Por: Francisco Javier Vásquez Atencio*
E.Mail.: francisco.vasquez.atencio75@gmail.com
En medio de esta crisis que vivimos, impensable antes de su suceso, el cuidado a la gente es lo más importante; no obstante, importa cuidar otros aspectos inherentes a la vida misma directa o indirectamente, que tienen que ver con erradicar la pobreza, acabar con inequidad y desigualdad, procurar trabajos decentes, y en fin, definir una y más situaciones de orden humanitario, económico y social, que a no dudarlo ampliará la brecha de la desigualdad, multiplicará pobreza, desempleo y afectará la economía como ya vemos, en los más de sus niveles.
Son estas apenas alertas sobre algunos déficits que en el espectro de lo público se han observado en estos últimos meses y que constituyen retos y desafíos que en trabajo armónico los poderes públicos deben enfrentar para mitigar, amén de mejorar los graves efectos que la crisis ha generado y seguirá generando en quienes son socialmente vulnerables, lo que con el paso de los días se ampliará irreversiblemente.
Todos somos responsables de todo si queremos ayudar de alguna manera a salir avante a nuestra sociedad, más cuando sabemos a ciencia cierta que todos sufrimos afectaciones y muchas serán las sombras que alumbrar, entre ellas nuevas implantaciones e implementaciones de medidas que controlen el colapso generalizado, atender unos más que otros todos los frentes, entender que las responsabilidades no son solo individuales, sino de políticas y de gestión. Se requieren adoptar medidas que vislumbren salidas decorosas, incrementar los análisis de riesgos, más gestión, más atención sanitaria hacia el problema, lo que debe mejorarse definitivamente. Una visión socio-sanitaria se impone, misma que debe llegar para quedarse e imponer la atención preferencial por parte de los poderes públicos hacia los colectivos de personas vulnerables,
La vulnerabilidad, de la que nos damos cuenta hoy más que nunca, y que se ratifica en el decir del Albert Camus, al afirmar que “Lo peor de las pestes no es que mata a los cuerpos, sino que desnuda las almas y ese espectáculo suele ser horroroso”, es en verdad preocupante, pues no se ha quedado ahí, ha afectado núcleos poblacionales específicos, normalmente olvidados e ignorados por la sociedad, tales como personas desposeídas, sin techo, tercera edad; mujeres sin recursos, con cargas familiares, maltratadas, menores, estudiantes sin acceso a Internet ni medios tecnológicos, desempleados, vendedores informales, discapacitados, adictos crónicos, y un etcétera demasiado largo.
Es esta una crisis gigante que ahonda las desigualdades y produce más daños colaterales de gravedad inmensa e indescriptible, sobre todo por esa discriminación, invisibilidad y repugnancia obsesiva a los adultos mayores y a la pobreza, que se han convertido en enfermedades sociales, que se potenciarán si no somos capaces de reforzar cooperación, ética, moral, empatía, cuidado hacia esas personas que padeciendo están los efectos más duros de la crisis y todavía los sufrirán más en el futuro inmediato, en lo que importa la actividad decidida, decisiva y puntal de los poderes públicos; de lo contrario se estrujarán con creces las esencialidades de cohesión de la sociedad que ha abusado de esos colectivos, a pesar de saber que no está bien abusar de ellos en virtud de la propia seguridad, ni negarse a atender sus múltiples necesidades, siendo definitivo que son y más las lecciones que aprender y someter a reflexión, ejercicios que ojalá nos conviertan en una colectividad mejor pasada esta emergencia, especialmente si se quiere con certeza que la dignidad de las personas sea epicentro integral del problema, lo que impone menos beneficencia y más soluciones estructurales. *Administrador de Empresa, Especializado y magister en Gerencia Social