SAÚL ALFONSO HERRERA HENRÍQUEZ

Por: Saúl Alfonso Herrera Henríquez*

Hablar sobre los más vulnerables, como lo hacen muchos candidatos, sobre todo en campañas políticas, olvidan que no debe utilizarse solo, como siempre se hace, como una frase a dicho tenor, sino ser y encarnar la política misma en sus efectos más alentadores y reivindicativos. Normalmente quienes acuden lo dicho, “los más vulnerables” como caballo de Troya, ocasionalmente, por no decir que ninguna vez, se ocupan de esa masa de necesitados que crece exponencialmente con las horas y los días.

Desde el confín de los tiempos se ha sometido a las mayorías bajo la amenaza de lo peor y la promesa de lo mejor con la complicidad de religiones que, a la par de hartarse de riquezas, otorgaban condenas infernales y repartían parcelas celestiales. Hoy y durante los últimos decenios los grandes capitales coludidos con gobiernos condujeron a la humanidad a una época de oscurantismo apasionado y devoción a un nuevo dios todopoderoso, el dinero, cuyo gasto se convirtió en el cielo y su carencia en el infierno.

Bajo otros modelos, la capacidad de gasto ha determinado la calidad humana, siendo inmediatos premios o castigos como riqueza o pobreza. Los impulsores de esos modelos, se prometió que se aceleraría el crecimiento económico y con ello disminuirían pobreza y desigualdad, resultando efectos opuestos, ya que, al no cumplirse las promesas, la distancia de la desigualdad sigue en aumento lanzando a la miseria a millones de personas, generando que las fuentes internas de crecimiento se sofoquen llevando a que la desigualdad no sólo a las personas, sino también a los países, a la par que encontramos que los derechos han dejado de serlo para pasar a ser privilegios y la libertad obtenida sólo mediante el gasto. Como unos pueden gastar más que otros, los pobres perdieron libertades, causando con ello no sólo una crisis económica, también social. Bajo ese modelo de competencia como característica esencial de las relaciones sociales, todo intento por limitarlo se opone a lo que se entiende por libertad.

Disminuir la inversión estatal afecta a los más pobres a quienes se margina al privatizar sus derechos para convertirlos en privilegios. La seguridad social deja de garantizar servicios elementales a los cuales sólo pudieron acceder quienes tenían la capacidad de pagarlos. La desigualdad se vuelve la virtud de un modelo que convierte el gasto en sacramento. Las personas dejan de ser sujetos de derechos para convertirse en consumidoras cuyo principal ejercicio “democrático” es comprar y vender, lo que premia un muy falso merecimiento para castigar supuestas ineptitudes.

Concierne sí o sí evitar el debilitamiento de la capacidad del Estado, atender las necesidades sociales y lograr un desarrollo compartido desde cambio y transformaciones reales de manera pacífica y democrática que atinda en primer término a los pobres para así beneficiar a los demás. Es adentrarse a través de distintas acciones para aminorar desigualdades y desventajas para abolir otrora y nocivas prácticas con las que se margina a los pobres impidiéndoles el acceso a tener las oportunidades para salir de la pobreza, lo que obliga la construcción de equidad, igualdad, combatir la discriminación en cualquiera de sus expresiones y aumentar los programas de bienestar.

No hay que olvidad que la austeridad es un principio y el humanismo una distinción, lo que es una alerta para no hacerle el juego al consumismo ni al poder del dinero, sino creer en un pueblo de libertades y justicia, que real y verdaderamente mande, se transforme y entre definitivamente a resolver sus muchos pendientes.

*Abogado. Columnista. Especializado en Gestión Pública. Derecho Administrativo y Contractual. Magister en Derecho Público. saulherrera.h@gmail.com

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