijos, de generación en de-generación, familias de gran abolengo y riqueza, pero últimamente de baja estatura ética. Claramente en los municipios, departamentos, hay familias alineadas con un determinado partido político y son quienes determinan los candidatos, avalan la candidatura y por ende la hegemonía se mantiene al igual que hace 200 años-  este es el modus operandi del sistema democrático en Colombia, para algunos “un mal necesario”, en sí es un modelo cuya esencia es pragmática, más sus resultados dependen en absoluto, de las decisiones adoptadas por “quienes gloriosamente manejan el sistema”.

*OMAR ALIRIO ESCOBAR. Economista con Maestría en dirección y gestión de centros educativos y Especialista en Gestión de proyectos.Docente universitario, ensayista e investigador en varias universidades del país.

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