Por: Hernando Pacific Gnecco*
Es probable que la merienda escolar colombiana contenga básicamente alguna comida chatarra acompañada de gaseosa o un comestible ultraprocesado (“paquete”). Nada sano para la salud. Hay cosas peores: en muchos colegios públicos la alimentación suministrada a los infantes, cuando les llega, puede ser dolorosamente mala y escasa. La corrupción es dañina para los niños. En muchos colegios privados, dueños también de la cafetería y el comedor escolar, se pone el negocio por encima de la salud infantil. ¿Parece descabellado? El lobby intenso y eficaz de la industria alimentaria ha logrado que se cometan estos abusos.
Un 58% de la población latinoamericana, unos 360 millones de habitantes, sufre esta escalofriante epidemia, según la OPS y FAO. El impacto sobre los sistemas de salud es demoledor, en especial el colombiano donde los voraces “empresarios” hicieron de un derecho fundamental el más jugoso negocio, restándole recursos al sistema de salud. Casi todos los niños malnutridos (obesidad o desnutrición, y enfermedades derivadas) serán adultos enfermos, probablemente con diabetes, hipertensión arterial, colesterol y triglicéridos altos, terminando en daño cardiovascular irreversible y sus secuelas, o con problemas óseos, retraso mental o problemas infecciosos crónicos.
¿Cuánto le costarán al sistema los próximos enfermos? Una absoluta perversidad. El cambio en el tipo de alimentación ha sido causado por el incremento de las mujeres en el mundo laboral, el fácil suministro de comida fabricada y, sin duda alguna, la intensa publicidad en favor de alimentos insanos. La indolente complacencia de muchos gobernantes y sus intereses particulares o grupales, dejan inerme a la población, expuesta a rapaces “productores” sin que las autoridades sectoriales hagan lo que les corresponde, más allá de dar buenos consejos emitidos por medios de nula lecturabilidad.
Es encomiable la labor silente de personas y fundaciones que intentan cambiar los hábitos alimentarios de los niños colombianos, enfrentadas a los inconcebibles obstáculos que fomentan el consumo de esos venenos o, simplemente, del precio cuando las ventas no ayudan. ¿Qué hacer entonces? Podemos enfrentar a esos monstruos, desde la exigencia a los planteles educativos hasta la interacción con las autoridades sanitarias, pasando por acciones directas en casa que conduzcan a un drástico cambio de hábitos nutricionales. Los problemas alimentarios se correlacionan con la pobreza (poca opción de obtener alimentos de calidad en cantidad apropiada), sedentarismo y mala educación nutricional. Y es allí donde se debe atacar el problema. Entendiendo el enorme costo del problema que afecta a su población infantil.
los Países Bajos desarrollaron un programa gratuito de asesoramiento dietético, actividad física dirigida y visita domiciliaria. Los mensajes, más allá de los lugares comunes como “el azúcar hace daño”, se manejan en lenguaje propositivo fácilmente entendible. El programa ha funcionado tan bien que en 5 años la reducción de la obesidad infantil ha sido significativa y visible. Las madres, quienes adquieren la comida, reciben pedagogía nutricional. No hubo necesidad de contratar personal: maestros, enfermeras, trabajadores sociales y líderes comunitarios transmiten un mensaje de estilo de vida saludable. En las escuelas primarias solo permiten el ingreso de frutas, agua y alimentos saludables, además de fomentar el ejercicio. Ámsterdam prohibió la publicidad de comida chatarra en el metro y eventos deportivos; todos los partidos políticos apoyan estos programas, y se trabaja con los expendios para promover la venta de alimentos saludables.
Japón tiene el índice más bajo de obesidad entre los países desarrollados: 3,5%, diferencia enorme con los demás países del G8, todos entre el 22 y 33,5% (USA). En Japón existe un programa, Salud Japón 21, cuyas acciones y resultados se apoyan en dos leyes: Shuku (alimentación) Iku (educación intelectual, moral y física), que va de los niveles preescolares hasta la secundaria, y la Ley Metabo, que invita a los adultos a medirse la cintura al menos una vez al año, para detectar riesgos cardiovasculares y actuar preventivamente. Adicionalmente, se enfatiza en la comida tradicional fresca, de porciones pequeñas.
¿Podremos cambiar los hábitos alimentarios de nuestros niños? Un reto enorme para el gobierno entrante, pues no hace mucho, el electo presidente Iván Duque actuaba en favor del sector azucarero. Res Papaz luchó intensamente contra el lobby empresarial para obtener espacios de pautas publicitarias contra la pésima alimentación. ¿Nos quedará grande este reto? El enemigo es poderoso, pero derrotable. Toca actuar pronto y enérgicamente. La victoria nace en casa. hernandopacific@hotmail.com
*Médico Cirujano. Especializado en Anestesiología y Reanimación. Docente Universitario. Columnista