MÉDICO HERNANDO RAFAEL PACIFIC GNECCO

Por: Hernando Pacific Gnecco*

Todo libro es un diálogo personal y silente entre autor y lector; cada lector determina si le place o no cualquier obra, si le es útil, si merece terminarse y muchísimos otros asuntos. Cada texto refleja un determinado conocimiento y pensamiento definido que sus lectores pueden o no seguir o aprovechar; constituyen una magia portátil y única, según Stephen King, uno de los autores más leídos. No podemos despreciar el poder de las palabras; cuando ellas caen en terreno fértil pueden producir grandes cambios en los lectores y estos, a su vez, pueden influir en la humanidad. Tal es el valor de toda expresión intelectual: oportunidad y amenaza al mismo tiempo, coraje y peligro simultáneamente.

En una mente libre no cabe la idea de censura, aun cuando hay algunas obras verdaderamente demenciales (la del tenebroso Hitler que desató una de las mayores tragedias de la humanidad) que son materia de estudio por filósofos y escuelas de política para entender cómo se puede arrastrar una nación a la autodestrucción, procurando desde el conocimiento evitar futuras calamidades. El veto al intelecto era inicialmente literario, y se extendió a otras actividades humanistas: prensa, libros y revistas, caricaturas, cine, televisión y todo el pensamiento humano ha sido objeto de censura; en ella han caído regímenes de todas las tendencias políticas y distintas confesiones religiosas, militares y corporativas, además de la autocensura en que muchos caen por temor a duras represalias.

Sin ir muy lejos, la Biblia, libro universal, ha sido vetada total o parcialmente desde Diocleciano hasta estos tiempos, pasando por Gregorio VII, Inocencio III, otros papas, la Inquisición, varios sínodos y concilios, traducciones a idiomas “paganos”, etc.; hubo muchas razones para causar esos impedimentos que incluyeron impresiones, ediciones protestantes, reuniones de lectura “oculta” llegan hasta este siglo. Para los infractores hubo castigos severos como excomunión, destierro, hoguera o reclusión vitalicia. En 1842, un sacerdote jesuita quemó unas biblias protestantes en Nueva York; la Alemania nazi hizo piras con biblias de los Testigos de Jehová y con biblias hebreas como parte de las infames persecuciones. Durante el mandato de Deng Xiaoping, las biblias eran ilegales; en Taiwán las confiscaban por estar escritas en caracteres occidentales; la Unión Soviética no las imprimió debido a su política estatal de ateísmo; en algunos países musulmanes están prohibidas; el gobierno malayo en 2010 decomisó 30.000 biblias; el ejército estadounidense en Afganistán quemó biblias escritas en pastún y dari, mientras que en el país norteamericano se restringieron las biblias en las escuelas públicas. En Singapur, una persona que tenga literatura “prohibida” (incluye biblias de los Testigos de Jehová) será encarcelada por un año como primer castigo y tendrá una multa de unos 1300 euros. Si todo esto ha sucedido con la Biblia, imaginemos que ha sucedido a través de la historia con las distintas expresiones intelectuales.

Todavía existe en algunas partes la censura previa, que empezó cuando la imprenta democratizó los libros y las lecturas; el material que solo estaba al alcance de nobles y religiosos quedó disponible para el vulgo a precios relativamente asequibles, lo que puso en aprietos a los poderes constituidos. La bula Inter Disciplines de Inocencio VII refrendada por Alejandro II exigía la revisión de cualquier obra por parte del obispo y el inquisidor de cada diócesis antes de su publicación. No son solo los poderes religiosos; dictaduras como la de Franco, Mussolini y Pinochet o la junta militar argentina vetaron distintas obras y persiguieron a los pensadores, así como las dictaduras norcoreana o cubana lo hicieron y hacen con dureza. Aun cuando la Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos protege la libertad de expresión, esto no es tan cierto: hay algunos tipos de censura poco evidentes que limitan la expresión intelectual.

No podemos olvidar las ligas para protección de la decencia o la moral que se extendieron por muchos países y generaron muchísimos vetos al cine, a la literatura y otras expresiones artísticas. Tiempos aciagos aquellos… 

 *Médico Cirujano. Especializado en Anestesiología y Reanimación. Docente Universitario. Conferencista. Columnista

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