Por: Patricia Lasca*
La historia de amor entre el escritor de Cien años de soledad y la boticaria es, por momentos, tan mágica como las novelas.
“Cásate conmigo”, le dijo en tono convincente Gabriel García Márquez a Mercedes Barcha. Esta frase sonó a pedido de promesa y puede parecer más bien la fantasía de un joven de dieciocho años que una propuesta real.
“A Mercedes la conocí en Sucre, un pueblo del interior de la costa del Caribe, donde vivieron nuestras familias durante varios años, y donde ella y yo pasábamos nuestras vacaciones. Su padre y el mío eran amigos desde la juventud. Un día, en un baile de estudiantes, y cuando ella tenía apenas trece años, le pedí sin más vueltas que se casara conmigo. Pienso ahora que la propuesta era una metáfora para saltar por encima de todas las vueltas y revueltas que había que hacer en aquella época para conseguir novia. Ella debió entenderlo así, porque seguimos viéndonos de modo esporádico y siempre casual, y creo que ambos sabíamos sin ninguna duda que tarde o temprano la metáfora se iba a volver verdad”, contó en el libro El olor de la guayaba, de Plinio Mendoza,
Mercedes había pasado su primer año en el colegio de monjas franciscanas; era de ese tipo de chicas que siempre llaman la atención. Tal vez por el enigma de su cara con pómulos altos, ojos oscuros almendrados, y una figura alta y delgada. Para ese entonces, ya colaboraba en la farmacia de su familia, y Gabo, que vivía cerca, iba seguido a conversar con su padre. Ella siempre dijo que nunca intuyó que Gabito estaba perdidamente enamorado.
Las vacaciones terminaron y Gabriel volvió a Zipaquirá para cursar el último año del secundario. Luego ingresó a la Universidad Nacional de Bogotá, donde estudió Derecho por pedido de su padre, que esperaba que lograra lo que él no pudo. Muy en contra de su voluntad, se convirtió en un estudiante de abogacía que deambulaba por los cafés leyendo libros de versos y más versos. Para ganarse la vida y, fundamentalmente, porque había nacido escritor, redactaba en El Espectador; allí se publicó su primer cuento: La tercera resignación.
Mientras cursaba el segundo año de abogacía, en 1948, estalló con violencia el Bogotazo, la pobre pensión de estudiantes donde vivía fue incendiada. García Márquez se fue a Cartagena, pensaba seguir sus estudios en la ciudad costera. Sin embargo, él mismo contó que ya estaba deslumbrado, no sólo por las letras, sino también por la vida. Así, absolutamente tomado por la literatura, se presentó en el periódico El Universal y empezó a escribir. “Comerás papel”, le dijo su padre cuando le admitió que había abandonado la facultad. No era incomprensión: era preocupación y severidad, entendió años después el escritor.
Gabriel García Márquez
Enigma de un noviazgo. El noviazgo de Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha es un enigma de principio a fin, dice Gerald Martin, biógrafo del escritor. En 1950 se reencontraron en Barranquilla, donde se habían mudado los padres de ambos. Para el escritor, su timidez siempre había sido un obstáculo, y seguía siéndolo, al punto que para ver a Mercedes iba a conversar con su padre. A Mercedes le decían: “Oye que Gabito está enamorado de tí”. Y ella respondía: “Ajá, estará porque desde que llega, es con mi papá con quien habla. A mí ni siquiera me dice buenas tardes”.
Separados. Las cuestiones políticas enfrentaron al diario El Espectador con el gobierno militar, y García Márquez pasó a ser considerado enemigo del régimen por sus artículos provocadores. Cansado de Bogotá, en el 55 se marchó a Europa. Hacía más de diez años que Gabo había decidido casarse con Mercedes, el interrogante era si ella pensaba en él como en el hombre que deseaba para su futuro. La despedida está rodeada de dudas, lo que ocurrió entre ellos ese día es un misterio. El romance que tenía una fisonomía platónica siguió a la distancia (a decir verdad, como había sido hasta entonces). ¿Por qué el escritor confiaba al destino, o a la suerte, la lealtad de Mercedes? Esto se preguntó Gerald Martin en su biografía, y agregó que quizás tuvo una convicción similar a la de Florentino Ariza en El amor en los tiempos del cólera, de que no importaba cuánto le llevara conseguir a su mujer ni lo que ella hiciera mientras tanto, porque un día estarían juntos y ella sería suya. Gabo escribió esta novela recién en 1985, basada en el amor de sus padres. ¿Se repetiría la historia?
Inspiración y pobreza en París. Gabriel García Márquez llegó a París como corresponsal de El Espectador, tenía 27 años y aún no era conocido fuera de Colombia. Había terminado -aunque aún no había sido publicada- su primera novela, La hojarasca, donde aparece por primera vez el mítico pueblo de Macondo. Al poco tiempo, el gobierno del dictador Rojas Pinilla cerró el diario y, en París, el caribeño bajaba de su buhardilla en busca de la carta con su sueldo, día tras día. La situación le recordó a su infancia, al desasosiego de su abuelo coronel cuando de niño lo acompañaba todos los viernes al puerto a esperar el correo fluvial, con la esperanza de recibir la carta que confirmara su jubilación, a los reclamos angustiantes de su abuela cada vez que volvían a casa sin noticias. Así nació El coronel no tiene quien le escriba. Sin un centavo, sin amigos, en los crudos inviernos de París vivió en la pobreza, se le agujerearon los zapatos, perdió kilos y no sabía qué iba a comer al día siguiente, como el personaje de su novela. La dueña de la pensión le dio la oportunidad de vivir mucho tiempo sin pagar el alquiler. Con las rodillas apoyadas en el borde del calefactor y un retrato de su novia Mercedes en la pared, durante ese tiempo de escasez económica escribió todas las noches hasta el amanecer El coronel no tiene quien le escriba y gran parte de La mala hora.
La vuelta de Gabo. Después de casi tres años de ausencia, Gabo volvió. Mercedes contó que “simplemente apareció en la casa”, pero es casi seguro que se había comunicado con ella en algún momento y que se trata de un nuevo ejemplo de la comedia que representaban cada vez que le preguntaban acerca de su noviazgo y matrimonio. Gerald Martin contó que Mercedes le dijo que siempre conservaría un vívido recuerdo de estar tumbada en la cama, en la planta alta de su farmacia, y que una de sus hermanas le gritó: “¡Llegó Gabito!” Se casaron el 21 de marzo de 1958: la novia llevaba un vestido azul eléctrico y un velo del mismo color; el novio, un traje gris. “La metáfora se hizo verdad más de diez años después de inventada, y sin que nunca hubiéramos sido novios de verdad, sino una pareja que esperaba sin prisa y sin angustias algo que se sabía inevitable”, recordó el escritor tiempo más tarde. El festejo fue en la farmacia de los Barcha. Para Mercedes empezaban a cobrar vida las aventuras que soñó desde pequeña cuando le dijo a una amiga: “Quiero viajar por el mundo, vivir en ciudades grandes, ir de hotel en hotel”.
Sin Mercedes no existiría Cien años de soledad. “Sin Mercedes no habría llegado a escribir este libro -ha asegurado siempre el maestro del realismo mágico-. Ella me ha aguantado mis locuras, cuando vi que a Cien años de soledad no la paraba nadie, ella se hizo cargo de la situación. Yo había comprado un automóvil. Lo empeñé y le di el dinero, estuve 18 meses escribiendo”. “Cuando el dinero se acabó, ella no me dijo nada. Logró que el carnicero y el panadero le fiaran, el dueño del departamento nos esperó con el alquiler. A todos les decía: Gabriel está escribiendo un libro; cuando termine, le pagaremos. El día que acabé la obra fuimos al correo a enviarla, Mercedes buscó en su cartera hasta la última moneda, alcanzó para mandar la mitad de las páginas. Así que empeñamos el secador de pelo, el calentador que yo usaba para escribir, la batidora. Volvimos al correo con 50 pesos y mandamos el resto de la obra a Sudamericana, en Buenos Aires”. “Cuando salimos yo me di cuenta de que Mercedes estaba verde de encabronamiento, me miró y me dijo: ‘Ahora lo único que falta es que esta novela sea mala’”, contó, tal como se registra en los archivos de la memoria audiovisual de Colombia.
Una mujer extraordinaria. El escritor era un mago en dar vida a tantos y tan extraordinarios personajes como Remedios, una mujer extraña, bellísima, por la que los hombres morían de amor y un día se elevó al cielo en cuerpo y alma, o el de “Eva está dentro de su gato”. Sin embargo, García Márquez ha dicho que el personaje más extraordinario de su vida fue Mercedes. Contrariamente a lo que muchos han afirmado, el escritor aseguró: “Ningún personaje de mis novelas se parece a Mercedes. Las dos veces que aparece en Cien años de soledad es ella misma, con su nombre propio y su identidad de boticaria, y lo mismo ocurre en Crónica de una muerte anunciada. Nunca he podido ir más lejos en su aprovechamiento literario, por una verdad que podría ser una boutade pero no lo es: he llegado a conocerla tanto que ya no tengo la menor idea de cómo es en realidad” (fragmento de El olor de la Guayaba). “Ella es la que administra el departamento de rencores”, decía Márquez. En una especie de Úrsula Iguaran, tuvo el control de la tribu, administró las finanzas de la casa y al mismo tiempo lo protegió de que se distrajera, lo apoyó de manera inquebrantable para que pudiera escribir la que sería una de las novelas más importantes de la humanidad.
Un amor épico. Mercedes y Gabo se tuvieron el uno al otro por más de 50 años, en una historia que fascina por el enigma de sus comienzos, por lo intrigante de una relación de la que no se conocen intimidades y por la épica de un amor incondicional. Es sabido que las cartas que se escribieron durante los años de él en Europa fueron destruidas para que no quedaran confidencias de lo que se prometieron, lo que les angustiaba, alegraba, de cuánto se conocieron o no a la distancia. Todo lo guardaron bajo siete llaves. En cuanto a la unión en su matrimonio, él dijo: “Creo que el secreto está en que hemos seguido entendiendo la vida como la entendíamos antes de casarnos. Es decir, que el matrimonio, como la vida entera, es algo terriblemente difícil que hay que volver a empezar desde el principio todos los días, y todos los días de nuestra vida”. Juntos vivieron un tiempo en Nueva York, unos meses en Cuba y la mayor parte del tiempo en México, aunque siempre volvían a Colombia. Formaron una familia, tuvieron dos hijos, Rodrigo y Gonzalo: “El afecto de ellos a fin de cuentas es lo que de veras me interesa en la vida”, dijo en una entrevista. El amor épico, como todos los amores, también atravesó tempestades, para Mercedes debió ser devastador enterarse de que cuando su marido tenía sesenta años nació Indira Cato, hija del escritor y de la periodista mexicana Susana Cato. Es de imaginar que la situación se volvió más dolorosa aún debido a que su esposo ya había muerto, lo que la privó de la posibilidad de obtener respuestas y algún tipo de consuelo. Aunque, en el terreno de las especulaciones, no parece descabellado suponer que Mercedes, quizás, ya lo sabía cuando el tema se hizo público en el 2019.
El Nobel para García Márquez, “el mago”. “…Han elegido a uno de los pocos magos de la literatura contemporánea, un artista con la rara virtud de crear una obra del más alto orden que llega y embruja a un público masivo…” Artículos como éstos llovían en la prensa de todo el mundo cuando en diciembre de 1982 el escritor latinoamericano fue coronado con el Nobel. El éxito y la fama de García Márquez fueron irrepetibles. “Mi oficio verdadero es ser yo. Es muy jodido. No se imaginan lo que es cargar con eso. Pero me lo busqué”, comentó tiempo después del premio. El Mago siguió asombrando al mundo con sus obras, condensando realidad y fantasía de una manera tan natural que resultaba real. “La desmesura también es parte de nuestra realidad”, decía. Hasta que de a poco empezó a notar que su memoria se esfumaba.
es, un día en México.
El vacío de las palabras. “Un día te despiertas y eres viejo. Así no más, sin aviso. Es abrumador”. “El panorama desde los ochenta es impresionante. Y el final se acerca”. Me dijo que esto le daba una enorme tristeza. Cuenta su hijo Rodrigo en el libro Gabo y Mercedes: una despedida. El escritor rogaba: “Trabajo con mi memoria. La memoria es mi herramienta, mi materia prima. No puedo trabajar sin ella, ayúdenme”. Finalmente llegó el vacío de las palabras, de los recuerdos, de los rostros desconocidos, de la vida. El 17 de abril de 2014, el maestro que dió vida a los Buendía que no eran capaces de amar, de ahí la soledad, se durmió para siempre, tal vez soñando que aún escribía. “Cuando mi madre entra en la habitación y ve a mi padre, me impresiona cómo sus décadas juntos le confieren completa autoridad sobre este momento. Alguna vez fueron extraños el uno al otro, lo cual es inconcebible… Se estremece por un instante y estalla en llanto. Solo la he visto llorar tres veces en mi vida. Esta última no dura más de pocos segundos, pero tiene el poder de una ráfaga de ametralladora” (extraído del libro de Rodrigo García Márquez). Mercedes falleció el 15 de agosto de 2020. Su recuerdo es, y será, el de una mujer extraordinaria.
* Profesora de Historia y Escritora.
Fotografía: elpaisvallenato.com. 15 de agosto de 2020.