Por: Mika Ayla*
Las mujeres se limpiaban la cara con el agua del río. Imagina vivir en un lugar donde la suciedad era una fiel compañera. Pero ¿cómo la gente podía vivir así? Las ingeniosas mujeres de la época tenían sus trucos. Todas las mañanas iban a los manantiales o arroyos para lavarse la cara y calmar la sed. Sin embargo, había un inconveniente importante. En esos parajes no existía la intimidad; por eso, bañarse era un lujo reservado para raras ocasiones, por lo que limpiarse solo cara era lo habitual.
La cruda realidad de los vaqueros y sus caballos. Cuando pensamos en vaqueros, nos imaginamos a individuos fuertes y rudos que mantienen un vínculo estrecho con sus caballos. Su relación es legendaria, pero tras esta fachada se esconde una verdad menos agradable. Sin querer, los vaqueros limpiaban a sus caballos con la misma frecuencia que ellos se bañaban. Al recorrer grandes distancias, la higiene adecuada pasaba a un segundo plano tanto para el jinete como para el animal. Al parecer, eran conocidos por entrar a las ciudades después de un largo viaje con un olor que impregnaba todo.
La lucha por la higiene y unos baños adecuados. Mientras que en las grandes ciudades como Nueva York el agua corriente llegó en 1842, en el oeste tardó varios años más en llegar. En 1920, solo el 1 % de los hogares de todo Estados Unidos disponía de algún tipo de cañería. Sin embargo, para las casas rurales, el agua sacada del pozo era la mejor opción. La mayoría de los cuartos de baño lucían a los orinales portátiles de la actualidad. La falta de saneamiento adecuado en muchos hogares del lejano Oeste hacía que las prácticas básicas de higiene sean nulas, lo que contribuía a unas condiciones de vida insalubres y a posibles riesgos para la salud de sus habitantes.
Las familias se bañaban con la misma agua. En esa época, tener una bañera en casa era un lujo que la mayoría de los hogares no podían permitirse porque había que transportar agua, calentarla y llenarla. No fue hasta que Sears, Roebuck & Co. empezó a publicar catálogos de venta por correo en 1894 que la gente comenzó a comprarlas. Sin embargo, costaría casi 800 dólares en moneda actual. A medida que más hogares adquirían bañeras, la familia, para ahorrar esfuerzo, compartía el agua del baño. Surgió la tradición del «baño del sábado por la noche», ya que todos querían estar limpios para ir a la iglesia el domingo.
La sucia verdad tras la presa Hoover. En esta impresionante fotografía histórica, vemos al indómito río Colorado cerca de la presa Hoover. Pero lo que no vemos es una historia de condiciones insalubres. En el pasado, sufrió la contaminación procedente de diversas fuentes, como las actividades mineras, los residuos industriales y residenciales. Las aguas se convirtieron en un caldo de cultivo de enfermedades y plantearon graves riesgos para quienes dependían de él para beber, bañarse y regar.
Las tormentas de arena provocaron enfermedades respiratorias. Amigos, sujeten bien sus sombreros de vaquero, porque estamos a punto de descubrir un pequeño y sucio secreto del lejano Oeste. Imaginen esto: hombres rudos y decididos que luchan contra todo, incluido una pesadilla antihigiénica. Hablamos de las tormentas de polvo y de arena que parecían infiltrarse por todos los rincones. Estos valientes tuvieron que ser creativos para mantenerse limpios en medio del caos. Desde cubrirse la cara hasta evitar la arena en los ojos, se enfrentaron a graves riesgos. Si la inhalaban, podían contraer alguna enfermedad respiratoria.
Los hombres eran más sucios que las mujeres. En el lejano Oeste, la limpieza era una batalla contra el entorno. Con la escasez de agua, bañarse era un lujo, y algunos tenían suerte si lo hacían una vez a la semana. Pero he aquí el giro: las mujeres se convirtieron en las heroínas. Al ser las encargadas de las tareas domésticas, tenían acceso a la preciada agua y, por eso, se mantenían más limpias. Mientras tanto, los hombres trabajaban al aire libre y no podían bañarse con demasiada frecuencia. Durante esos años, no era bueno ser hombre porque lo más probable era que trabajes en la intemperie, mugriento y maloliente todo el tiempo.
Los gérmenes y los riesgos para la salud estaban por todas partes. Imagina: pioneros valientes que se lanzan a la épica conquista de los indómitos territorios del lejano Oeste. Poco sabían que a cada paso que daban se convertían en portadores de enemigos invisibles: ¡los gérmenes! A medida que atravesaban vastos paisajes y se encontraban con nuevas comunidades, estos exploradores, sin saberlo, propagaban bacterias y virus. Con pocos conocimientos y recursos médicos limitados, las enfermedades proliferaron. La gripe, el sarampión y la tuberculosis, por nombrar algunas, causaron estragos entre la población. La falta de prácticas sanitarias e higiénicas adecuadas no hacía más que propagar estas enfermedades.
Lysol se utilizaba como cura para muchas infecciones. En una época en la que se silenciaron las cuestiones íntimas, un producto peculiar se convirtió en el centro de atención: Lysol. Sí, has leído bien. Comercializado como desinfectante doméstico, tuvo un papel inesperado en la higiene personal. Las mujeres que buscaban alivio para sus molestias recurrieron a este potente brebaje. Para nuestra sorpresa, se vendía como un remedio para todo, desde infecciones hasta anticonceptivos. Sin embargo, desconocían que las sustancias químicas y toxinas que contenía podían ser más perjudiciales que beneficiosas. No fue hasta más tarde que la sociedad se dio cuenta de sus peligros. Puede que el lejano Oeste fuera un tiempo de aventuras, pero no fue una época muy agradable para quienes tenían problemas de salud.
El poder terapéutico de las aguas termales de Colorado. Aunque las duchas diarias no eran la norma, los pioneros encontraban consuelo en las aguas rejuvenecedoras de las fuentes termales de Colorado. Pagosa Springs destacaba como un paraíso natural. Los pioneros se sumergían en las aguas ricas en minerales porque creían en sus propiedades curativas. Llegaron a ser veneradas no solo por sus beneficios terapéuticos, sino también como una forma de descanso. Hoy en día, se han transformado en lujosos balnearios y preserva el legado de los pioneros en su búsqueda del bienestar en tiempos difíciles.
Las infecciones proliferan. El deseo y el peligro se entrelazaron en las tabernas y los burdeles. Detrás del atractivo de las damas, acechaba una amenaza: el riesgo de contraer enfermedades venéreas. Se calcula que la mitad padecían estas infecciones, y el uso de remedios como el mercurio y el ácido bórico no hacía más que exacerbar el peligro. Esto significa que el contagio se propagaba como la pólvora. El verdadero alcance de los estragos causados no está claro, ya que en los certificados de defunción a menudo ocultaron la causa de la muerte. La sombría realidad hizo mella en sus vidas, en especial, porque la limpieza era un lujo que pocos podían permitirse.
Las aguas curativas de Arkansas se utilizaban como remedio. En una época en la que proliferaron las enfermedades y los tratamientos médicos eran escasos, estas aguas termales tenían un poder místico de curación. Imagina vivir en una época en la que los médicos recetaban, para los dolores de espalda y las inflamaciones, un viaje a las aguas termales. Estas maravillas naturales proporcionaban un descanso muy necesario. También arrojaban luz sobre las prácticas higiénicas insalubres de la época y la fuerte creencia en las capacidades curativas de estos extraordinarios manantiales.
El cuidado higiénico del cabello. Las prácticas de higiene personal pasaron a un segundo plano durante esta época. Los hombres llevaban el pelo largo y despeinado; sin embargo, con el paso del tiempo, se produjo un cambio. Empezaron a reconocer la importancia de una higiene capilar adecuada y con la mejora de las herramientas de aseo, surgió una nueva tendencia. Los hombres usaron con entusiasmo las tijeras y las maquinillas de afeitar, y decidieron adoptar por primera vez un aspecto más limpio y pulido.
Las mortales consecuencias de las enfermedades. En el lejano Oeste, las enfermedades eran la principal causa de muerte entre los pioneros. Alrededor de nueve de cada diez murieron por causas como la disentería, la viruela, el sarampión, las paperas, la gripe, la fiebre y el escorbuto. El cólera, en particular, era la enfermedad más común y mortal porque se propagaba a través del agua contaminada. Además, se enfrentaban a un riesgo constante de infección y muerte debido a las malas prácticas de limpieza.
Mantenerse sano y evitar contagiarse era un reto constante en el implacable desierto. Cuidar la salud emocional con supersticiones y prácticas místicas. En el impredecible mundo del lejano Oeste, sus habitantes encontraban consuelo en las supersticiones. Estas coexistieron con la dura realidad de un acceso limitado al agua potable y a una higiene adecuada. Si se enfermaban, acudían a los adivinos para vislumbrar su destino y su futuro. Adoptaron prácticas como mirar las bolas de cristal y leer las cartas del tarot, traídas por los romaníes de Europa. Estas tradiciones les ofrecían una sensación de consuelo y conexión en medio de los desafíos de la vida fronteriza.
Incluso las iglesias de la época estaban llenas de gérmenes. Aunque la iglesia metodista de Nuevo México es un símbolo histórico y un patrimonio cultural, esconde sus secretos. En los tiempos del lejano Oeste, este templo carecía de mantenimiento y saneamiento. El polvo y la suciedad se acumulaban en sus antiguos muros, y esto lo convirtió en un caldo de cultivo para bacterias y alérgenos. La falta de normas de higiene en aquellos tiempos contribuyó a la propagación de enfermedades entre los fieles. Hoy admiramos esta antigua iglesia como testimonio de la historia norteamericana.
Los mineros sufrían enfermedades pulmonares. Durante esta época, los mineros se enfrentaron a condiciones peligrosas que iban más allá de los túneles traicioneros y del trabajo agotador. Una de las amenazas más importantes para su salud era la exposición constante al polvo. Su inhalación podía causar, por lo general, el desarrollo de una enfermedad pulmonar debilitante conocida como neumoconiosis. Por desgracia, los riesgos no terminaban ahí. También se enfrentaban a una elevada probabilidad de contraer cáncer de pulmón, lo que ponía de manifiesto las insalubres condiciones de trabajo.
El alcohol se utilizaba para curar enfermedades. La falta de saneamiento y de normas higiénicas hacía que a menudo las ropas estuvieran cubiertas de polvo y bañarse era poco frecuentes. Además, contaban con un acceso limitado a la atención médica adecuada, los profesionales eran pocos y estaban muy dispersos, por lo que los pioneros tenían que ser creativos cuando se trataba sus dolencias. Por eso, recurrieron a remedios poco convencionales; como las bebidas alcohólicas, que se utilizaron como sedantes. Era una época en la que la búsqueda de la salud chocaba con la realidad insalubre, por lo que beber diversos cócteles era cuidarse.
Medicinas increíbles, de la cocaína a la aspirina. La higiene era un lujo, y la enfermedad acechaba en cada esquina. Pero en medio de la suciedad, existían algunos remedios sorprendentes bajo la manga. Si a un vaquero le dolía una muela, le daban cocaína. En la década de 1880, existían unas gotas para aliviar el dolor de muelas que contenían esta droga. Esta potente sustancia actuaba como anestésico local, adormecía el dolor y daba a los vaqueros un respiro temporal de la agonía. Sin agua limpia para bañarse ni una eliminación adecuada de los residuos, las enfermedades proliferaron. Estas medicinas se convirtieron en un salvavidas en este mundo.
A menudo se bebía whisky en lugar de comer. Cuando evocamos imágenes del lejano Oeste, a menudo nos imaginamos a los vaqueros alrededor de las hogueras mientras disfrutan de una deliciosa comida. Pero la realidad distaba mucho de esto, a menudo comían solo alubias. Otro alimento básico: el whisky. A veces, beberlo era visto como una comida entera. Está claro que cuidarse era la menor de sus preocupaciones. Incluso si disponían de alimentos adecuados, la falta de agua limpia y las condiciones insalubres en las que se cocinaban hacían que fueran susceptibles a los gérmenes.
La obsesión por mascar tabaco y escupir. Mascar tabaco era algo más que un hábito asqueroso: servía para algo. Al margen de su naturaleza adictiva, muchos individuos recurrieron a este hábito para luchar contra la deshidratación que les producía trabajar sin descanso en los campos. La humedad del tabaco masticado los reconfortaba y les evitaba tener la boca reseca. Sin embargo, tenía un efecto secundario bastante desagradable: escupir. Se colocaban escupideras por todas partes, en bancos, tiendas, bares. Mascar tabaco podía ser un pasatiempo favorito, pero escupir era una acción difícil de presenciar.
El whisky, el juego y los burdeles eran pasatiempos comunes. En el indómito lejano Oeste, existía un mundo de vicio y tentación. Los vaqueros y los colonos buscaban consuelo a sus duras vidas a través de tres pasatiempos: el whisky, el juego y los burdeles. El alcohol fluía sin problemas y les proporcionaba un escape de la dura realidad. Las casas de juego y las tabernas se convirtieron en centros de adrenalina, donde ganaban y perdían fortunas. Y luego estaban los burdeles, que satisfacían los deseos de quienes buscaban compañía y placer. Estos placeres, aunque ofrecían un respiro momentáneo, reflejaban las prácticas insalubres y moralmente cuestionables que prevalecían en aquella época.
Las peleas en los bares a causa del licor eran cotidianas. La taberna era como un refugio para los vaqueros que buscaban un respiro de los polvorientos caminos. Pero las bebidas que ofrecían distaban mucho de ser refinadas. El whisky, la bebida preferida, tenía una receta que consistía en azúcar quemado, alcohol potente e incluso trocitos de tabaco de mascar. Este brebaje tenía una potencia sin igual, lo que convertía a muchos vaqueros en alborotadores y propensos a la violencia. El vino de cactus surgió como una alternativa popular, mezclando tequila con té de peyote; estos potentes elixires causaban las peleas.
*Comunicadora Social – Periodista. Investigadora y Gestora Cultural
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