SAÚL ALFONSO HERRERA HENRÍQUEZ

Por: Saúl Alfonso Herrera Henríquez*

Llama poderosamente la atención ver personas que condenadas por corrupción hablan con propiedad de no serlo, actúan como si nada los tocara en ese particular aspecto; y lo que es peor, sin un solo asomo de vergüenza, más si con cinismo poro y manifiesto. También individuos cuyas familias y ellos mismos apalancados en fortunas adquiridas y soportados en mares de corrupción, se muestran como adalides de la ética, la moral y las buenas costumbres. Osados al extremo, se dan el lujo de juzgar y acusar de corruptos a los demás y nunca piden perdón por haber birlado ingentes cantidades de dinero de las arcas del Estado.

Dirigentes, grupos, movimientos y partidos que han llegado a las mieles del poder desafortunadamente se han visto tocados e inmersos en casos de corrupción y lo que es peor siguen allí instalados en el ella cual si fuera su zona de confort. No se oyen de su parte ningún “mea culpa” y menos que prometan nunca más pecar. No está en ellos darse por enterados, ni siquiera cuando son mostrados y demostrados con suficiencia en sus andanzas.

Son descarados sin límites. En corrupción son campeones plusmarquistas. Es práctica que dominan a la perfección y hasta calculan “costos y beneficios”; vale decir, qué les puede o podrá acontecer si incurren en lo uno y cuanto les tocará pagar ante una justicia que con antelación han penetrado como infiltrado. Estamos entre corruptos y nadando en mares de corrupción. Pero hay una particularmente mucho más peligrosa que la económica, y es la corrupción política, que avezada, malsana, proterva y perniciosa atenta gravemente contra la estructura del Estado, cambiando a su antojo los derroteros maestros de lo considerado permanente.

Son sujetos que no se miden para traicionar. Traicionan en asuntos tan esenciales que afectan a la propia existencia del país, de sus principios y de sus valores. No les interesa poner el Estado y las coas del Estado en manos de sus adversarios. Para mantenerse en el poder, consciente de lo que para ello significa, son capaces de todo en propio beneficio, sin importarle la suerte de los demás asociados. Estamos en manos de rufianes, en la certeza que todo corrupto lo es en verdad, por lo que en sus propósitos malsanos no tienen empacho en establecer colaboraciones a todo nivel por vergonzosas que sean o parezcan, así tengan que llevarse medio mundo por delante.

Capaces son de protagonizar los más absurdos giros con tal de salirse con las suyas. Tampoco les tiene sin cuidado ir en contra de nuestra Historia y de todas nuestras instituciones. Es lo de ellos, una corrupción absoluta de las bases del propio sistema democrático.

*Saúl Alfonso Herrera Henríquez. Abogado. Especializado en Gestión Pública, Derecho Administrativo y Contractual saulherrera.h@gmail.com

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