Por: José Manuel Herrera Brito

Nada que caen los corruptos.  Que pesar. Y no porqué efectivamente no caigan, lo que debiera ser sin más, sino las consecuencias y secuelas que generan sus acciones. Se percibe ante sus evidencias una impotencia creciente por la ausente ausencia -valga la licencia idiomática- de acciones proporcionales, lo que estamos viendo con gélida impavidez como si normal ello fuera, lo que hemos cohonestado con consecuencias bastantes perjudiciales no solo respecto de los recientes eventos de abusos sino a todo nivel en detrimento del erario.

No son los demandes de la corrupción historia nueva, repito, las conocemos, y día tras día vemos a quienes tales actos cometen, decir sin rubor ninguno que no irán a seguir permitiendo que tales cosas ocurran y demás otras promesas, acciones criminales y detrimento patrimonial que terminamos pagando los ciudadanos, toda vez que los cuales se fugan o son recipiendarios, dada la politizada justicia que padecemos, de blandengues medidas sustitutivas. Nadie devuelve nada, se quedan para sí el producto de lo cual, unos se fugan, otros esperan el perdón en poco tiempo y vuelven a sus andadas por aquello que puerca pollera no pierde el vicio, y los vemos nuevamente caminar entre nosotros con sus andadas e ir por más más dinero, haciendo que la historia se repita cual serpiente que se muerde la cola.

Los fugados por corrupción pelecharán del producto de sus robos en el exterior, el país esquilmado sin recuperar nada de lo robado, los impotentes contribuyentes viendo irse por el desagüe sus esfuerzos impositivos, y ellos seguirán de largo sin siquiera devolver la esperanza de la no repetición y antes por el contrario pendientes de volver a sus fechorías con mayor experiencia en estas lides en escalada triunfal.

Denunciamos, hacemos con ello más de lo mismo, nos quejamos de la corrupción (al menos lo hacemos), queremos justicia, pero sin quienes en realidad y verdad no solo se haga cargo del problema, sino que lo enfrente hasta sus últimas consecuencias. Pareciera que nadamos en una mar de normalizada corrupción, tanto la de los servidores públicos, como la del diario vivir establecida por el uso del poder en beneficio propio a través de distintos tipos de negociaciones. Esto debe demandar nuestro cuidado en extremo, toda vez qué si bien nos avergonzamos del abuso desmedido en la cosa pública, no así frente a los actos de corrupción de todos los días, lo que nos indica que hemos perdido la capacidad de asombro frente a dichos actos.

Es por ello qué, amén de invocar a una justicia que reprima y castigue los actos de corrupción con toda la dureza necesaria, debemos preocuparnos más por ir tras la raíz del problema, a ver si por fin pueda eliminarse o al menos disminuir la corrupción, lo que no es nada fácil, por cuanto pareciera que vivir estuviéramos en modo de sobrevivencia, en permanente amenaza y desconfianza, sin ninguna certeza o seguridad, donde no se sabe cómo podemos ser perjudicados o afectados. Llama esto a empoderarnos, pensar en soluciones integrales del corto al largo plazo, en la realidad que la corrupción es más perjudicial que cualquier otro flagelo; de ahí la importancia y urgencia de empezar a trabajar en una educación y construcción de una cultura y una sociedad diferentes, con una mirada crítica, y prepararnos para una vida en convivencia y respeto del otro como legítimo. Es lo aconsejado, de lo contrario seguirán los corruptos de fiesta. saramara7@gmail.com

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