Por: Saúl Alfonso Herrera Henríquez*
La política debe ser un todo de exigencias, dado lo que significaría por su importancia, para el integral desarrollo y crecimiento de los pueblos. Es ella ese gran conjunto de actividades que se asocian con la toma de decisiones en grupo u otras formas de relaciones de poder entre individuos, como la distribución de recursos o el estatus; y que debemos entender como la ciencia y el arte de gobernar que trata de la organización y administración de un Estado en sus asuntos e intereses de comunicación pública.
La política real, en tanto, lucha por el poder en función de intereses y ventajas, se expresa y efectúa en el proceso de elaboración de políticas; y es además, actividad cuyo objetivo es el de resolver pacífica y razonablemente conflictos entre las personas y los grupos humanos. Precisándola, es una forma particular de afrontar aquellos conflictos que deben resolverse democráticamente.
Hoy desafortunadamente la política se ha banalizado. Basta hoy, ad portas de unas elecciones de carácter regional y local, ver a la mayoría de los aspirantes, especialmente los menos significativos y de menor condición, de un lado para otro, sin brújula ni norte alguno, intentando captar hasta el último voto. Pero además de lo que en la calle acontece, intensificada se encuentran las campañas en las redes sociales. Hay quien no tiene ninguna y le funciona, son los menos; pero también, los hay que usan todas y cada una de ellas. Aplicaciones que dominan un ejército de personas con mensajes insustanciales diseñados para pescar incautos, lo que les opera muchas veces en atención a la falta de preparación e información de los recipiendarios de dichos mensajes.
Se intensifica igualmente, lo que es a todas luces más que absurdo, el fariseísmo electoral, de moda vez cada que se acercan unas justas electivas, pero con tal grado de desfachatez, vulgaridad y desproporción que da grima y pena ajena la forma y manera como se maneja esta urdimbre de sainetes, mentiras, componendas, chismorreos, falacias, triquiñuelas y traiciones.
Compra de líderes, de votos a granel y grupal. De enseñas, colores y avales. No hay de parte de compradores y vendedores de conciencias, carácter ni criterio. Deshonra total. Deshonestidad infinita. Vergüenza por doquier. No los mueve a ciencia y conciencia ningún interés que indique la defensa de los intereses superiores de la comunidad, sino los propios, de grupos, movimientos o partidos. Brilla por su ausencia decoro, decencia, probidad, pulcritud. Se vuelve todo tierra de nadie. Se negocian los desmontes y consecuentes apoyos. El mercado está ahí, a la orden del día; y lo que es peor y denigrante, a la vista de todos.
Nos olvidamos de la buena política, ciencia social cuyo fin es iluminar y acompañar la organización de las personas en la sociedad. Ya los políticos hoy no son esos seres que ejercen dicha ciencia para el bien de la misma sociedad, llenos de bondades y agentes portadores de esperanzas y realidades. No son tampoco los empleados que deben ser de ese pueblo que los elige y para el que tanto deberían trabajar y ayudar a construir la sociedad más allá del voto, desde las buenas y mejores acciones. Requerimos políticos que real y verdaderamente nos representen y a los que podamos pedirle cuentas. Eso es hacer buena política en ruta a consolidar una sociedad digna.
No más equivocaciones por favor. Con las cometidas ya bastan. Es irresponsable elegir candidatos por filias o por fobias, como es indigno el comercio del voto con dinero, cargos o promesas irreales. La política debe ser buena como buena es la democracia; una y otra son instrumentos, no fines. Herramientas, no trampolines. Todos deberíamos ser políticos en su mejor sentido; esto es, buscar lo que es mejor para la sociedad, para la patria.
* saulherrera.h@gmail.com – Abogado. Especializado en Gestión Pública. Derecho Administrativo y Contractual