Por Enrique Herrera @enriqueha
La transición energética al igual que la transición ecológica de la agricultura todavía no se sabe quién las va a pagar. En Colombia parece que la energética, sí: el país, su economía y su gente.
El campo protestó en Europa porque las políticas verdes promovidas por grupos ecologistas, llamados por algunos “dogmáticos ecológicos”, llegaron al punto de generar una competencia desleal entre productores locales -que se han venido sometiendo a una normativa verde cada vez más exigente- y productores extracomunitarios que producen alimentos importados sin normativa ambiental y a precios muchos más bajos.
Producir de manera ecológica cuesta más, lo que se produce puede ser menos y la rentabilidad del negocio puede ser mala y es ahí cuando la bolita de -¿quién paga éstos costos?- está pérdida.
¿Quién paga la transición ecológica de la agricultura? ¿quién paga más para ser verde?: ¿los granjeros? ¿los contribuyentes a través de impuestos y financiamiento de subsidios? o ¿los consumidores, pagando más vía precios?
Y ello todavía no está resuelto. Por lo pronto, Europa puso el freno. Retiraron la obligación de disminuir a la mitad el uso de pesticidas, suspendieron la obligación de dejar en barbechos el 4% de la tierra y eliminaron la reducción de las emisiones agrícolas para el 2040.
A contrario de lo que sucede en Europa, en Colombia la transición energética parece que ya tiene paganini: Colombia.
José Manuel Restrepo señaló que los combustibles fósiles representan 20% de los ingresos fiscales, 35% de la inversión extranjera, 40% de las exportaciones, 5,6% del PIB y el 80% de regalías que financian las inversiones en los departamentos.
Y en cuanto a emisiones de gases efecto invernadero, Colombia genera el 0,6% de los gases del mundo y en este sentido, su incidencia es mínima pero las rentas, el empleo, la economía -macro y micro- y las finanzas públicas dependen mucho del petróleo, gas y carbón. Es decir, sin esos recursos no hay transición y, vaya paradoja, los países que menos contaminan son los que tienen más dificultades para afrontar los retos de la transición.
Así pues, el mundo y la política deberán navegar en las aguas procelosas para afrontar el cambio climático, el efecto invernadero, la transición y al mismo tiempo, dar respuesta, a las crisis económicas, sanitarias -y también, al progreso de los países en vía de desarrollo- en un escenario de ideologización y polarización política, de bajo crecimiento de la economía mundial e incremento de la pobreza.
¿Quién pagará la transición energética? Milanovic dice que es difícil que los países ricos reduzcan sus niveles de ingresos o que transfieran recursos significativos a los países en desarrollo porque ninguna de las dos opciones es políticamente factible.
El futuro no da espera y las políticas públicas no pueden ser populistas ni dogmáticas sino todo lo contrario: complejas y pragmáticas y solo se lograrán implementar mediante la cooperación, la empatía, la solidaridad y el trabajo en equipo.