JOSÉ MANUEL HERRERA BRITO

Por: José Manuel Herrera Brito*

Tenemos que convenir, y de ello es testigo de excepción la historia de la humanidad, que la verdad, manipulada por un mal gobernante, es el principio de la esclavitud y que no existe libertad ninguna si no está cimentada en la verdad. Un buen gobernante une al pueblo, no lo enfrenta. Gobierna para toda su nación, no solamente para quienes le votan. Su objetivo es el bien común, no el mezquino y ruin poder personal, por eso desea no sembrar odio ni cizaña en la sociedad que dirige. Los grandes líderes de la humanidad que han dejado huella en el mundo, los mejores, han creado caminos de concordia, han exhibido la unión y la justicia como banderas, contribuyendo a desarrollar el mundo. En cambio los malos líderes, los perversos, los miserables, desde la noche de los tiempos han hecho de la antipatía y la animadversión su producto básico, el mínimo común denominador, de su legado.

Claro es que el buen gobernante busca hacer el bien entre sus gobernados sin esperar a cambio prebenda ninguna, incluida la de ostentar el propio poder, que es la máxima. Los buenos gobernantes, llegado el caso, han renunciado a ejercer el poder cuando consideraban concluido su cometido de contribuir al bienestar de su pueblo. El buen gobernante, se insiste, posee como una de sus virtudes principales, la de buscar la verdad, defender la verdad, por contraposición al tirano, que la oculta y la niega, que infama y degrada la verdad para lograr sus propósitos. Estos ejes: el beneficio personal por oposición al beneficio general, la verdad como objetivo o la mentira como instrumento, definen de manera certera al gobernante, y permiten distinguir a quienes son buenos líderes de los pésimos gobernantes que hacen daño y perjudican a la ciudadanía.

Bueno es repetir entonces en este punto, que la verdad, manipulada por un mal gobernante, es el principio de la esclavitud. No existe la libertad si no está cimentada en la verdad. La mentira solo es la antesala, el preludio, del camino a la servidumbre. Nunca ha sido difícil distinguir a un mal líder de un buen gobernante. Únicamente la fe ideológica ciega el juicio. Por razones de adscripción política, los creyentes ideológicos justifican cualquier desmán en un gobernante (siempre que sea de los «suyos»). Aunque, como último recurso, cuando quedan dudas, hay un método infalible para saber si el gobernante es bueno o malo: «Por sus hechos lo conoceréis».

La historia es maestra y nos enseña que quienes labran la ruina –general, y la suya propia–, ensueñan ridículamente con la historia sin darse cuenta de lo que son en realidad. De ahí que incontable la ciudadanía harta, asqueada del panorama político, y del consecuente social, económico. Aunque muchos, también, hace tiempo que se negaron a saber, oír o hablar, por temor a darse exacta cuenta de la situación y, por tanto, tener que cuestionarse sus creencias, filiaciones políticas, vot, a excepción de los medios de difusión, que imaginan como niños drogados con estimulantes de uso veterinario, adictos a creencias ideológicos y, claro, enchufados que viven de aplaudir como focas cualquier desmán que se les ocurra a sus amos, pocos están disfrutando con lo que pasa.

Los malos gobernantes solo piensan en sí mismos y desde sus sillones no les interesa trabajar para el bien común, sino por los bienes más comunes, entre los que se encuentran poder, dinero, influencia, locura, codicia, estupidez y bufonería; y lo más aberrante y patético, que los protagonistas del disparate, mientras toman decisiones que afectan a las vidas de millones de personas, a quienes condenan al mal vivir económico y mental que supone ver sus creencias en cuestión. Mientras, piensan esos gobernantes que pasarán a la historia sin darse cuenta cuan equivocados van por el mundo labrando la ruina general, y la suya propia. No saben ellos que son ni que quieren en realidad. saramara7@gmail.com

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