MÉDICO HERNANDO RAFAEL PACIFIC GNECCO

Por: Hernando Pacific Gnecco*

En el mundo islámico, el objetivo de preservar el Corán influyó sustancialmente en el libro y las bibliotecas, buscando poner al alcance de sus ciudadanos las enseñanzas de Mahoma. Las mezquitas alojaron toda clase de conocimiento, desde los devocionales hasta obras de filosofía, geografía y ciencias. Hacia el siglo VIII, los chinos habían desarrollado la elaboración del papel, adoptada después por los iraníes; convertida posteriormente en industria, se propagó por todo el mundo musulmán; el comercio de libros se disparó. Los califas abasíes propiciaron la difusión de libros con toda clase de contenidos, fomentando la creación de bibliotecas y las escuelas teológicas (madrasas), inseparables de las bibliotecas.

Las grandes bibliotecas fatimíes atraían sabios y eruditos de todo origen y credo. El historiador Ibn Abi Tayyi mencionaba que la biblioteca del palacio fatimí de Alamut probablemente contenía el tesoro de literatura más grande del mundo, fama bastante extendida, según el erudito Al-Juwayni. Traductores y copistas encontraron trabajo en esos centros del conocimiento; traducían al árabe los libros de no-ficción, principalmente del griego, persa, latín y sánscrito. Tal como sucedía en Europa, las personas adineradas legaban colecciones de libros a las bibliotecas, escuelas, mezquitas y santuarios, haciendo cada vez más accesible el conocimiento a todos los ciudadanos.

Las bibliotecas públicas ganan en estética y funcionalidad. El geógrafo Al-Maqdisi describe maravillado la biblioteca de Shiraz con lujo de detalles, mencionando varias edificaciones de dos pisos con cúpulas, 360 estancias, jardines, lagos y cursos de agua. Con la decadencia islámica siglos más tarde, las invasiones mongolas y las guerras internas se destruyeron muchas bibliotecas; con la colonización, muchas obras terminaron en museos y bibliotecas de Europa. Una muestra de cómo eran esas librerías está en Chinguetti (Mauritania), bibliotecas que permanecen relativamente intactas. Ese conocimiento islámico también fue transferido a Europa por monjes copistas situados en las fronteras con el mundo cristiano, particularmente en Sicilia y España; se sumaron a otros trabajos realizados directamente de originales griegos, romanos y bizantinos, formando las bases de las actuales bibliotecas.

Se destacaron otras bibliotecas de entonces, entre ellas Bait al Hikma (Casa de la Sabiduría), siglo IX. Al-Ma’mun, el séptimo califa abasí fundó un espléndido centro científico con un observatorio para astrólogos y una rica biblioteca con algunas obras muy escasas y preciosas obtenidas de otras culturas más antiguas. También, la Biblioteca Yahya ibn Abi Mansur (Ibn Munajem) del siglo IX, llamada “Tesoro de la Sabiduría” (Khazanah Al-Hekmah) en Bagdad. La de Tombuctú sirvió durante muchos años para los imperios de Ghana, Bali y Songhai; la sufiya de Alepo, y algunas más estaban localizadas en Basora, Damasco, Isfahan, Tous, Bagdad, Shoush, Mosul y Shiraz.

La lejana Catay iba paralela a lo que sucedía en “este lado del mundo”: La biblioteca más antigua de Asia aparece en China: Tianyige (el pabellón del cielo) en la provincia de Zhejiang, fundada durante la dinastía Ming en 1565. Un lugar en medio de la naturaleza diseñado para disfrutar el entorno, protegido de los posibles daños del agua y fuego; es también un museo. Por esa razón, el emperador Qianlong ordenó levantar planos y construir otras siete bibliotecas iguales para otras tantas provincias. La guerra del opio, como con toda guerra, significó el robo de más de 40.000 obras. El lejano Oriente contaba con el papel y la imprenta desde la dinastía Hang (2 siglos AC), distinta a la de Gutenberg: unos bloques de madera se frotaban en el papel. Corea, en el siglo XIII, vio la primera imprenta de tipos móviles, similar a la alemana.

Así, imprimieron el conocimiento de Confucio, los cánones budistas (Tripitaka) se publicó en 5.000 volúmenes utilizando más de 130.000 bloques de madera individuales. Las escrituras budistas, los materiales educativos y las historias se almacenaron en bibliotecas en el sudeste asiático premoderno. En Birmania, el rey Anawrahta fundó una biblioteca real llamada Pitakataik, considerada por el enviado británico Michael Symes, siglo XVIII, como bastante más grande que cualquiera de Europa. hernandopacific@hotmail.com

*Médico Cirujano. Especializado en Anestesiología y Reanimación. Docente Universitario. Columnista

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