Por: Beatriz Fernández Ruiz*
Favorecidos por avances como los lienzos preparados industrialmente y los tubos para guardar los óleos, Monet y el resto de impresionistas pintaron sus paisajes al aire libre capturando la fugacidad y luminosidad del momento a través de pinceladas sueltas y colores vivos.
La larga vida de Monet y su incansable trabajo hacen que se le haya considerado el pintor más representativo del impresionismo. Como sus demás compañeros, inició su carrera interesándose por el paisaje y siguiendo los pasos de los paisajistas de la generación anterior, como Corot, Boudin y Daubigny, y del grupo de pintores que se establecieron en el pequeño pueblo de Barbizon y trabajaron al aire libre en el bosque de Fontainebleau, cerca de París. Esta elección le alejaba de hacer los grandes cuadros con temas heroicos inspirados en la historia, la mitología o la Biblia que eran aún, en la segunda mitad del siglo XIX, los más apreciados por la Academia de Bellas Artes y el Salón anual.
En los primeros años pintando al aire libre cerca de París, Monet atenderá al paisaje, muchas veces, en las riberas del Sena. En sus cuadros son lugares luminosos y alegres, poblados por un bullicio de domingueros que disfrutan de los merenderos, se bañan y pasean en barcos de remos o pequeños veleros. El estudio de la luz sobre el agua y la vegetación acompaña el retrato de esa juventud vestida a la moda, que podía llegar en tren desde la ciudad, para pasar un día al aire libre. Monet respondía al reto que el poeta Baudelaire había planteado a los artistas: es necesario ser absolutamente moderno, encontrar la belleza en la vida contemporánea.
Una nueva técnica. Al pintar al aire libre, los impresionistas se alejaron de la técnica apreciada por la tradición académica. En siglos anteriores, los pintores trabajaban con luz natural en sus estudios. Para hacer grandes escenas en las que participaban muchos personajes, contrataban a diversos modelos y los vestían y caracterizaban según la historia que tenían que contar. A finales del siglo XIX, esas poses colectivas empezaban a resultar excesivamente teatrales, muy alejadas de las posturas y movimientos de la vida cotidiana.
Por otro lado, un pintor, trabajando en su estudio con luz natural, podía concentrarse en conseguir el volumen de los cuerpos de sus figuras a través de un estudio detallado de la luz y la sombra. Era la técnica del claroscuro. Los cuerpos tenían en el cuadro final una apariencia sólida y estaban acabados con gran detalle, después de muchas sesiones de trabajo en las que se estudiaba el dibujo y la iluminación.
Los paisajistas de Barbizon, y después los impresionistas, se enfrentaron a unas condiciones muy diferentes de trabajo al comenzar a salir al aire libre. La luz natural es más cegadora, el ojo no percibe las formas con la nitidez que permitía el estudio.
Otros materiales. Durante siglos, los artistas iniciaban su carrera trabajando como aprendices en los gremios y, en los primeros años de oficio, aprendían a preparar los materiales y soportes para la pintura de sus maestros. La familiaridad con el molido de los pigmentos de color o el lijado de las tablas era un componente artesanal de su oficio. Esto cambió con el desplazamiento de los gremios medievales por la enseñanza de las academias, a partir del siglo XVII.
En la segunda mitad del XIX, cuando se inicia la pintura de los impresionistas, los materiales artísticos son de fabricación industrial. Los pintores compraban los soportes, ya preparados, sobre los que iban a pintar. Hacia 1841-1842 el norteamericano John Goffe patentó en Londres los primeros tubos de estaño para guardar los colores al óleo. Conservaban durante más tiempo los colores en buenas condiciones y eran fáciles de transportar. La posibilidad de pintar fuera del taller se convirtió en una realidad.
Durante siglos, los colores finamente molidos se almacenaban en pequeños sacos de piel de vejiga de cerdo que se guardaban en el taller. Los paisajistas clásicos, como los pintores holandeses del siglo XVII, dibujaban al aire libre, y se adiestraban en observar el color para ser capaces luego de pintar de memoria en sus talleres. En 1874, Édouard Manet retrató a Claude Monet pintando en el río Sena desde su barco-estudio, en Argenteuil. Era una posibilidad nueva, facilitada por los tubos de color.
Nueva forma de estar. No solo sus temas, también el modo de llegar al público de la pintura impresionista anunciaba el mundo del arte moderno. Estos pintores jóvenes crearon la Sociedad Anónima de Artistas para convocar una exposición anual que les permitiera enseñar su trabajo sin tener que pasar por el jurado del Salón oficial. Todos los que pagaran la cuota de suscripción podrían exponer. La primera exposición se celebró el 15 de abril de 1874, adelantándose quince días a la del Salón oficial. Allí estaban Renoir, Pissarro, Sisley, Morisot, Cézanne, Degas, Monet y Boudin.
A pesar de las malas críticas, se celebraron otras siete exposiciones del grupo a lo largo de los doce años siguientes. En la búsqueda de un mercado de coleccionistas para su obra fue fundamental la figura de un joven galerista, Durand-Ruel, cuya carrera profesional correría paralela a la de estos artistas.
Paul Durand-Ruel había heredado de su padre una galería especializada en los paisajes y los temas rurales de los artistas de Barbizon. El joven trató de encontrar nuevos pintores capaces de renovar el tema del paisaje, que pudieran interesar a los clientes de la galería de su padre. Y supo reconocer esa posibilidad en las obras de Monet y Pissarro.
Cuando se celebró la primera exposición, Durand-Ruel ya estaba apoyando la obra de Monet, Pissarro, Sisley, Degas y Renoir. Comprendió que la burguesía era una nueva clase social enriquecida que sería capaz de apreciar una pintura que recreara los placeres cotidianos de su propio tiempo. Y el galerista compró obras a los jóvenes pintores, lo que les permitió dedicarse a trabajar al comienzo de sus carreras. En 1886, Durand-Ruel triunfó con su primera gran exposición de impresionistas en Estados Unidos y logró allí un sólido mercado de coleccionistas.
Pintar al aire libre. A lo largo de su carrera, Monet fue dando cada vez menos importancia a las figuras en pro del paisaje. Uno de los temas que pintó incansablemente fue el río Sena, y vivió en varios pueblos de sus riberas. El último de ellos fue Giverny, donde construyó un jardín que sería el tema central de la pintura de sus últimos años. Pero cada temporada abandonaba la casa y viajaba en busca de nuevos horizontes. Recorrió la costa de Normandía y Bretaña, atraído por los acantilados de Etretat y Pourville. Más tarde, bajaría a la Costa Azul, Antibes y otros lugares próximos a la frontera italiana, como Bordighera y Menton. Pintó en Londres, en Noruega y en lugares con una sólida tradición de pintura de paisaje: Holanda y Venecia.
El trabajo al aire libre determinaría la evolución de su técnica pictórica, que buscaba acercarse a la percepción visual a través del tratamiento del color y de la pincelada. El resultado será una pintura mucho más luminosa que la tradicional, más rápida, olvidando los detalles y la nitidez del dibujo.
Lienzos preparados. Por otro lado, uno de los cambios que introdujeron los impresionistas fue comenzar a pintar sobre lienzos y tablas preparados industrialmente y con unos tonos de fondo claros: blancos, azulados, pajizos… Esas bases no se tapaban completamente al hacer el cuadro, sino que sus colores se aprovechaban en la entonación general; de este modo se cubría el lienzo más rápido, lo que era una ventaja cuando se pintaba al aire libre en condiciones de luz que cambiaban velozmente. Los paisajistas anteriores, como Courbet, habían utilizado fondos de preparación muy oscuros, que les ayudaban luego a conseguir en el lienzo los tonos profundos de la maleza y la sombra en sus cuadros de bosque. Los impresionistas prescindirán de esas oscuridades. Preferirán temas como la costa, los ríos, la nieve…
El efecto de las bases claras se potencia con la mezcla de los colores del cuadro, con grandes cantidades de blanco. Ambos recursos contribuyen a reflejar la luz ambiental que recibe el cuadro, lo que aumenta la luminosidad de la pintura. Además, Monet fue abandonando las sombras marrones y negras. Utilizaba tonos cálidos (amarillos, ocres, naranjas, rojizos) para las partes más iluminadas de sus cuadros y tonos fríos (azules, verdes, violetas) para las más oscuras. Los colores cálidos son percibidos por nuestros ojos más cercanos que los fríos, que parecen alejarse. El estudio de estos efectos de color le permitió crear el volumen de sus figuras sin recurrir al modelado académico y sugerir el espacio sin utilizar una rigurosa perspectiva.
Pintaba del natural en sesiones rápidas, para capturar momentos de luz. Y lograba una gran expresividad con las pinceladas de color, que dibujaban las formas de una manera más espontánea y enérgica. Sus cuadros no tenían el aspecto detallado de la pintura tradicional, acabada en largas sesiones de taller. Era una pintura esbozada, pero más viva y cercana a la experiencia real de nuestra visión al aire libre. El gran pintor Cézanne dijo: “Monet no es más que un ojo. Pero, Dios mío, ¡qué ojo!”.
*Historiadora del Arte