Por: Anny Margarita Herrera Villa*
Cambiar y transformar en positivo nuestro entorno debe ser un llamado permanente, en lo que ayudan planes y concretas metas de acción a favor de las personas, el mundo, el bienestar y la prosperidad, en lo que haga parte diversidad, sostenibilidad, inclusividad, igualdad, participación, solidaridad, lo verde, lo amigable y lo respetable, entre otros generales y particulares aspectos, que bañan nuestro diario vivir determinando de forma novedosa a la economía. Pero lo que puede parecer como una nueva idea y orden, no lo es, ya que estas prácticas se venían desarrollando desde hace decenios gracias a la economía social, que a economía social encierra un conjunto de actividades económicas y empresariales que en lo privado llevan a cabo entidades que persiguen el interés colectivo de las personas que lo integran, el general, el económico, el social o ambos, mostrándose diariamente como un actor fundamental en el desarrollo de la sociedad actual.
Es en definitiva la economía social, como bien se sostiene, ese conjunto de iniciativas socioeconómicas, formales o informales, individuales o colectivas, que priorizan la satisfacción de las necesidades de las personas por encima del lucro; y, sea como fuere, lo importante de esta área de la economía es la interactuación de entidades como, por ejemplo, sociedades cooperativas, centros especiales de empleo, sociedades laborales y empresas de inserción; ya que efectivamente la tipología de entidades es mayor.
Auscultando en los inicios de la economía social, se converge mayoritariamente que se remonta a los años setenta del pasado siglo cuando comienza a emerger la Economía Solidaria como un modelo económico con una visión global de transformación social, constituyendo una forma de combatir la pobreza, la desigualdad y la ausencia de respeto por el entorno.
No obstante, debe decirse que ya desde ante de dicha fecha muchas cofradías de trabajadores, sociedades agrarias de transformación, comunidades y mancomunidades vecinales, ya ejercían esta práctica desde mucho tiempo antes, conscientes de su trascendencia social, participativa, inclusiva y económica, que anteponen los intereses económicos al bien social y a la formación para el empleo.
De todos modos, y sin dejar de lado este apuntamiento, importa saber hacia dónde vamos en la economía social, no por azar, sino por el esfuerzo decidido y colaborativo que debemos imprimirle para salir avante, lo que impone apostar con entereza por este tipo de economía que entraña un gran espíritu de servicio hacia la sociedad y se materializa en equidad, igualdad, inclusión, solidaridad e impacto social, que la hace merecedora de especial relevancia y se tenga mayormente en cuenta camino a seguir avanzando en el objetivo de coadyuvar a las más de las áreas de nuestra economía para que sigan un modelo solidario, verde, igualitario, inclusivo, emprendedor y que piense en grande.
*Ingeniera Industrial. Columnista. Especializada en Proyectos de desarrollo. Columnista