Por: José Manuel Herrera Brito
En alguna oportunidad, el grande escritor Caribe, Álvaro Cepeda Samudio, en una de sus magistrales como inmortales páginas periodísticas, nos regaló una columna en la que hablaba de los bobales, para referirse a esa clase de funcionarios que anclan en las dependencias oficiales para que se bañen con las aguas putrefactas resultado de los desmanes que de manera permanente se suceden en las administraciones públicas.
De ellos, que no son cosa distinta que los conocidos tontos útiles, se ha hablado siempre. Figurines forzosos por no decir que imprescindibles en cualquier gobierno, quienes sirven como mamparas o pararrayos de las críticas para proteger a sus jefes, pero que al final del día, son fusibles intercambiables o aquellos a quienes echarles la culpa sin tenerla, de lo malo, pésimo y peor que suceda en detrimento de lo que fuere. Pero es claro que no cualquiera puede serlo, tienen que ser individuos fácilmente manipulables, baja o ninguna autoestima, de manera que cuando se les da autoridad o poder, se sientan el centro del planeta, reyes de la creación y vivan agradecidos y leales a quienes los sacaron de la oscuridad para convertirlos en “alguien”, como bien se afirma.
Los funestos manipuladores se encargan cual verdaderos maestros, de alimentar su ego, toda vez que en sus protervos planes los necesitan para sus diversos y nunca edificantes intereses, propósitos y objetivos; además de hacerles creer y así lo entienden, que las críticas a su trabajo se dan por cuanto les tienen envidia por haber llegado donde los otros nunca llegarán, y sobre esa premisa les piden y hasta le exigen grandes sacrificios en ruta a un fin más relevante y trascendental como es evitar escándalos o cuidar la reputación de un mandatario, quien les “tendió” la mano.
Tales tonticos de manera paulatina van abandonándose a lo que fuere, son marionetas que van perdiendo la vergüenza y el amor por sí mismos y por el honor, lo que por supuesto los vuelve capaces de hacer lo que sea por caerle y quedarle bien a sus idolatrados jefes. Mienten, son genuflexos, se arrastran, se contradicen y contradicen a los demás, se pelean, polarizan, lo que se le pida lo hacen con el mayor de los gustos y satisfacciones, por cuanto ya probaron las “mieles” de lo que creen es ser importante, sin importarles que la más de las veces se les convertirá en hiel y arrastrarán en esa riada a su entorno familiar.
Todos los gobiernos sin duda, y lo vemos día con día, tienen a esas figuras detestables en sus carpetas, sujetos incapaces e ineptos, quienes dado su sometimiento, son idóneos para hacer el ridículo que les corresponda, así tengan que arrastrar honra y reputación si algún día la tuvieron, pero esperanzados siempre en que serán recompensados de una u otra forma o manera y casos vemos con inusitada frecuencia, lo que no debe seguir siendo, en la certeza que ningún funcionario de esa naturaleza es para que estén en ningún gobierno. No se dan cuenta que cuando dejan de ser útiles simple y sencillamente se remueven y se envían a esconderse en las oquedades de las que nunca debieron salir. saramara7@gmail.com