POR: MELANIO ZUÑIGA HERNANDEZ

Colombia se presenta a nuestra observación y la del mundo como un país potente, con un territorio mundialmente bien ubicado, puerta de entrada a Sudamérica y salida privilegiada al norte, geografía variable, país de grandes regiones, abundancia de recursos naturales, franja verde del mundo, con una población heterogénea, inteligente, hábil, recursiva, dinámica, “mosaico étnico” y una vocación definida para transformarse en una despensa mundial.

Lamentablemente ese país rico y bien situado, está enfermo, pues depende desde hace más de tres décadas del exterior, no en condiciones de interdependencia sino de dependencia económica y política.

Internamente se percibe en todo el territorio nacional una sensación de desorganización, desastre, desesperanza, y en caos sus instituciones, que marcadas, afectadas y abatidas por la acentuación del individualismo caudillista, que hacen cada vez más evidente una división que se refleja desde hace decadas en la desunión de sus habitantes. Nada diferente a lo que se mira y comenta por fuera de las fronteras de la patria.

La entronización de un modelo económico marcadamente capitalista, de excesiva concentración de riquezas, invasor, sin excepción, de todos los órganos del cuerpo nacional, con incidencia directa en la pauperización de vastos sectores de la población; ha hecho metástasis y demanda con urgencia de cambios, en el entendido que desde cualquier ángulo del panorama social que se mire, la situación resulta dramática y desconsoladora.

La organización económica del país, vendida a los colombianos holísticamente como ortodoxa, eficientemente responsable en su manejo, y el mejor modelo de Sudamérica, es en efecto deficitaria y hecha para un país del siglo XX; pues esta se administra para atender simples demandas de cúpula, para los que tienen conque pagar la irrigación de créditos del sistema financiero, y supuestamente para exportar y equilibrar la balanza de pagos.

El modelo económico asi formulado y realizado históricamente, hace que las fuerzas productivas actúen de manera desarticuladas y sin posibilidad de mejorar su producción y productividad, dando prioridad a la importación de productos básicos de la canasta familiar como el maíz, el frijol, arroz, papa, café, etc., de origen nacional.

Importa señalar que, influenciada por un sector financiero avaro y voraz, tradicionalmente la organización económica colombiana es manejada por una minoría de economistas y financistas, largamente establecidos en el sector público y privado, que apoyados por monetaristas formados en el exterior, se dedican a manipular la economía y mover dineros en transito y tramites especulativos, para producir bienes y servicios en beneficio de sí mismo; concentrando los favores de una nación, en donde unos pocos acumulan y concentran grandes capitales, en desmedro de unas mayorías, históricamente marginadas, que cada vez quedan sin nada.

La minoría asi establecida, mantiene la economía heredada de los descendientes del “conquistador”, en algo competitiva, concentradora, explotadora de hombres y recursos, apoyada en los mismos factores de poder que usaron en la colonia, y que se mantiene en tiempos modernos con apoyo de: la clase política, la iglesia, cuerpos armados, gremios económicos,  y con una educación selectiva, elitista y de calidad; que aprovechando medios de comunicación monopolizados y con tecnologías muy penetrantes, marcan diferencias de manera estructural con el colombiano de a pie.

El poder de esos colombiano asi agenciado, como conjunción de economía y política, que no es nuevo, por cuanto lleva más de 211 años de práctica, no es soberano porque esta aliado y determinado por unos pocos, generando consecuencias abismales en los desniveles de vida entre la población. De ahí la ruptura social que estamos viviendo y que aparenta a una nación mutilada, una sociedad en derrota y su población angustiada y perpleja, que interpreta al gobierno de turno como de elite, injusto, indiferente y causante en cierto grado, de los males, la miseria y el caos que padece el país.

Estos factores permiten que la elite social y económica aparezca sólidamente organizada en gremios, con propósitos de grupos claros, y disfrutando el lucro y poder del Estado como guardián y garante de sus intereses; en tanto la masa popular se percibe generalmente desunida, desorganizada, difusa, incapaz de aliarse para presentar un frente común que defienda sus intereses, que equilibre las fuerzas de la nación y distribuya equitativamente el producto del trabajo social. Por eso mira y tiene al Estado como frio, indiferente y hostil frente al pueblo.    

Las circunstancias anteriores hacen que nada respeta ese poder. Ni hombres, ni valores, en ningún caso se sienten participes del gobierno, y los políticos enquistados en el Congreso, no son su relación de representación; pues se los considera los causantes en contubernio con el gobierno, de la devastadora situación de pobreza que padece el 70% de la población, en tanto el 30% vive en condiciones holgadas y de opulencia.

Asi las cosas, el pueblo piensa que la principal consecuencia de la concentración de la riqueza es el desempleo de la población y el subempleo, que entonces se traduce en desintegración urbana, tugurización con carencia de servicios públicos y descomposición social. Las familias se rompen porque no encuentran condiciones de subsistencia con empleos dignos, sobre el cual puedan fundar el pacifico discurrir de la vida diaria; entonces aparecen fenómenos como la prostitución infantil, el alcoholismo, la drogadicción y el vicio, el surgimiento de bandas delincuenciales de jóvenes y gentes frustradas y sin desesperanza, que frente a los apuros económicos de la familia no encuentran otra salida.  

En una nación como Colombia, donde la falta de políticas públicas y apoyo institucional que permita incentivar la industria y producción nacional, sobre todo del sector agropecuario, menguado o aniquilado en algunos casos, haciendo expedito el camino a las importaciones de productos alimenticios corrientes, que son manipulados y muchas veces con precios especulativos; estos fenómenos se vuelven recurrentes y sin oportuna atencion a una vocación agrícola, que afronta grandes desafíos por los padecimientos de su población, que frecuentemente es expulsada de sus tierras por actores armados.

Tan apremiante situación ha generado una colosal neurotizacion, frustración y derrumbe del pueblo por falta de atencion del gobierno colombiano, que actúa más como cuerpo represor, aplicando no la solución de los problemas, sino su dilación, usando artificios jurídicos y las fuerzas armadas para que nada cambie, apelando a la guerrilla del ELN, las disidencias de las Farc y jóvenes “vándalos”, como los causantes y responsables de la protesta social. Frente a todo esto surge la necesidad de establecer un equilibrio económico y una sociedad más justa y de solidaridad, que bien pueda a parir de la importación de sus grandes capitales y excedentes rentísticos, aperturar la creación de fuentes de trabajo y empleo, para contribuir a la generación de ingresos y mejora en las condiciones económicas de la población más vulnerable.

Se trata de la justicia distributiva, la que asigna a cada quien lo que le toca, a partir de oportunidades, dentro de un régimen abierto de libertades publicas y personales. Justicia con canales para que cada quien contribuya con lo que pueda y le llegue frente a lo que necesita; siendo esta la base de la democracia económica, sustento esta, a su vez, de la democracia política, fracturada hoy en cierta medida en Colombia, porque sus dirigentes actúan desde siempre de espalda frente sus electores.

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Un comentario en «NECESIDAD DE CAMBIO Y CONVERSIÓN»

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