Por: José Guillermo Claros Penna*

Vital sin duda recuperar para todo y para todos el valor de la palabra como expresión de la razón y la comunicación humana, lo que debe ser un imperativo para la clase política y para quienes aspiran a ser políticos y a hacer política, en el imperativo y realidad que no debe ser posible ni permitirse que personas descalificadas estén encargadas de tareas tan complejas como gobernar, lo que muchas veces lleva a fallar a los servidores públicos con gran vergüenza, lo que no debería ser más, toda vez que no merecen nuestros pueblos funcionarios ineficientes al frente de las instituciones desde donde se ejerce gobierno.

Son pocas sin duda las épocas en que podamos presumir de una clase política ejemplo de entereza, honestidad, responsabilidad y compromiso. No existe ya esa clase política integrada por personas preparadas, de primera condición, con una idea clara de qué hacer desde el poder, de cómo diseñar políticas públicas como testimonio del cumplimiento de sus trascendentes responsabilidades. No ha sido capaz la clase política de hoy de generar una cultura de participación ciudadana y comunitaria activa en los asuntos que a todos conciernen. Se han ido entreverando generaciones de políticos “nada que ver” que den continuidad a itinerarios mejores, no conciben principios, no hay acatamientos respecto de lo que pueda darnos estabilidad y gobernabilidad. Todo marcha al garete, gobernanza y democracia ausentes; populismo, autoritarismo, demagogia e incertidumbre en boga, no se obedecen disciplinas, no se atienden a los perfiles mejores para cada área de la administración pública y para cada orden del poder.

Se pasan por la faja las reglas para disputar los cargos de elección popular y mecanismos para dilucidar conflictos. Hay sí una disciplina de sumisión tanto en el sector público como en los partido, grupos y movimientos políticos, que, con todas sus graves carencias, permiten hacer carrera, irrespetando escalafones y premiando sin méritos. Nadamos en la mar de los vilipendios sin resultados palpables y fácil es encontrar político en activo que abrevan ansiosos en esas enseñanzas, lo que ha permitido el surgimiento de indeseables inmiscuidos en los asuntos de nuestra vida pública, mismos que han trocado certezas por ambivalencias y confusiones.

Pululan egoísmo, envidia, mezquindad y mediocridad, Se ofrecen a todo momento en nuestra cotidianidad social grotescos como espectáculos abominable, que refieren sus niveles intelectual y ético. Las acciones afirmativas se han desdibujado, lo que determina que se califiquen como fallidos y en plena como anárquica descomposición. Y peor que todo, una ciudadanía que la más de las veces vota sin el análisis de los contendientes, lo que en nada ayuda a mejorar el desempeño administrativo, conduciendo a la obcecación de quienes sólo anhelan continuar en la nómina y pelechando a sus anchas de los sagrados recursos públicos.

El dinero en las campañas se ha convertido en el factor más importante para obtener el triunfo. Los aparatos burocráticos qué organizan, supervisan y califican las elecciones, están rebasados por conflictos internos y en innegable deterioro de su autoridad. De otra parte, los partidos, que deberían asumir deberes en uno de los momentos más críticos de nuestra historia, están copados por grupúsculos con una manifiesta hemiplejia moral. No les interesan ni las campañas ni los territorios. Las doctrinas de sus respectivas banderías les provocan alergias. Lo único que no pierden de vista es ver cómo hacerse a sacos de oro sin hacer ruido ni dejar huella. Definitivamente, no tenemos una clase política que haga el ejercicio de los perfiles de quienes habrán de representantes con la suficiente preparación para deliberar o con posibles méritos partidistas. ¿Será que si somos aptos para una verdadera democracia? joseguillermoclarospenna@autlook.com

*Profesional en Ciencia Militares. Administrador de Empresas. Abogado. Candidato a Doctor en Derecho

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