Por: Julián Martín Ruíz Frutos*
Decía siempre el gran Voltaire, François-Marie Arouet (París, 21- noviembre-1694 / 30-mayo-1778), escritor, historiador, filósofo y abogado francés, que perteneció a la francmasonería, uno de los principales representantes de la ilustración, período que enfatizó el poder de la razón humana y de la ciencia en detrimento de la religión y crítico intransigente de la Iglesia católica, quien ha pasado paradójicamente a la historia por acuñar el concepto de tolerancia religiosa y quien fuera un incansable luchador contra la intolerancia y la superstición y siempre defendió la convivencia pacífica entre personas de distintas creencias y religiones, nos dejó dicho que “Los que os hacen creer en cosas absurdas pueden haceros cometer atrocidades”.
Por ello, importará siempre que los gobiernos se orienten bajo principios tales como el que toda la verdad se conozca, que toda la justicia sea posible y que constantemente hagamos esfuerzos de reconciliación, lo que debe acompañarse con la voluntad de los partidos políticos de asumir directrices tales como que en la contienda política deben celebrarse con los adversarios acuerdos y no verlos como el enemigo que tengan que exterminarse; evitar la polarización; y, hacer prevalecer por encima de todo los intereses superiores de la comunidad y la defensa de los sagrados recursos públicos, con lo que se da y darán sólidos compromisos y grandes ejemplos de congruencia, de vida democrática y cumplimiento con el Estado de derecho, de lo que mucho hay que aprende, en la seguridad poder vivir en un mundo, sino ideal, al menos en proceso de permanente perfectibilidad.
Muchos países nos provocan sentimientos encontrados de repudio y admiración. Algunos de los cuales son una gran nación soportadas en válidas reflexiones, como sostener verdades evidentes respecto que los hombres son creados iguales y dotados por el creador con derechos inalienables, entre los que se encuentran, vida, libertad y la búsqueda de la felicidad, que no el derecho a la felicidad, por tratarse de una cuestión que incumbe a la persona, sino a ofrecer las óptimas condiciones para su búsqueda, en otras palabras, el bien común.
Nos indica lo cual, que los pueblos deben formar uniones más perfectas, establecer justicia, afirmar la tranquilidad interior, proveer la defensa común, promover el bienestar general y asegurar para todos y descendencia los beneficios de la libertad. De la misma manera, darse un sistema jurídico político al que concurran las personas para escapar de las trágicas condiciones de pueblos que no cuentan con condiciones superiores ni adecuadas, en lo que interesa nunca dividir a la comunidad sino dar lugar a más integración y cohesión social; por lo que es diáfano, soportado en la teoría política y su aprendizaje, que no existe una ingeniería social general que resuelva nuestros problemas y que llaman grandilocuentemente proyecto nacional. Lo que sí es creíble, es que se adopten políticas públicas concretas con soluciones prácticas a problemas específicos. En otras palabras, la realidad nos enseña que la planeación centralizada y un Estado avasallante son un rotundo fracaso, siendo inviable. por tanto, volver a esquemas globalmente superados.
Los grandes pensadores que explican el nacimiento del Estado como consecuencia de un implícito contrato social dicen que, a cambio de sacrificar parte de su libertad, emerge una autoridad que garantiza seguridad e impartición de justicia. Ahí está el primer deber del Estado. La seguridad está resquebrajada y la administración de justicia prácticamente no existe, que de no mejorar lo cual, fracasaremos en todo lo demás; razón para que exijamos una política seria, real, verdadera, sincera, sin engaño, burla, doblez ni disimulo.
*Abogado. Especializado en Derecho Laboral. julianruizfrutos@hotmail.com