Por: Lisbeth Paola Barraza Escorcia*
Estamos inmersos en lo que bien podría denominarse un estado de excepción después de los graves como permanentes incidentes que se suceden en los más de los rincones urbanos y rurales de la geografía nacional, lo que ha llevado a que nos quejemos abiertamente de tan penosa situación que estamos viviendo, lo que obligarnos debe a que veamos con lupa los efectos y examinemos desde la reflexión y el análisis sus causas.
No es con paños de agua tibia como vamos a remediar tan graves males que padeciendo estamos. No es solo encerrando a los delincuentes que muchas veces salvan jueces corruptos como limpiaremos a la comunidad para que todo sea como debe ser; vale decir, cómo debe marchar una sociedad civilizada ajustada a los cánones normativos. Desafortunadamente, ello no es cierto, porque mientras unos van entrando a los centros de reclusión, otros se están gestando en nuestros senos.
La presencia de la criminalidad común y organizado entre nosotros pareciera endémica, fenómeno y actividades que viene creciendo exponencialmente a la vista y paciencia de todos nosotros. Nada se viene haciendo como debe ser; esto es, de manera y modo contundente para acabar con la permeabilidad. Amerita esto controles máximos, para que no se siga expandiendo la ola criminal a sus anchas, adoctrinando y preparando niños y adolescentes para robar, secuestrar, matar, extorsionar y demás otras modalidades del crimen.
Estamos plagados de delincuentes, de terroristas, de reclutadores de menores para el acometimiento de asesinatos, venta de estupefacientes y captación de jóvenes para efectos criminales, quienes a muy corta edad ya son hasta poseedores de propiedades tomadas ilegalmente. El común denominador que vemos en esta horrenda como asquerosa realidad, es la temprana edad de quienes conforman dichas bandas delincuenciales, lo que igual acontece con quienes están en las calles céntricas de algunas urbes drogándose o en estado de letargo, producto de un incontrolado consumo.
Más no se detiene allí el crecimiento exponencial de la delincuencia, que no solo se encuentra extendida en los barrios marginales, al tiempo que hay otros que se preparan para ser delincuentes de cuello blanco y se hallan enquistados en el aparato burocrático, mientras algunos otros andan sueltos, supuestamente perseguidos por la justicia.
Gran parte de nuestra niñez y juventud se haya salida de madre, por fuera de los carriles de la moral y las buenas costumbres. Hemos perdido tejido, integración y cohesión social, Evidente es la crisis. La sociedad misma está en estado lamentable de descomposición, por falta de formación, orientación, disciplina y respeto de sus miembros, que provoca la ausencia de principios y valores. Hemos fracasado se dice por doquier. Carecemos de hogar y de familia. No estamos presente en la vida familiar. Vamos por el mundo sin brújula, a la deriva. No se complementa su formación ni educación entre la familia y los centros educativos. Hay carencia de amor y afecto. Vamos rumbo al surgimiento y consolidación de generaciones perdidas. Grave por decir lo menos, el panorama que viviendo estamos y el que nos espera.
Se impone ante tantas falencias, recuperar el tejido social para volver a la normalidad, aunque en ello se nos vayan muchos lustros, debiendo además invertir en gran medida y como tablas de posibles salvación, profusamente, en pilares esenciales tales como salud, educación y cultura.
*Lideresa Social Comunitaria. Conferencista. Tallerista. Columnista