Por Enrique Herrera. @enriqueha
El delirio electoral, en el contexto de esta columna, es una creencia -la del candidato o la del político- que se vive con una profunda convicción a pesar de que la evidencia demuestra lo contrario.
Es un trastorno psicológico que pasa en la mente de los candidatos y políticos de regímenes democráticos, de todas las regiones y de todas elecciones. Pierden el sentido de la realidad, el polo a tierra, entran a irrealidades. Creen que van a ganar.
Es la búsqueda o mejor, el intento desesperado de que lo irreal colonice la realidad por lo que se quedan en el mundo de la imaginación y ello obedece, en parte a que ahí hay mucho de ego, de mesianismo y de redentor. Pasó con Duque que cuando presidente dijo que podría ser reelegido y lo mismo con Petro que dijo lo mismo hace poco.
El delirio electoral no se trata solo de optimismo o de mantener una actitud positiva frente a las adversidades, sino de una desconexión profunda con los hechos. Es cuando las encuestas, los análisis, e incluso la percepción pública dejan de tener importancia para el candidato, que se aferra a la creencia de que la victoria está asegurada. En este estado, la mente se envuelve en un manto de fantasía, donde la lógica se desvanece y las probabilidades se distorsionan.
¿Qué lleva a un candidato a caer en este estado? Parte de la respuesta reside en el ego, ese combustible esencial para cualquier político. Pero, cuando esa ambición se convierte en un deseo desenfrenado de poder, comienza a emerger el delirio. Es una defensa psicológica contra el miedo al fracaso, una forma de autoengaño que protege al individuo de la devastadora idea de la derrota.
Este fenómeno no es exclusivo de un partido político ni de una región geográfica. En todas partes del mundo, hemos visto candidatos que, a pesar de todas las señales en contra, se niegan a aceptar la posibilidad de perder.
El delirio electoral también puede tener consecuencias peligrosas para la democracia. Cuando un candidato con una visión distorsionada de la realidad se niega a aceptar la derrota, puede sembrar dudas sobre la legitimidad del proceso electoral, erosionando la confianza en las instituciones. Hemos visto ejemplos recientes donde el rechazo a aceptar los resultados ha llevado a crisis políticas y sociales, mostrando cómo el delirio electoral no solo afecta a los individuos, sino que puede tener repercusiones a gran escala.
Para los votantes, identificar y comprender el delirio electoral en los candidatos es crucial. Nos permite discernir entre aquellos que tienen una visión clara y realista del camino hacia el poder, y aquellos que están atrapados en sus propias fantasías.
El delirio electoral, ubica a quien lo padece, en un universo paralelo que lo desconecta de la realidad y por está vía al fracaso.