Por: Ángel Fuentes Ortiz*
El movimiento impresionista, representado por artistas como Monet, Manet, Pissarro, Sisley o Renoir, supuso una cambio definitivo en el devenir de la pintura gracias a su empleo del color y la pincelada y su interés por captar el momento, en detrimento del tema representado. Los impresionistas con Monet y Renoir a la cabeza, transformaron la pintura con su enfoque de color y luz.
En abril de 1874 el crítico de arte Louis Leroy visitaba la Exposición de la Sociedad Anónima de Artistas Pintores que se celebraba en el salón del fotógrafo Nadar en París. Este certamen se caracterizaba por acoger a aquellos pintores que habían sido rechazados por el Salón de París, la muestra oficial en la que las obras debían ser aprobadas por la rígida Academia de Bellas Artes.
A Leroy no le entusiasmó la exposición, compuesta principalmente por autores transgresores que deseaban el reconocimiento de la sociedad parisina. Así, el día 25 del mismo mes publicó una crítica hostil en el periódico Le Charivari, a través de la cual se mofaba especialmente de una de las obras allí expuestas, un cuadro de Monet llamado Impresión, sol naciente. Haciendo un juego de palabras, Leroy tituló su artículo La exhibición de los impresionistas. Sin pretenderlo, estaba bautizando a uno de los movimientos que más revolucionaría la manera de concebir el color y la luz en la pintura occidental.
Manet nunca expuso junto a los impresionistas. De hecho, siempre se negó a que sus trabajos fueran incluidos en ese movimiento. Sin embargo, quizá sin su ardua lucha, el propio impresionismo nunca hubiese visto la luz. Porque él protagonizó un giro decisivo en la historia de la pintura que terminó una época y dio comienzo a otra. Y comprobó en sus propias carnes que convertirse en el precursor de una nueva manera de concebir el arte nunca fue tarea fácil.
Édouard Manet nació en París en 1832. Hijo de una familia acomodada, no fue un estudiante modelo en su juventud, sino más bien un aspirante a dandi que anhelaba formar parte de la alta sociedad parisina. En realidad, desde sus primeros trabajos, el pintor no buscó otra cosa que la aprobación de la Academia. Sin embargo, fue precisamente la audacia que mostró en sus obras la que acabó distanciándolo del favor de la crítica oficial.
Por encima de todo, Manet trató de seguir la estela de los grandes maestros de la pintura europea como Velázquez, Goya o Tiziano. Y, por ello, no deja de sorprender que detrás de uno de sus lienzos más denostados por la sociedad de su tiempo, Almuerzo en la hierba, se encontrase la imitación de un grabado del pintor renacentista Rafael. Como el propio pintor reconoció, en su cuadro tan solo estaba tratando de ofrecer una nueva versión del Concierto campestre, de Tiziano. La imagen de una mujer desnuda frente a hombres completamente ataviados supuso un revuelo (lo tacharon de “irritante y controvertido”). Zola escribió sobre él: “Los pintores, y especialmente Édouard Manet, que es un pintor analítico, no comparten la obsesión de las masas por el tema: para ellos, el tema es solo un pretexto para pintar, mientras que para las masas solo existe el tema”.
Con todo, Manet dista mucho de ser un pintor maldito. Al final de su corta carrera –falleció en 1883 con 50 años– ya era un artista respetado que llegó a ser nombrado caballero de la Legión de Honor. Al contrario que los impresionistas, nunca utilizó la famosa pincelada suelta ni renunció jamás al color negro. Sin embargo, su capacidad de retener la sensación de inmediatez en los lienzos marcaría el germen de una nueva pintura.
Una nueva técnica. Los avances científicos surgidos en la segunda mitad del siglo XIX permitieron la creación de nuevos pigmentos, con los cuales podía obtenerse una saturación de los colores impensable en épocas anteriores. En este sentido, la generación de los impresionistas se dio cuenta de que la aproximación a la realidad más intensa se producía cuando en el lienzo se juntaban manchas de colores puros. También se percataron de que la apreciación óptica de un color dependía totalmente de aquellos otros que lo rodeaban, es decir, del propio contraste entre unos y otros. Y, siguiendo esta línea experimental, llegaron a la conclusión de que combinando en el ojo aquellos colores que se consideraban complementarios –como rojo y azul– se conseguía un color neutral como el gris o el negro. Descubrieron que se podía representar la profundidad y la perspectiva únicamente a través del color.
Para dar forma a las nuevas y experimentales combinaciones de colores, los impresionistas usaron una pincelada característica, realizada en pequeños trazos que permitían una aplicación rápida del pigmento. Sería el ojo humano el responsable de unir en la retina los golpes de pincel para dar lugar a las composiciones. Como lo importante para el nuevo movimiento era la captación de la propia fugacidad del tiempo y la plasmación de la luz y el color, el tema carecía para ellos de importancia. Así, los impresionistas pintarán frecuentemente paisajes y efímeras escenas de la naturaleza y la ciudad, pues lo que pretendían en última instancia era la plasmación del momento mismo.
En cierto sentido podría decirse que fue Claude Monet el verdadero espíritu promotor del movimiento impresionista. Monet se formó en su juventud en el taller del pintor de paisajes de Eugène Boudin y con él aprendió los secretos de la pintura al aire libre. Poco después se desplazó a París, donde gracias al estudio en diversas escuelas de Bellas Artes, conoció a algunos de los miembros que posteriormente conformarán el grupo de los impresionistas. Allí trabó amistad con Pissarro, Renoir y Sisley y también con ellos realizó varias escapadas para pintar en el famoso bosque de Barbizon. Fue sin embargo su estancia entre 1872 y 1874 en la ciudad francesa de Argenteuil, acompañado por Pisarro, Sisley, Renoir y Caillebote, la que fijó por primera vez las normas del nuevo movimiento.
Monet desde luego se implicó con toda su intención en la tarea, pasando largas horas sobre una barcaza para captar sobre el lienzo los paisajes de la orilla del Sena. De esta época se conservan numerosas escenas fluviales realizadas por los diferentes integrantes del grupo, unas luminosas vistas cuya temática era compartida frecuentemente por varios miembros a la vez. Pero Monet no solo pintó paisajes al aire libre. Su afición por plasmar la fugacidad de los momentos del día también le llevó, por ejemplo, a pintar una serie de 20 cuadros cuyo único tema era la misma fachada de la catedral de Ruán representada en los diferentes momentos de la jornada.
Por su parte, mientras Alfred Sisley se consagró casi en exclusiva al género del paisaje, Camille Pissarro dedicó gran parte de sus pinturas a las perspectivas urbanas. Especialmente famosas son sus vibrantes vistas de los bulevares parisinos en las diversas épocas del año, unos lienzos que hoy día resultan de los más cotizados de entre toda su producción.
Pierre-Auguste Renoir comenzó su carrera artística como pintor de porcelanas. Sin embargo, una vez que tomó clases nocturnas en la Escuela de Dibujo y Artes Decorativas se quedó fascinado por los grandes maestros como Rubens, Fragonard, Tiziano o Tintoretto. La sombra de estos le acompañaría durante el resto de su vida. Y es que al contrario que otros integrantes del movimiento, Renoir sí se interesó especialmente por la representación del cuerpo humano, el cual modeló mediante sutiles contrastes de colores cálidos y nacarados.
La obra de Renoir, como la de sus compañeros, fue mayoritariamente despreciada durante las exposiciones realizadas en la Sociedad Anónima de Pintores. A la segunda muestra realizada en 1875, el pintor llevó un Desnudo al sol, que fue calificado por uno de los críticos como un amasijo de carnes en descomposición. La respuesta de Renoir en la siguiente exposición de 1877 fue una de sus composiciones más celebradas, El baile en el Moulin de la Galette.
Renoir, sin embargo, acabó renegando del impresionismo, una vía que hacia 1883 ya se encontraba agotada para él. En adelante, su pintura evolucionaría desde el que se considera su “período seco”, caracterizado por la fuerte influencia de Ingres, hasta sus voluptuosos desnudos de bañistas realizados al final de su vida, ya en el siglo XX.
Degas y el fin de siglo. Aunque Edgar Degas no llegó a utilizar las técnicas pictóricas impresionistas, tradicionalmente se le ha incluido dentro del movimiento por su cercanía al grupo y por haber expuesto junto a ellos en las exposiciones de la Sociedad Anónima de Pintores. En realidad el propio Degas llegó a criticar los principios básicos del grupo impresionista, defendiendo con vehemencia la superioridad de línea sobre el color. Hijo de un acaudalado banquero parisino, estudió en el Liceo Louis-le-Grand durante siete años. Posteriormente tomó clases con Louis Lamotte, reconocido pintor de historia y alumno de Ingres. Después realizó un largo viaje por Italia, donde estudió a los grandes maestros del Renacimiento. A su regreso a París, conocerá a Monet y a Sisley, pero nunca se interesará demasiado por su pintura al aire libre.
Si por algo es especialmente reconocido hoy es por sus lienzos que describen aquella sociedad decadente del fin de siglo que frecuentaba los teatros y los espectáculos. Especialmente valoradas son sus escenas de danza, en las que supo inmortalizar unas coreografías dotadas de vitalidad apabullante bajo la luz artificial del gas. Y es que, a fin de cuentas, a Degas, al igual que a Monet o a Pissarro, también le interesaba capturar la esencia del momento.
Algo efímero sin más. Como todas las corrientes artísticas de la edad contemporánea, el impresionismo fue un movimiento efímero. En apenas veinte años la modernidad ya había tomado otros derroteros que iban desde el divisionismo al posimpresionismo, los cuales, a su vez, también tendrían una temprana fecha de caducidad. Sin embargo, la revolución que supuso el impresionismo en cuanto al empleo del color y de la pincelada marcará un antes y un después en la historia del arte. Y es que aquellos pintores rechazados por los salones oficiales que se reunían entorno a Manet acabarían marcando un punto de no retorno en la pintura. Y Van Gogh lo comprendió.
* Doctor Internacional en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid (2021)