SAÚL ALFONSO HERRERA HENRÍQUEZ

Por: Saúl Alfonso Herrera Henríquez*

Se ha dicho y sostenido por parte de grandes de la filosofía, que la oscuridad del escenario sea cual fuere, no nos debe hundir, de ahí que en consecuencia lo más sabio sea aprender para corregir y enderezar los caminos. Iniciamos universalmente un año crucial por distintos motivos, guerras, dificultades económicas, un medio ambiente en crisis, una inseguridad exponencialmente en aumento en distintas zonas del orbe, producto de las funestas acciones del crimen organizado y otras organizaciones delictivas de distinto origen, naturaleza y protervos propósitos, cundiendo además, como si lo antes dicho fuera cosa menor, la falta de respeto a los derechos humanos, que encuentra espacio en la ninguna calidad de nuestras frágiles democracias.

Se impone que nos invitemos a pensar de algún modo en la sabiduría, cultivarla más y mejor, especialmente cuando todo va mal y peor. Comprender que en los momentos de oscuridad más grandes son las oportunidades para aprender lecciones pertinentes en profundidad y acudir a la ciencia, que ayuda a develar la naturaleza del mundo; lo mismo que entender a lo griego que la diferencia fundamental entre ciencia (explicación causal) y sabiduría (saber más profundo y elevado, propio de los dioses). Ser sabio, claro es, no se aprende tanto estudiando, sino descubriendo el significado último de la vida, de ahí que en aquellos tiempos el abuelo anciano y sin mucha escuela, resultaba ser más sabio que su erudito nieto, graduado en alguna institución de educación superior.

Que hasta hoy se sepa certeza, nadie posee la bola de cristal que permita ver el porvenir, mismo que sin embargo, se puede preparar ya sea con el temor propio de quien no ve en la oscuridad, o con la peculiar “luz” de la sabiduría, que exige haber aprendido de los yerros del ayer.

Necesitamos aprender realmente de los errores y una primera condición para ello sería vivirlo en carne propia, ya que muy, pero muy pocos escarmientan en cuerpo ajeno; pero desafortunadamente, esto no basta, ya que muchos de quienes cometen errores, incluso graves, no escarmientan, porque no los reconocen como propios; y, en ello ayuda negativamente vanidad, orgullo, el qué dirán y demás otros estúpidos condicionamientos sociales, que impiden no mirar ni vernos en nuestras propias verdades. La sabiduría comienza aquí, ya que sin reconocer la propia miseria y limitación, no hay posibilidad de aprender el significado más hondo de la realidad.

Otro gran y necesario elemento que nos trae luz es la empatía con el dolor, puesto que la vida superficial surge en buena medida cuando no nos dejamos cuestionar por el dolor del prójimo. Es como si para poder ver más allá de la apariencia, fuese necesario tocar con las manos a quien sufre. Sin mirar a los ojos a las personas que sufren, sin abrazo real y solidario, imposible es entender el mundo; razón por la que el porvenir de las personas y de los pueblos, sólo se puede realmente preparar con personas capaces de una nueva mirada sabia, consciente de la propia fragilidad y responsable respecto del prójimo, toda vez que el bien común, no se aprende a través de definiciones, sino que se redescubre dejando que se nos señalen los incómodos lugares de nuestra propia vida y entorno, que casi siempre esquivamos para no ver la realidad. saulherrera.h@gmail.com

*Abogado. Especializado en Gestión Pública. Derecho Administrativo y Contractual. Magister en Derecho Público

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