SAÚL ALFONSO HERRERA HENRÍQUEZ

Por: Saúl Alfonso Herrera Henríquez*

Frente a la fracturas, por pequeñas que sean, por tensiones que hayan, por las actitudes que protagonicen actores políticos, debe primar camino a resoluciones, el diálogo; el cual siempre debe despertar el interés individual y colectivo, siendo algo en lo que debemos reflexionar, en la creencia que es una asignatura que no admite simplificaciones, y si bien dialogar por sí mismo no resuelve las crisis siempre y en toda ocasión, hay que insistir en él, ya que dialogando de la mejor forma y manera es mayormente posible evitar cualquier conflicto.

Dialogar no es lo mismo que ceder para evitar confrontar, ya que ello es allanarse a lo que muchas veces no se desea, comparte, ni se cree bueno para evitar el conflicto o ponerle fin sea como sea. El conflicto es también de alguna manera un modo de dilucidar y resolver las diferencias. De ahí que además dialogar necesario sea dejar de lado el abandono de previas posiciones y aseveraciones dogmáticas.

Dialogar es negociar, argumentar, razonar, transigir, componer. Pero no es ni puede ser disponer de lo que no está al alcance de los negociadores. Eso no sería dialogar, sino abandonarse a la voluntad de otros y negarse a sí mismo. El diálogo no siempre es posible y menos lo será si alguno de sus participantes recita a manera de rezo sus afirmaciones, pretendiendo iniciar el reclamado dialogo desde ellas, como dogmas inamovibles.

Es por ello que, deba dialogarse sin entregarse, hacerlo con honor, esa consideración social que desafortunadamente hoy se entiende como algo bien distinto de lo que es y representa. Era en todas las esferas sociales un bien que determinaba definitivamente la consideración social de que se era sujeto pasivo. Si se perdía, no se recuperaba, traduciendo lo cual una especie de muerte civil. La honestidad era observada con rigor, y quien la trasgredía debía soportar la carga de la pérdida del honor, lo perdía para siempre, lo que era soportado en la afirmación que vale más que el oro el crédito que proporciona la honestidad de la conducta, lo que determina que vale la pena ser siempre honrado.

Hoy no se ocultan con la vergüenza debida hechos que hasta hace poco se entendían que afectaban al honor personal y familiar. Los trasgresores siguen como si nada, frecuentan los mismos lugares, continúan con sus actitudes de siempre sin bajar la cabeza. Entienden la desvergüenza como normal. No obstante, la consecuencia negativa es que virtud y conducta virtuosa, no son valoradas, de tal suerte que parece lo mismo ser o no virtuoso. Lo mismo está dando ser honorable que deshonrado, lo que afecta el diálogo en condiciones de diafanidad. Diálogo con honor debe ser fundamento de civilidad y una exigencia en toda circunstancia. Todo diálogo merece conducirse con honor y honestidad.

*Saúl Alfonso Herrera Henríquez. saulherrera.h@gmail.com *Abogado. Especializado en Gestión Pública. Derecho Administrativo y Contractual.

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