Wendy Arenas Wightman- antropologa y politologa

Por: Wendy Arenas*

La tentación de explicar a la Amazonía desde los extremos es una reacción racional casi automática en estos tiempos de polarización donde parece que solo entendemos la realidad en blanco y negro. Los grises nos exigen un poco más de contexto y de profundidad y eso nos quita tiempo y nos obliga a salir de lugares comunes que por lo general no nos gustan. Yo escribiré más que todo sobre los grises.

Es importante comenzar por entender que la Amazonía colombiana no es toda igual. Que la Amazonía Occidental —Putumayo, Caquetá y Guaviare— es distinta a la Amazonía Oriental del Vaupés, Guainía y Amazonas. Que el piedemonte amazónico es muy distinto a la Amazonía que limita con la Orinoquía. Que más del 80 por ciento de su territorio tiene alguna figura de ordenamiento lo que condiciona el uso del suelo, es decir, lo que se puede o no hacer allí.

El 53 por ciento de la Amazonía son resguardos indígenas donde los pueblos indígenas no solo tienen derecho sobre ese territorio sino responsabilidad de mantener su cultura viva y de cuidar el bosque y sus ecosistemas, las cuales están íntimamente ligadas. Aproximadamente 27 millones de hectáreas son inalienables, es decir, que no se pueden vender o ceder sus derechos; imprescriptibles, su derecho no se pierde con el transcurso del tiempo; e inembargables, o sea que no pueden servir como garantía de deudas u otras actividades comerciales.

Al 53 por ciento se le suma más del 23 por ciento de parques naturales nacionales con restricciones de uso del suelo y subsuelo, que el Estado debe proteger para mantener su integralidad ecosistémica. Con lo cual más del 76 por ciento está de hecho fuera de la lógica del mercado, pero eso no significa que allí no puedan y deban existir economías que dependen del mercado.

Y para esta realidad el blanco y negro no funciona. No podemos pensar en el falso dilema del desarrollo o conservación porque los indígenas en los resguardos requieren de alternativas económicas que no destruyan su cultura y ecosistemas, pero economías, al fin y al cabo. Y los parques requieren de recursos para poder ser administrados y para conocer su riqueza y biodiversidad de forma que se puedan proteger y preservar mejor.

Los grises nos llevan a pensar fuera de la caja como se dicen cuando necesitamos ser creativos en soluciones. Debemos pensar en economías a pequeña escala para no caer en la tentación de convertir a los productos amazónicos, por ejemplo, en los nuevos “commodities” de la bioeconomía. ¿Cómo lograr un buen negocio que no requiera una gran escala y sea aún rentable? ¿Por qué parques nacionales no ha podido aprovechar los famosos y controversiales REDD y REDD+ (proyectos de bonos carbono) para financiar su operación? Temas interesantes llenos de grises para profundizar en otras columnas.

La gran mayoría de las personas en la Amazonía hoy en día no son indígenas. Son colonos que llegaron en busca de fortuna. Desde los españoles en busca de oro y canela, o movidos por las bonanzas del caucho, pieles y más recientemente la coca o minerales estratégicos. Muchos se quedaron. Algunos atrapados por la manigua – el embrujo de la selva o porque armaron familias con indígenas lo que complejiza la nueva polarización que está emergiendo hoy de indígena no indígena pues muchos amazónicos son de familias indígenas – no indígenas.

Según la OPIAC que es la organización de pueblos indígenas de la Amazonía colombiana, la población indígena llega a 76 mil personas y según el censo del 2005 -poco confiable para la región – allí viven muy mal contados aproximadamente 1.150.000 personas. Lo sorprendente cuando uno visita la región es que hay un orgullo de ser amazónico, que muchos asocian con los pueblos indígenas.

Complejidades que debemos mirar a mayor profundidad para comprender la relación de ellos con naturaleza. Porque sin la ciudadanía amazónica activa y empoderada no lograremos protegerla y disfrutar de una región fundamental para nuestra seguridad ambiental y cultural.

Ese calidoscopio que es la Amazonía colombiana también está compuesto de optimismo y de lo posible. Hoy hay cambios sutiles y casi imperceptibles como las voces de los jóvenes ciudadanos amazónicos que salen a estudiar al interior del país y regresan a trabajar por su selva, por su territorio. Son los nuevos emprendedores que tienen en su ADN el cuidado de la biodiversidad, el respeto por la cultura indígena pero acompañados de la tecnología, de las redes sociales y la idea de la rentabilidad económica. Ellos pueden ser ese eslabón perdido. Al final puedo decir con certeza que la Amazonía no es como nos la imaginamos, es mucho más.

*Antropóloga. Politóloga

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