RUIZ FRUTOS JULIAN MARTIN

Por: Julián Martín Ruíz Frutos*

El narcisismo, es una es una conducta o manía típica del narciso, adjetivo que proviene del personaje mitológico Narciso, hace referencia al hombre que se precia de hermoso, que está enamorado de sí mismo o que cuida demasiado su compostura y es por lo tanto la complacencia excesiva en la consideración de las facultades propias. El concepto fue desarrollado por el austriaco Sigmund Freud y engloba a una serie de características de la persona vinculadas a la vanidad y el ego. Estas propiedades pueden hacer que el narcisista tenga problemas para desempeñarse en la sociedad. Megalomanía, alude a la manía vinculada a la grandeza. Una manía es una preocupación exagerada y caprichosa por un cierto tema. Para la psiquiatría, se trata de un cuadro clínico que surge a partir de una exacerbación de la consciencia de sí mismo. Es una condición dada por el delirio de poder. El megalómano tiene una autoestima excesiva, exagerada y se siente omnipotente. Suele considerarse que un megalómano es narcisista. Estos sujetos se creen superiores al resto de la sociedad y por eso piensan que están destinados a guiar o liderar a la gente. Este trastorno de la personalidad se caracteriza por la grandiosidad. El individuo piensa que es muy importante y demanda atención y aplausos de manera constante. A su vez es alguien que carece de empatía, ya que se ubica en un plano diferente a los demás. Resulta egocéntrico y arrogante y se admira a sí mismo. Socialmente tiende a confrontar debido a que supone que no es valorado o admirado lo suficiente. A través de este comportamiento, afirman los expertos, cubre sus sentimientos negativos y su inseguridad. Por eso también su agresividad constante es un modo de mecanismo defensivo.

El trastorno de la personalidad narcisista es una enfermedad de salud mental y quienes la padecen muestran un aire de superioridad irrazonable y necesidad de ser admirados, creen merecer privilegios y esperan que se reconozca su superioridad, aun sin tener logros, mismos que quieren hacer ver más importantes de lo que son; tienen además fantasías sobre el éxito, el poder y su inteligencia. Creen ser mejores que los demás y sólo pasan tiempo con personas igual de “especiales” que los puedan comprender, criticando y menospreciando a quienes consideran inferiores. No aceptan cuestionamientos y se aprovechan de los demás para lograr sus objetivos; son incapaces de reconocer las necesidades y sentimientos de los demás. Envidian a muchos y creen ser envidiados por el mundo. Se comportan con arrogancia, alardean sus “logros y proezas” (normalmente ningunos) hasta parecer engreídos, aunque muchos de ellos son carismáticos.

Les cuesta interactuar con otras personas y se sienten menospreciados con facilidad. Reaccionan con ira o desdén ante la crítica, queriendo dar una impresión de superioridad, mostrando su dificultad para manejar sus emociones. Evitan situaciones donde pueden ser criticados o pueden fallar. Tienen sentimientos ocultos de inseguridad, vergüenza, humillación y miedo a ser descubiertos como un fracaso.

Dentro de dicho espectro existe la megalomanía. Quienes la padecen se comportan como si tuvieran un poder ilimitado y se molestan si alguien quiere restringirlos. No aprenden de sus errores, peor aún, culpan a los demás (en especial sus adversarios, reales o ficticios) y a las circunstancias de lo que no resulta como ellos desean. Desean ser queridos y adorados por quienes los rodean; si no es así, tienden a pensar que el problema reside en los demás.

Ejemplo de grandes tiranos y dictadores narcisistas megalómanos han sido Hitler, Stalin, Mussolini, Napoleón, Trujillo, Somoza, Hugo Chávez, Sadam Hussein, Fidel Castro y muchos otros que convirtieron en realidad la frase atribuida a Luis XIV: “El Estado soy yo”, donde el dominio de quien ostentaba el poder era absoluto: reyes, príncipes, emperadores y nobleza en general, ungidos por la gracia divina y sustentados por el poder militar. La llegada de la democracia en los siglos XIX y XX provocó conflictos grandes como las dos guerras mundiales y muchas crisis alrededor del mundo: Vietnam, Balcanes, Golfo Pérsico, Coreas y muchas más.

Definitivamente, cada democracia es tan fuerte (o débil) como sus fundamentos cívicos, jurídicos y sociales. Si los gobiernos no dan resultados satisfactorios para los ciudadanos, la democracia se puede convertir en rehén de extremistas, ya sean religiosos —como en Irán—, políticos de ultraderecha o izquierda, y oligarcas individualistas. Se vuelve tierra fértil para el crecimiento de “líderes” que prometen solucionar todos los males, basados en su carisma, verdades a medias y mentiras facciosas, que se proclaman como salvadores, siendo los únicos capaces de resolver las injusticias y problemas monumentales. Pero todo cambia cuando llegan al poder: fomentan la división entre sus representados, crean problemas para ofrecer supuestas soluciones, intentan cambiar las leyes para no dejar el poder o tratan de hacerlo a través de sus elegidos para sucederlos. Persiguen sin piedad a sus “enemigos”: periodistas, partidos de oposición, organizaciones no gubernamentales y todo aquel que no comparta sus ideologías, basadas en el culto a sí mismos. Muchos de ellos incluso llegan a cambiar su residencia para vivir en un Palacio, apenas digno de su “jerarquía”. Nuestra democracia es muy frágil y está bajo ataque; el futuro de la patria depende de todos nosotros. Actuemos en consecuencia por favor, so pena de perder el país en manos de quien estamos, lo que sería más que un desastre: disolución, caos y debacle. Dios con Nosotros.

*Abogado. Especializado en Derecho laboral. Columnista

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