SAÚL ALFONSO HERRERA HENRÍQUEZ

Por: Saúl Alfonso Herrera Henríquez*

Las democracias no deben estar expuestas y menos que la ronden abandonos, negligencias, connivencias, absurdas complicidades, enmudecimientos ni conspiraciones en su contra para generarle obstrucciones por leves que sean, toda vez que ello lleva a defraudaciones, tergiversaciones, incertidumbres y desconfianzas. Ella, la democracia, debemos defenderla a toda costa, asegurarle su vitalidad y vigencia en el tiempo y en el escenario orbital, para que los embates en contra de sus instituciones y el derecho emanado de ella no desaparezca, así sean o estén latentes los peligros de sus detractores y enemigos.

Quienes optamos por la democracia, obligados estamos no solo a defenderla a ultranza, sino a enmendar sus falencias y yerros cuando los hubieren, a efecto de protegerla, por ser ella esa propia forma de gobierno y significado valorativo, de la que Sartori dice: “La democracia contemporánea desde el punto de vista descriptivo es un mecanismo contemporáneo que genera una poliarquía abierta, cuya competición en el mercado electoral atribuye poder al pueblo y, específicamente, impone la respuesta de los elegidos frente a los electores”; la cual, agrego, debemos y tenemos que seguir defendiendo, más por cuanto siempre será cuestionada, desacreditada, atacada y querer ser destruida por las extremas de todos los signos y orientaciones.

No podemos olvidar que democracia es autonomía individual e igualdad, principios que ayudan a explicar su popularidad, lo que hace justo que tengamos tantas oportunidades como cualquier otra persona para decidir sobre las normas comunes y una auténtica forma de representar intereses de todo el mundo es la de utilizar la toma de decisiones por consenso, donde el objetivo es encontrar puntos de interés comunes.

Además de defenderla a ultranza, importa por encima de cualquier obstáculo, mejorarla, la democracia es mucho más que sólo las elecciones, y la verdad es que tiene más sentido pensar en la idea de la voluntad del pueblo, más que del carácter institucional o estructuras de votación, cuando estamos tratando de evaluar de qué manera un país es democrático. La democracia se entiende mejor como algo que siempre podemos tener más o menos en lugar de algo que es o no es. Los sistemas democráticos casi siempre suelen ser más inclusivos, reflejan más deseos de la población y responden mejor a su influencia. Dan margen para mejorar la vida del pueblo, que forma parte de la democracia, incluyendo a más personas en la toma de decisiones; también para mejorar el poder o la voluntad democrática, y dar al pueblo más poder real.

Concierne igualmente, camino a robustecerla, participar más activamente en ella, no solo votando, sino hacer que funciones con mayor eficacia, lo que depende de la utilización de más medios en la medida de lo posible, mantenerse informado sobre lo que está ocurriendo, lo que se decidió supuestamente en nombre del pueblo, y, en particular, sobre las decisiones y acciones que se están llevando a cabo por el propio representante. De igual manera, dar a conocer nuestra opinión a los representantes en los cuerpos colegiados, a los medios de comunicación, o a los grupos que trabajan sobre determinados temas. Sin comentarios del pueblo, los líderes sólo pueden conducir de acuerdo a su propia voluntad y a sus prioridades; de ahí que cuando se tomen decisiones no democráticas, o contra los derechos humanos, o incluso cuando se tenga un claro sentimiento sobre ellas, importa hacer esfuerzos para conseguir hacer oír nuestra voz, de modo que las políticas puedan ser reconsideradas. La forma más eficaz de hacerlo es probablemente unirse con otras personas para que nuestra voz sea más potente. Votemos cuando posible sea. Si no votamos, impedido estaremos para pedir cuentas a los elegidos.


*Saúl Alfonso Herrera Henríquez. Abogado. Especializado en Gestión Pública. Derecho Administrativo y Contractual. saúlherrera.h@gmail.com

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