Por: Lisbeth Paola Barraza Escorcia*
Es claro que ejercer la maternidad en un país donde predominan la violencia de género, el crimen organizado y la impunidad en el acceso a la justicia, sumado a las inequidades y desigualdades estructurales que enfrentamos las mujeres en las distintas áreas de nuestras vidas, no es cosa simple ni nada sencilla. Mucho menos hablar de maternidades que son diversas por muchos motivos, que van desde haber tenido el derecho de elección para decidir sobre sus cuerpos hasta ser acompañadas colectivamente para que ser madre no fuera o sea un impedimento para seguir creciendo personalmente.
Muchas son las mujeres que comentan que no pueden ingresar al mercado laboral debido a las tareas de cuidado que hacen en sus hogares o para el resto de sus familiares, lo que refleja acotada y cuantitativamente las realidades de miles de maternidades ejercidas en el país, pues hay madres que aún falta nombrar, visibilizar y colocar en las distintas cifras que aparecen y en las que hacen falta las que son defensoras de derechos humanos, que se dedican todos los días a la búsqueda de verdad y justicia para sus hijas víctimas de feminicidio; aquellas madres que salen diariamente a pegar las fotos de sus hijos desaparecidos en cada localidad, en cada autobús, en cada estación donde pueda ser localizado; quienes están encarceladas injustamente por ejercer su libertad de expresión, así como cientos de madres que han sido separadas de sus hijos por leyes migratorias inhumanas o por la trata de personas cada vez más avasallante, desconsiderada y salvaje.
Y aun con estas violencias a enfrentar y los desafíos para lograr que los estados puedan escuchar y atender sus necesidades ante la crisis de derechos humanos que se vive en todos los países, han demostrado que son alegría, esperanza y fortaleza; que la vulnerabilidad no es debilidad, sino que puede ser resignificada y usada como el motor de exigencia de verdad y justicia para quienes nos hacen falta. Las madres defensoras de la vida y de la dignidad enseñan que la esperanza se mantiene viva en cada sonrisa solidaria, en cada plato de comida compartido, en las miradas reconfortantes de saber que hay un hombro en el que apoyarse y una mano de la cual sostenerse para seguir caminando hasta encontrarles.
Han enseñado fortaleza aun en la tempestad de las injusticias y las violencias; de cómo se puede construir comunidad y colectividad con las demás personas para hacer este mundo más ligero; de lograr recuperar la alegría, pues el Estado y el crimen organizado podrá querer quitarnos todo, pero no podrán quitarle su amor inmenso por quienes ellas han criado hasta conseguir justicia, verdad y reparación integral.
Es y será siempre necesario reflexionar sobre el papel de las mujeres y de las madres en los distintos ámbitos de nuestra vida. Podríamos comenzar por construir condiciones para que las mujeres podamos acceder a información segura y confiable para ejercer nuestro derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y así tomar la decisión voluntaria, informada y consciente sobre el ejercicio (o no) de la maternidad. También abonar a transformar nuestros estereotipos y prejuicios sobre cómo ser madres y fomentar la crianza compartida donde haya más paternidades presentes que ausentes.
Esencial, no sólo para las mamás defensoras de la vida sino para la sociedad en general, sumarnos y acompañar respetuosamente sus luchas dignas exigiendo que los gobiernos cumplan con sus obligaciones en materia de derechos humanos para que la verdad, la justicia y el castigo a los culpables sean una realidad para las madres; exigencia a la que hay que adicionar que ninguna persona más pase éste y los siguientes días buscando justicia para sus madres, y mucho menos para que ellas continúen buscando a quienes les hacen falta, sino que puedan abrazarles hasta encontrarles.
*Lideresa Social Comunitaria. Conferencista. Tallerista. Columnista