Por: Hernando Pacific Gnecco*
Es la Sierra Nevada de Santa Marta el ombligo del mundo para los primeros pobladores, los hermanos mayores cuya misión es cuidar el mundo. Precioso paraíso al que nada le falta: ríos, ciénagas, el mar Caribe de aguas azules y cristalinas, valles, desiertos, vegetación y fauna abundante. El 23 de septiembre de 1502 llegan en dos barcos con su tripulación Rodrigo Galván de Bastidas y Juan de la Cosa; desembarcan en la bahía de Bellavista. El sacerdote Juan Rodríguez en ceremonia religiosa bautiza a ese mágico lugar como Santa Marta. En 1510 Rodrigo Hernández de Colmenares y Pedrarias Dávila llegan a Gaira, pero los nativos repelieron ese intento de invasión. Bastidas regresa el 29 de julio de 1525: queman sus barcos y se quedan para siempre. El padre Diego de Peñas bendice la ciudad, erige una iglesia rústica y esos colonizadores comienzan a levantar un burgo nuevo; los viejos pobladores son repelidos de sus sitios sagrados; los recibe Iké, la montaña sagrada, madre protectora.
Santa Marta se convierte en la puerta de entrada a ese nuevo mundo. Desde allí, Gonzalo Jiménez de Quesada remonta el río Karakali, Santa María Magdalena para los españoles, con rumbo a las tierras montañosas del interior. Al nuevo puerto llegaban cientos de naos a traer mercancías y llevarse los metales rituales, plantas y animales. Los piratas ingleses asaltaron, saquearon e incendiaron a Santa muchas veces; los destructivos terremotos y los inesperados forajidos de otras naciones casi hacen desaparecer a Santa Marta.
La Perla de América renace a pesar de haber sido abandonada por los colonizadores españoles para reforzar a Cartagena de Indias con murallas y cañones. El exiliado Libertador Simón Bolívar llega casi agonizante a Santa Marta cuando iba rumbo a Europa, y muere en la Quinta de San Pedro Alejandrino; fue enterrado en la reconstruida Catedral cerca de Rodrigo de Bastidas; sus restos viajaron a su natal Caracas para alojarse allá definitivamente. Santa Marta aplaudió a su primer presidente, José María Campo Serrano, encargado por Rafael Núñez; el samario sancionó la Constitución de 1886.
Con poco menos de 10.000 habitantes, Santa Marta recibe al siglo XX; las calles se reconocían por sus nombres. Los migrantes vieron en ella un acogedor refugio: italianos, españoles y libaneses principalmente, pero también europeos de otras naciones, chinos, ingleses y estadounidenses. Años después, llegarían antioqueños, santandereanos, boyacenses, tolimenses; todo un crisol cultural. Vivió la ciudad la Bonanza Bananera a principios de siglo y lloró la masacre de las bananeras. El Camellón se fue transformando en el espacio social más concurrido de la ciudad, al frente de las hermosas villas señoriales que miraban el atardecer samario.
Don Pepe Vives moderniza a la pequeña, que se convierte en una capital pujante y creciente; turismo, las Fiestas del Mar, El Rodadero, el Acuario, Taganga, Minca y las playas del parque Tayrona. Emerge el esplendor cultural con la Sociedad Amigos del Arte del Magdalena: música culta, pintura, teatro, radiodifusión, cineclub y un desfile de artistas de talla mundial. Nace el Festival Estudiantil de la Canción; coros y cantantes deslumbraron por todo el país.
Vivimos una época difícil cuyos dolorosos episodios y nefastos protagonistas prefiero no mencionar: decae la ciudad. El Teatro Santa Marta, antes centro cultural, languidece y termina incendiado. La ciudad sigue creciendo sin una guía urbanística y el Centro Histórico pierde importancia. Los nubarrones de antiguas épocas aciagas reaparecen; los motores de la Sociedad Amigos del Arte se apagan. Pero Santa Marta renace; empieza la recuperación del Centro Histórico, la Quinta de San Pedro Alejandrino, la Casa de la Aduana, varios museos, el Teatro Santa Marta y otros sitios de interés. El turismo se reactiva, la historia revive y la cultura reaparece.
Cinco siglos de existencia no es poca cosa. A un año de esa celebración y con casi 600.000 habitantes, falta bastante para recuperar el esplendor perdido; la tarea es grande. La fiesta es bienvenida, los homenajes merecidos, la celebración es importante, pero es prioritario volver a ser la ciudad ejemplar, honrar a su memoria histórica, arquitectónica, cultural y turística; regresar a los tiempos del civismo, la urbanidad y el respeto. Estamos a un año, y se puede; rodeada de agua, la ciudad muere de sed; problema insólito e insoluto. Otros asuntos exigen soluciones urgentes. Que la magia de tenerlo todo sea la brújula; Santa Marta lo merece. hernandopacific@hotmail.com
*Médico Cirujano. Especializado en Anestesiología y Reanimación. Docente Universitario. Columnista