Juan Esteban costain- escritor colombiano

Por: Juan Esteban Constain*

Es casi un consuelo que esté en boca de tanta gente: porque ese sí es el conservatismo de verdad, no su usurpación.

Ahora que gracias a su adaptación como serie de Netflix está otra vez tan de moda El Gatopardo, la magistral novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (hay una película de 1963 no menos bella y sublime), vale la pena volver sobre uno de los aspectos esenciales de esa historia, quizás la clave que mejor la explica. Me refiero al espíritu conservador y la forma en que allí lo encarna su protagonista, el príncipe Fabrizio Salina

Hay una escena famosísima de El Gatopardo, si no la más famosa, en la que el príncipe le pregunta a su sobrino, Tancredi Falconeri, por qué se ha entregado con tanto entusiasmo a la revolución garibaldina y la unidad italiana, por qué quiere ser liberal si pertenece a una familia de la nobleza siciliana. Tancredi le contesta sin inmutarse: «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie..

Esa frase, convertida en un lugar común que todo el mundo manosea, pero es que en eso consisten los lugares comunes, le dio origen a una teoría política que se llama el ‘gatopardismo’ y que explica cómo las revoluciones se vuelven casi siempre, cuando llegan al poder, un proyecto reaccionario y retardatario, una caricatura de ese orden perverso que sus ideólogos prometieron destruir y que ahora ayudan a recrudecer y perpetuar, lo mantienen y lo ahondan

Pero lo más interesante de la novela, donde reside su belleza y su poesía, está en la manera en que el Príncipe de Salina lo observa todo con escepticismo y resignación, refugiado en la nostalgia y las estrellas. No se opone a los cambios ni se revuelve en su contra (para qué) pero se ríe de ellos y los juzga con lucidez y conmiseración, con la certeza de que sus principales voceros no son sino unos oportunistas que codician todo lo que dicen detestar.

«Allí donde la rebeldía no es sino pose y consigna institucional, pura rutina, lo conservador es una provocación»

Esa figura del Príncipe, como se sabe, está inspirada en el bisabuelo de Lampedusa, Giulio Fabrizio Tomasi, un noble siciliano dedicado al espiritismo y la astronomía que asistió impávido y sereno a la revolución de Garibaldi que acabó en 1862 con la dominación borbónica en el sur de Italia; que acabó con su mundo mientras él, al que le decían ‘el gatopardo’, lo atizaba y lo soplaba como la hoguera que era, encerrado en su observatorio celeste

Quizás no haya una novela –bueno, sí hay otra: Bajo la mirada de Occidente, de Joseph Conrad– que se ocupe mejor y que descifre con más inteligencia lo que es de verdad el espíritu conservador, su condición solitaria y rebelde, su vocación casi anárquica al enfrentarse contra los mitos de la Modernidad que se van volviendo un dogma. Allí donde la rebeldía no es sino pose y consigna institucional, pura rutina, lo conservador es una provocación

Pero dentro de ciertas reglas espirituales y estéticas, digamos, aunque eso suene tan pomposo y tan ridículo (tan conservador). Y sin embargo es cierto: desde la Revolución francesa el conservatismo fue el fiel de la balanza, una especie de cura de burro contra la tiranía del jacobinismo y la utopía del terror. Eso cambió con el fascismo y el nazismo hace cien años, cuando la derecha se hizo revolucionaria y quiso derrotar al enemigo con sus mismas armas.

Ahora está pasando algo parecido: los conservadores, muchos conservadores o que creen y dicen serlo pero que en el fondo deshonran esas ideas porque no las conocen ni las entienden, se enfrentan a la demagogia con sus mismos métodos y consignas. Dicen que se trata de una ‘batalla cultural’ y creen que para ganarla basta una estrategia grotesca y brutal, inspirada en delirios vergonzosos que nada tienen que ver con el talante conservador.

Por eso es casi un consuelo que El Gatopardo esté otra vez en boca de tanta gente: porque ese sí es el conservatismo de verdad, no su usurpación vulgar y violenta. 

*Columnista. Escritor. Analista Político. Conferencista.

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